Reflexión N° 157 - Bin Laden
Los norteamericanos han cometido un grave error político en este asunto de la muerte de Bin Laden, si las cosas han ocurrido como anunciaron las autoridades del gobierno desde el más alto nivel, y que provocan dudas de sinceridad en su propio pueblo y los analistas internacionales como ha ocurrido en otras ocasiones: el hundimiento del acorazado Maine en la guerra contra España, el ataque de lanchas torpederas al comienzo de la guerra de Vietnam, la participación de Irak en el terrorismo, Afganistán como refugio de terroristas, etc. Desde hace diez años el Medio Oriente vive el horror de los bombardeos contra civiles inocentes, un par de naciones destruidas y, como una enfermedad, el flagelo se extiende hacia otras naciones indefensas: Egipto, Túnez, Libia, Siria, sin que nadie haya dado una explicación satisfactoria sobre este fenómeno internacional. Aquí, en América Latina, muchos temen una invasión extranjera y no saben cómo podrán defenderse. Ya ocurrió en Cuba, pero ahora no hay disponibles sesenta cohetes nucleares para disuadir al enemigo.
Bin Laden, vivo o muerto, pertenecía al pueblo norteamericano, el de Nueva York y nadie, ni aún el Presidente tenía el derecho de arrebatarle la victoria y la convicción personal de que hubo justicia. Este asunto, desde el derrumbe de las Torres Gemelas trascendió los poderes del Estado, porque desde ese momento todos los norteamericanos sufren cada vez que toman un avión, o viajan en subterráneo y han perdido muchos de los derechos civiles que nacieron con la Constitución del país. Hacer desaparecer el cadáver en el mar para que no aparezcan más pruebas que la palabra de Obama es poner en dudas los hechos y la credibilidad del Ejecutivo. Ya no hay corrección, es un hecho consumado.
Yo sugiero aquí el procedimiento correcto que debió adoptarse y estaba en manos de las autoridades, algo parecido al Juicio de Núremberg. El cadáver, una vez identificado, bien acondicionado por los médicos intervinientes en una caja de vidrio con formol debió ser trasladado a la manzana de las torres, al ground cero, núcleo de la tragedia norteamericana, con letras visibles grandes las pruebas de ADN, refrendadas por académicos y Nobel internacionales, y en el sitio adecuado, bien custodiado por el comando que lo capturó, expuesto a juicio de los familiares de las víctimas, el pueblo de Nueva York, hasta el próximo 11 de septiembre, cuando sería entregado a los familiares de Bin Laden para que lo llevaran fuera de los Estados Unidos, adonde quisieran. El ciudadano norteamericano hubiese comprobado por sí mismo que “se hizo justicia”, y volvería a sus hogares seguramente reconfortado con las leyes y el procedimiento gubernamental.
Pero hay un fenómeno de masas antiguo más grave y peligroso que el error del gobierno de Estados Unidos que ha convertido a Bin Laden en un mito libertador para los musulmanes, y quisiera extenderme en las explicaciones históricas por las consecuencias mundiales que acechan a las naciones involucradas. Un mito tiene más poder que una figura histórica reconocida y estudiada, Julio César, Napoleón Bonaparte, porque se mueve desde las zonas oscuras del subconsciente de las masas y las conduce hacia acontecimientos internacionales de efectos insospechados. No existe ningún documento histórico de época sobre Jesús y algunas corrientes cristianas aceptan una presencia espiritual sobre un hombre Jesús, pero no su encarnación. De Juan Evangelista y su degollamiento hay información histórica, pero no de Jesús, ni siquiera en los escritos de Josefo. Los judíos ortodoxos creyeron que con la desaparición del Nazareno se terminaría el problema de las reformas que propiciaba y en poco tiempo lo convirtieron en un mito que se extendió por los territorios del Imperio Romano, no en las clases cultas, sino entre millones de esclavos: Jesús murió crucificado como los esclavos de la rebelión de Espartaco pocos años antes, y los ancianos recordaban las miles de cruces que encolumnaban la Vía Apia con cuerpos de esclavos que lucharon por la libertad, igual que Jesús, “La verdad os hará libres”. El Cristianismo creció desde abajo hacia arriba y cuando fue mayoritario Constantino lo aceptó como religión oficial. Igualmente, las actuales masas del imperialismo capitalista, sea en Europa, América o Asia, deciden y provocan los cambios históricos. En el caso que tratamos, la muerte de Bin Laden, al convertirse en mito para las poblaciones musulmanas, ricas en petróleo, pero desprotegidas en el concierto de las naciones, constituye un fermento impredecible del futuro. Nostradamus profetizaba la invasión musulmana de Europa y los fenómenos naturales y sociales que conmocionan todos los días a la Humanidad, tsumani de Japón, tornados en el centro de Estados Unidos, deshielos de los polos, aumento poblacional, desplome financiero del capitalismo, etc., convierten este asunto musulmán en un detonante atómico.
¿Está la Humanidad atada al destino o capricho de una sola nación, Estados Unidos, por más fuerte que parezca? ¿Acaso no hay otras potencias que tienen un poder atómico destructivo tanto o más grande, como la Federación Rusa y China, capaces de borrarlos del mapa en una noche? ¿No conocen la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca la capacidad de los Delta III y IV rusos, submarinos de miles de toneladas que recorren los océanos sigilosamente, sin hacer ostentación ni propaganda ofensiva, listos para disparar la muerte mundial, el Over Kill? El Gobierno Norteamericano juega con fuego en medio de sus enemigos armados. El 11 de septiembre no fue una anécdota, sino un preaviso.
La situación internacional en el siglo XXI no tiene soluciones políticas. Después de la primera guerra mundial a comienzos del siglo pasado, que tantas víctimas produjo, los aliados triunfadores crearon la Liga de las Naciones, una asamblea permanente de gobiernos para considerar y solucionar las diferencias entre las naciones antes que estallaran los conflictos. Desde el comienzo fue injusta al servicio de los poderosos. En pocos años, Hitler denunció el Tratado de Versalles, salió de la Liga y comenzó la segunda guerra mundial, jactándose después de la derrota de Francia “Tengo al mundo en mi bolsillo”. Alemania fue vencida por la Unión Soviética en 1945, el mismo año que el bombardeo atómico de Japón daba el triunfo a Norteamérica en el Pacífico. El mundo se transformó. Dos superpotencias con poder nuclear controlaban a la Humanidad esperando vencer a la adversaria, cosa que se presentó en 1964 con la crisis de los cohetes cubanos, pero, gracias a la intervención de la Divina Providencia, la catástrofe no se produjo. Durante la guerra fría los conflictos armados se extendieron por el globo: Corea, Israel, Cuba, Vietnam, Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia y otras naciones, más las dictaduras sangrientas en América Latina, hambrunas en África, emigraciones musulmanas a Europa, pobreza generalizada, aumento poblacional y calamidades telúricas.
No hay soluciones políticas porque las colectividades se terminan, no pueden crecer más, no hay recursos materiales para alimentarlas ni espacios civilizados para que se desarrollen. Aumentan en número, pero a costa de la calidad de vida, como las villas miseria de América Latina sin servicios, educación ni trabajo, la desertificación de sub Sahara con poca agua, la cuenca salitrosa y seca del Mar Aral, la contaminación radioactiva del área de Tokio, el aumento de la pobreza, lenta pero imparable a nivel mundial. Las pampas sudamericanas se extienden talando bosques para cultivar soja que se vende como forraje para alimentación animal, esterilizando el suelo. Los extranjeros compran viñedos antiguos en Mendoza y chacras en la pampa y los propietarios emigran a las ciudades. Ocurre en todo el mundo, incluyendo las tradicionales tierras de cultivo de Francia, Italia y España. La civilización está devorando las hermosas granjas de Europa como ocurrió en la caída del Imperio Romano.
En las Enseñanzas del Maestro Santiago, que fueron escritas desde 1937 hasta 1962, Canon, no aparece ninguna palabra sobre soluciones políticas de la situación mundial. Por el contrario, anuncia brevemente el fin de la civilización cristiana a corto plazo. Las posibilidades que tienen los hombres son individuales, íntimas, en lugares apartados, practicando el Camino de la Renuncia.
El Gran Iniciado de Primera Categoría Manú Vaivasvata, hace 118.000 años inició una emigración de un millón de personas desde la Isla de Coral, en el Mar de China Meridional, hacia el Asia Central, atravesando los Himalayas, hasta llegar al mar interior, actualmente el desierto de Gobi. Eran los nuevos Arios que había preparado y, encolumnados en diez tribus, los envió en todas direcciones a conquistar el mundo. Lo hicieron a través de milenios y hasta la última tierra desconocida, America Atlante fue conquistada y transformada. En el mismo tiempo se fundó astralmente la Orden del Fuego en el volcán Kaor que a través de las razas ha mantenido las ideas de la Raza Aria en las diferentes épocas, civilizaciones y pueblos que dividieron a los Arios. Esta Raza nació para la guerra. Desde los más antiguos documentos escritos que se conservan, unos seis mil años atrás, las naciones tuvieron guerras permanentes, como hoy: Akadios, Asirios, Egipcios, Griegos, Romanos, Cristianos. En las dos últimas guerras mundiales del siglo XX se combatió en todas partes, desde el Atlántico Sur hasta el Ártico y en todos los continentes. Ahora, con conflictos permanentes entre las naciones chicas y grandes y un armamento impresionante, la Humanidad se encuentra al final de la carrera bélica. Los terroristas que destruyeron las Torres Gemelas llevaban armas inofensivas y sin embargo produjeron un cambio histórico irreversible en las relaciones internacionales.
Las grandes religiones callan, las Universidades y los sabios están entregados al presupuesto del Estado y las donaciones millonarias, los escritores y filósofos ganadores de premios internacionales bien dotados son conformistas con los poderes, los rebeldes desaparecieron y protestan en voz baja en las mesas de café, los partidos políticos de izquierda y derecha se han unido en matrimonios confusos sin direcciones claras, las colectividades han triunfado en la última etapa de la Raza Aria y se expresan con sus brillantes conquistas en Oriente y Occidente, democracias, dictaduras y monarquías.
¿Dónde están los hombres, los herederos de Vicente de Paúl, Juan Sebastian Bach, Miguel Ángel, Víctor Hugo y Maner? Desaparecieron. Estamos en un desierto humano de contenidos, con una brillante estación satelital Alfa merodeando el espacio, y los instrumentos de comunicación dominando las relaciones humanas. Los hombres que quedan se escondieron en el interior del alma esperando el comienzo de la Raza Americana, para emprender el camino de un nuevo modo de convivir en el Planeta.
José González Muñoz
Mayo de 2011