Reflexión N° 85 - Tristezas

La tristeza es hermana menor del dolor y acompaña a los hombres día y noche, incluso en el más allá, durante los sueños. ¿Quién no ha despertado alguna vez, en altas horas nocturnas, conmovido por una gran tristeza, con los ojos llenos de lágrimas, sin conocer el motivo que las provocó?

Los niños experimentan períodos de tristezas, a veces de muchos días y no saben explicar las causas que la motivan; permanecen callados, quietos, con la mirada lejana; a veces lloran suavemente, a veces buscan refugio silencioso en el regazo materno, o en un rincón solitario, alejado de los demás.

La adolescencia, esa etapa intermedia en que el ser deja la inocencia de los años infantiles para iniciar el conocimiento de la vida, con tantos descubrimientos y sorpresas, es melancólica, triste y misteriosa. Los jóvenes buscan compañeros de su edad para compartir, por similitud, un estado interior oscuro, iluminado por relámpagos de premoniciones y vislumbres. Se refugian en la música, la poesía y los paseos solitarios; otros, en la grosería, los boliches y las agresiones.

Pero es en la vejez, cuando está todo hecho, bien o mal, y no queda más tiempo para nuevas ilusiones, cuando la tristeza se instala como un huésped no invitado, marcando los tedios del día y los desvelos nocturnos. Las enfermedades, el recuerdo de los seres queridos ausentes, los fracasos, la soledad, llevan al veterano a un estado de melancolía difícil de superar. ¿Hay que sobreponerse a ese sentimiento que pesa sobre el alma, o debe ahondarse para experimentar todas sus facetas hasta que deje de ser una carga y transformarse en resignación?

La tristeza es síntoma de un estado interior que debe ser asumido o superado, según el asunto que se trate. Las causas de una tristeza son muchas: económicas, de salud, familiares, sentimentales, del pasado, etc. A veces la tristeza es pasajera y no afecta mayormente el desenvolvimiento del ser; es una experiencia más Otras veces, dura toda la vida, porque su causa es insoluble: un vicio secreto, una enfermedad terminal, hijos defectuosos, deseos que no se cumplen nunca, un fracaso vocacional, etc. La vida espiritual y religiosa está plagada de almas tristes que no pudieron realizar sus ideales.

El Sacrificio

Muchas de estas situaciones han sido tratadas por el Maestro Fundador de Cafh en el hermoso Curso “El Sacrificio”, en donde presenta un abanico de dieciséis causales de estados de tristeza y propone el sacrificio personal como el mejor recurso para resolver los problemas. Aunque no lo considera especialmente en las Enseñanzas y consejos personales, el principal dilema de la tristeza también ha invadido a los Hijos de Cafh, cualquiera sea la condición existencial en que se encuentren. Porque el origen de esa tristeza es “Cafh se terminó”, como todas las cosas creadas de este mundo, dejando a las almas en compartimientos estancos abandonados en la estructura. Pero si estudiamos detenidamente las Enseñanzas, principalmente los últimos Mensajes, programas de acción proféticos, veremos que la participación en la vida de Renuncia es la propuesta de futuro que soluciona el problema. Cafh organización, Cafh Reglamento se transmutó en la expansión de la Doctrina de la Renuncia , por contradicción analógica, la misión que al principio estaba limitada a cumplir el artículo del Reglamento, se transformó en Obra Universal para todos, sin distinción de razas, religiones y culturas, como está ocurriendo. La conclusión de aquella hermosa tarea con Grupos, Retiros y Reuniones de Oración y Meditación, está generando una obra muy hermosa: la construcción de la Nueva Era de Acuario libre, por vocación de amor, bajo el consejo sabio y oportuno del Maestro Santiago Bovisio a través de sus Enseñanzas y asistencia.

Tienen, entonces, los Hijos de la Madre que todavía no han comprendido la tercera etapa de la Sagrado Orden, prevista y anunciada en muchas ocasiones por Mensajes, Enseñanzas, Conferencias y directivas personales, la oportunidad de reincorporarse a la Obra. El tiempo de tristeza ha sido el humus con muchas lágrimas y desencantos que abonará el desarrollo de estos tiempos. Sin ese pesar, que puede haber durado muchos años, para algunos desde la muerte del Fundador, no germinaría la semilla. Si no es cortado el fruto y enterrado el germen en terreno fértil, no habrá regeneración. En esta nueva forma de trabajar por trabajar, cumpliendo la Ley de la Renuncia, no hay nadie que felicite o reprenda, no hay ascensos ni autoridades privilegiadas. Sólo la Divina Madre es el testigo permanente del esfuerzo del alma cumpliendo su deber; sólo Ella bendice sin intermediarios, Ella es la bendición misma, que borra las tristezas del alma dando paz y beatitud. En la tercera etapa, que es contraria analógicamente a la anterior, el alma enclaustrada en el cumplimiento de sus promesas, se revierte enteramente como un guante, y se entrega a la Gran Obra con silencio, humildad y eficacia. Empieza a participar en la Barrera Radiante del Gran Iniciado Solar Maitreya; comprende, ama y trabaja en las ideas y obras de la Nueva Humanidad.

Exitosos tristes

En la vida de los hombres hay muchas tristezas y aunque exteriormente sean exitosos y brillantes en sus actividades, hay que mirarlos de cerca, en la intimidad, para conocerlos realmente. La debilidad de sus imponentes figuras se comprueba en la vejez, cuando el balance de los años y las experiencias dejan una sensación de vacío, de fracaso. Pondremos unos ejemplos modernos conocidos porque han estado y están en las pantallas del mundo.

La tristeza del Papa, Jefe de la Iglesia Romana. En las Misas de San Pedro, ceremonias de pompa y esplendor como no hay otras en el mundo, rodeado de cardenales, obispos y concentraciones multitudinarias, sobresale la tristeza de ese hombre solitario, frágil, impotente, que sufre las divisiones internas, los errores del sacerdocio, la imposibilidad de enderezar el rumbo de la nave que conduce. Más allá del grandioso ritual que preside, no puede avanzar. Esto es muy triste.

Los últimos años del antiguo y poderoso presidente de Estados Unidos R. Reagan, recluido en un rancho apartado de California, afectado por enfermedades del cerebro, sin reconocer a nadie, sumergido en su incurable melancolía. A este ex presidente del país más poderoso del mundo, que podía mover ejércitos en cualquier lugar del planeta con una simple llamada telefónica, no le quedó lucidez suficiente para llevarse una cuchara de sopa a la boca. También esto es muy triste.

La mirada perdida y triste de quien fuera el gran atleta, campeón mundial de boxeo C. Clay, con las manos temblorosas por su enfermedad incurable, dentro de sus guantes profesionales, iniciando los Juegos Olímpicos de Atlanta, su ciudad natal.

¡Estrellas de Hollywood, hermosas y triunfantes, recibiendo los Oscar de la Academia, máximo galardón del éxito y la fama! Más tarde, cuando los años van apagando sus figuras y belleza y no suena más el teléfono convocándolas para un nuevo contrato, una tristeza insuperable va agrisando esos rostros; luego las sombras, el olvido y una incurable sensación de fracaso las ignora lapidariamente.

Tristeza de los comunes

Si estas historias ocurren a los que tuvieron suerte y éxito, a los ganadores, los favoritos de la fortuna, ¿cómo será el drama interior de los hombres comunes que no tuvieron oportunidades especiales, la mayoría de la Humanidad, sólo conocidos por sus vecinos y compañeros? El mismo, igual que los privilegiados, porque todos están sumergidos en un mundo de ilusiones, de apariencias, completamente vacío. Así como la tristeza de los famosos es conocida por el público, la que soporta el anónimo que no encontró un camino de realizaciones y repite las experiencias de las masas, es sólo conocida por él, paciente de su ignorancia. Es el destino de los hombres cuando la civilización llega al ocaso y las luces se apagan.

Hay una tristeza mayor, universal, que nos envuelve a todos, incluyendo la vida natural, salvaje, los animales, las plantas, las cosas. Es una ausencia de alegría y espontaneidad que antes brillaba, es una oscuridad llena de desechos humanos que invaden áreas cada día más grandes del planeta: desiertos que se extienden por África y América, calles de Buenos Aires al anochecer, cuando los cartoneros rompen las bolsas y desparraman la basura; favelas, callampas y villas miserias que se expanden como un cáncer en las ciudades de América, la violencia familiar, la televisión mentirosa y obscena, las matanzas entre seres humanos, la hipocresía social de los poderosos. Todo. Algunos han predicho que la civilización terminará con una guerra nuclear. Otros, por desastres naturales. Los de más allá hablan de pandemias y desenfrenos colectivos. Los de acá dicen que por el avance de la criminalidad, o por una quiebra económico financiera mundial, etc. Yo, personalmente, creo que la Humanidad en este marco negativo esta muriendo de tristeza; perdió la alegría; perdió la paz interior; perdió la esperanza.

No es la muerte que conocemos y tememos: rápida, inevitable, fatal. Es peor. Es la muerte por colapso de las fuerzas que sostienen la condición humana: sensibilidad, comprensión, piedad, el amor fraternal. Y si estas cualidades que hemos heredado de nuestros padres desaparecen o se degradan ¿cuánta humanidad queda en nosotros? Nada. El espíritu huye, se esconde, y aparece el ser inferior. Ya hemos escrito una Reflexión sobre “Las formas de la Muerte”, a propósito de dos casos notorios de gran publicidad: la norteamericana Terry Schiavo y el Papa Juan Pablo II. Fueron muertes penosas y anunciadas que todos comprendieron. Pero la muerte por tristeza, por pérdida de la condición espiritual, por deshumanización, no se diagnostica ni comprende. Se la disimula con turismo escapista, vacaciones en las playas, cruceros espectaculares, diversiones ruidosas, la fuerte vanidad del dinero, la cosmética social, el simulacro generalizado de la convivencia diaria.

Creo que la tristeza es un asunto estrictamente individual y se resuelve en la intimidad. Brota de la frustración de muchas ilusiones que cada uno trae al nacer y se adquiere en el transcurso de los años. La única solución, la solución de fondo de este problema es el desapego. Quien no aprenda a renunciar en vida, morirá tristemente.

José González Muñoz
Diciembre de 2006

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