Reflexión N° 132 - Una Ética del Bien y del Mal

No existen una ética para el bien y otra para el mal. El alma es unitaria, aunque cambiante en las formas y en las experiencias y si es coherente consigo misma tendrá una ética inamovible para los contrarios, el bien y el mal. Decía un comerciante: “Cuando me conviene comprar, compro. Cuando me conviene vender, vendo”. Ese hombre tenía la ética del beneficio personal y ningún comportamiento para el mal; lo transformaba siempre en un beneficio. Esto lo hemos visto en la Iglesia con el escándalo de los curas pedófilos. El Papa confesó que habían sido conformistas; no tenían una conducta ante el mal propio. Otro individuo declaraba que frente a las dificultades de las relaciones humanas se mimetizaba, dejaba de ser lo que era y se transformaba en el otro. No tenía ninguna ética.

La moral son normas que la sociedad impone a los individuos según la costumbre; los musulmanes practican la poligamia, los tibetanos la poliandria y el hombre moderno el amor libre, unas veces con contrato civil, otras sin contrato. En Argentina que vive del sector agropecuario todos comen carne y la matanza de vacunos produce un karma colectivo, no individual. En cambio en la India, no se come carne vacuna. Las costumbres varían en el tiempo o los países y todos recomiendan respetarlas porque provienen de convicciones profundas de los pueblos. “Si a Roma fueres, haz lo que vieres”. En cambio, la ética es la ley del individuo, el comportamiento que viene de sus convicciones, incluso innatas, su forma de ser, sus creencias más íntimas. La moral es igual para diferentes personas que viven en el mismo sitio. La ética debiera ser única para cada uno, pero en esta época con tantos cambios sociales, modas sorpresivas surgidas en el comercio y la influencia dominante de los medios de difusión, es difícil encontrar personas que respondan a los fenómenos sociales con una ética propia, para el bien y para el mal. Podemos afirmar que los hombres no se conducen por la moral social, sino por la conveniencia personal del momento. Tampoco se guían por una ética que no tienen, sino por oleadas que, a través de los medios, agitan a las masas.

La ética es una disciplina interior que mueve todos los pasos del hombre, interiores y exteriores, desde el cumplimiento estricto de la palabra para una reunión, un favor, una compra, relaciones personales con amigos y extraños, hasta los grandes enfrentamientos y desafíos que, de vez en cuando, se ve envuelto. Responde siempre de la misma manera con amigos y con enemigos; es él invariable en sus convicciones fundamentales.

Muchos que integran una organización espiritual, una Religión, una Orden, se comportan de una manera en las reuniones o en Misa y de otra diferente en la calle; tienen varias éticas según la conveniencia o los instintos, lo que equivale a no tener ninguna. San Pablo de la Cruz predicaba hace 200 años que no se podía vivir de maneras distintas en el mundo y en la soledad del individuo al mismo tiempo. Era hombre de una ética: sí o no. Lo que importa para el hombre responsable de sus actos es contar con tres o cuatro ideas básicas, que se pueden extraer de las Enseñanzas y aplicarlas a las actividades diarias. Los hombres sólidos son los más simples y los más débiles son los que tienen la cabeza llena de conceptos y prejuicios que no le sirven para nada cuando tiene que tomar una decisión. Han recorrido varios caminos espirituales, conocen sectas y religiones, se anotan en diversos movimientos sociales, asisten a las conferencias esotéricas que se anuncian por el diario, se consideran expertos en los Maestros de la India, tienen muchas ideas, pero ninguna consistente. No tienen ética ni del bien ni del mal. Son giróvagos sin rostro.

Los hombres que poseen una ética para el bien y para el mal se los reconoce desde lejos, en toda circunstancia, porque la ética es visible en todo momento, se expresa en los actos mas simples, en la conversación, en los sentimientos, en la defensa de sus ideas. Quien no defiende sus ideas aún en medio de sus enemigos y en el mayor peligro no tiene una ética de conducta. Tendrá creencias, pero no una ética. La ética se expresa siempre, es como el rostro o la forma de caminar, es el estilo de cada uno. Es como una rosa que se exhibe en el florero y no puede dejar de serlo aunque sea de noche. Es la rosa blanca que cultivaba José Martí para el amigo y para el enemigo, siempre blanca y hermosa.

Aquél que no tiene una ética del bien y del mal es como una pelota en un partido de fútbol que todos patean, unos para un lado y otros para el otro. Al final queda abandonada en cualquier parte y las pasiones, las desilusiones, el triunfo y el fracaso se disiparon en la oscuridad.

Una ética del bien y del mal no se ocupa de los dogmas religiosos y morales de las sociedades, ni de la política al estilo George Bush que definió a sus enemigos como el eje del mal que había que destruir. Lo intentó en Irak y Afganistán; destruyó las dos naciones y perdió en los combates; ahora se retiran con la humillación de la derrota en manos de los más débiles. A veces los más débiles, si tienen una ética que mueve sus acciones, son más fuertes que los poderosos que no tienen ninguna. No es la primera vez que el resultado de los enfrentamientos, sea en la guerra o en la paz, está determinado por una conducta sólida antes que la disponibilidad de cañones.

El bien y el mal; la felicidad y el dolor. El hombre es empujado continuamente desde un extremo hacia el otro, continuamente, incluso en las horas del sueño donde no tiene defensas ni escapes y la sensibilidad está agudizada hasta lo insoportable. Generalmente el hombre huye del dolor, su mal en un momento determinado, a través de muchas grietas que no puede cerrar o las abre voluntariamente para no sufrir. Se sumerge en los torbellinos de las drogas, las comidas, el alcohol, el sexo y otras experiencias que borran momentáneamente el sufrimiento, que luego vuelve con mayor intensidad que antes y lo desespera. Se escapó una vez, escapará siempre, mientras pueda, hasta terminar en la locura o la muerte.

El bien, el mal, la felicidad, el dolor le pertenecen; no son visitantes que vienen y van; son estados permanentes del alma que se hacen conscientes alternativamente según diversas ocasiones, algunas por acontecimientos externos, otras como burbujas que afloran desde las profundidades del subconsciente sin saber cómo ni por qué. ¿Quién no ha experimentado un despertar luminoso, lleno de plenitud y ganas de vivir, sin sueños previos que expliquen esa hermosa mañana que le espera? Y, cuántas veces, una llamada telefónica lejana, con la noticia de un mal insoportable lo inunda completamente por mucho tiempo, sin darle descanso ni alivio, hasta que lentamente, con la terapia del tiempo, viene el olvido y la comprensión.

El dolor y la felicidad son misterios divinos que nadie ha podido esclarecer. Gautama, el Buda, creó una doctrina espiritual, la Renunciación, para aliviar a los hombres del dolor por medio de la comprensión de las causas y la actitud interior para hacerlo llevadero; pero no pudo vencer al dolor sino en la etapa final de liberación. Jesús quiso liberar a los hombres asumiendo sobre sí el dolor humano, pero no lo consiguió. Ahora el Maitreya siguiendo la Idea Madre de la Raza Aria afirma que cada uno logrará la felicidad por sus propios medios, sin intermediarios. La tradición más antigua revela que el hombre se librará del dolor por el conocimiento de sí mismo. Y el camino para esa conquista está en una ética del bien y del mal, asumidos ambos en una actitud unificada permanente. “Únete al dolor para vencerlo”, decían los antiguos Maestros. Y la mejor manera de ese acercamiento no está en las teorías psicológicas modernas, ni el las drogas, sino en el comportamiento unitario aplicando la ética de los contrarios que están en el control de la Renuncia todo el tiempo, no como el logro al final de un ejercicio de meditación, que debe repetir una y mil veces, sino como resultado de la meditación y práctica permanente del desapego. Quien vive desprendido del resultado de sus acciones, una vez cumplidas, se libera automáticamente del dolor y del ansia de felicidad.

El hombre que ha hecho de la Renuncia una forma de vivir, un estilo, su verdadera personalidad, el bien y el mal, la felicidad y el dolor están más allá de él mismo, pasan, no generan karma, se olvidan y el alma permanece en libertad, preparada para nuevas experiencias, porque el objeto de la Nueva Raza es el conocimiento de todas las cosas, externas e internas, individuales y colectivas. Las Enseñanzas del Maestro Santiago educan; la labor del Gran Iniciado Maitreya será la educación directa y por esa educación, que es transformación integral, alcanzar la liberación. La ignorancia que ha padecido la especie humana desde el comienzo, o un conocimiento a medias como en los últimos tiempos no sólo produce un dolor irredimible, sino que genera nuevas ataduras que, tarde o temprano, el hombre tendrá que resolver. Mientras tanto sigue apegado a los conocimientos a medias, una parte tratando de alcanzar la otra que falta. Después de Akenatón, hace 3500 años, la Humanidad cayó en el oscurantismo de las religiones monoteístas, la dura ley del cumplimiento obligatorio de los dogmas, para campesinos y obreros que no sabían leer ni escribir. Concurriendo los domingos a misa o a los oficios del Templo era suficiente para lograr una salvación prometida. Esa etapa de la evolución es la que se está derrumbando ante nuestros ojos y no terminará de caer hasta que desaparezca totalmente, para empezar desde los cimientos.

La característica relevante de la Raza Americana será la educación integral, no la que conocemos en escuelas y universidades, sino la que se practicaba en los templos antiguos (Leer la Enseñanza: El Templo de la Iniciación). Como en aquellos tiempos empezará desde el nacimiento y, si queremos ser exactos, desde antes, en la etapa preparatoria astral, cuando los guías encaminan a las almas hacia los padres más aptos, en el lugar escogido y la situación social más apropiada. Luego, el Templo de la Iniciación, para aprender todas las ciencias y desarrollar los poderes que yacen interiormente y deben expresarse, clarividencia, viajes astrales, telepatía, sanaciones energéticas, control y regulación del Planeta, participación en el cuerpo místico de la nueva sociedad, el cuerpo de fuego, amistad con los Maestros que moran en otras dimensiones. La Humanidad, tan dividida en nuestros días, se unirá practicando una ética del bien y del mal en diversos planos, los mundos plurales, y empezará realmente a avanzar hacia su destino de libertad que prometieron los Grandes Iniciados desde el comienzo.

José González Muñoz
Diciembre de 2010

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