Reflexión N° 83 - Vivir mirando la Muerte

Comentario sobre la Enseñanza Nº 2: “Meditación sobre la Muerte” del Curso “El Camino de la Renuncia”

¡Hoy vemos más muerte que nunca en la historia de la Humanidad!

Sólo con los noticieros de televisión y las fotos de los diarios, sobre todo durante la reciente guerra de medio oriente, tenemos suficiente como para saturarnos de espectáculos de muerte hasta llegar a anestesiarnos frente a esas imágenes reiteradas hasta lo inimaginable.

Vemos la muerte de nuestros semejantes a diario; nos rodea, nos atrapa. La muerte se ha convertido en objeto de negocio, de lucro. Hay infinidad de películas llenas de escenas de muerte. Los noticieros y los diarios no ahorran espacio para mostrarla; esas imágenes venden. A la vez se ha trivializado su significado: sin darnos cuenta, evitamos pensar en que los que mueren así son almas que sufrirán las consecuencias de un desenlace violento.

Paralelamente, y como una gigantesca contradicción, en la vida personal, familiar y de relación, la sociedad actual intenta negar la muerte como parte de la vida. Hoy, no sólo es de mal gusto hablar de la muerte, sino también lo es envejecer y morir. Estas situaciones se ocultan bajo excusas sólo admisibles en una sociedad que ha perdido el rumbo y da valor principal a cosas perecederas; posesiones, juventud, vitalidad, diversión.

Hace poco leí un artículo referido al estudio de la actitud de la Humanidad frente a la muerte, a través de distintas épocas. Con respecto a nuestro tiempo dice que llegado el siglo XX, la Primera Guerra Mundial disparó un cambio radical: a partir de entonces la muerte empezó a ocultarse, transformándose en algo vergonzoso y en un objeto de censura. La gente muere a escondidas, muchas veces en la soledad de una sala de terapia intensiva. Estamos en la época de la muerte prohibida.

Hoy el hombre ha sido privado de su muerte. Antes, la información sobre la inminencia de la propia muerte era un derecho inalienable. Hoy se procura que el enfermo no sepa la verdad de su estado; se lo engaña como a un niño. Antes lo temible era la muerte súbita, sin posibilidad de prepararse. Hoy, en cambio, se escucha decir con cierto alivio: “Por lo menos murió sin darse cuenta”.

En la sociedad actual se niega la muerte y los procesos de envejecimiento que la preceden. Esa actitud se ve claramente en la cantidad creciente de ancianos que, separados de su familia, viven en instituciones geriátricas y en el alejamiento de los enfermos terminales de la casa.

Entre las enseñanzas universales que han sido dadas a la Humanidad por todos los grandes iniciados, está la consideración de la muerte. Sin embargo nunca se termina de comprender la importancia de la meditación sobre ella, porque esa idea es contraria a la mayor parte de aquello a lo que el mundo asigna valor.

Se ha pretendido, inclusive, burlar la muerte a través de la criogenia, tal como se comenta en la Reflexión Nº 73: El Error de Walt Disney. Error monumental sólo explicable por la ignorancia de las leyes cósmicas relativas al Hombre completo. Por no saber que el paso por la vida física es sólo eso: un paso, y que el Ser real que somos, abandona en ese trance la vestidura que es el cuerpo físico cuando ya no le sirve, para seguir su camino hacia la luz.

La Meditación Necesaria

En la Enseñanza el Maestro Santiago nos habla en forma totalmente precisa, sin eufemismos ni ambigüedades, acerca de la necesidad de meditar sobre la finitud de todas las cosas, a través de poner nuestra atención en la muerte humana, en particular. Es una fuerte exhortación a meditar sobre la muerte, que es lo único seguro que tenemos todos los seres vivos ante nosotros y nos muestra lo ilusorio y efímero de las cosas del mundo.

¿Por qué hay que meditar sobre la muerte?

Porque todo es transitorio en esta vida. Porque la conciencia plena de esa verdad nos permitirá vivir sin temor; nada podemos perder, en realidad. Porque cuando llegue ese momento para nuestro cuerpo, tendríamos que estar desapegados de las cosas de esta vida, para no llevar al otro mundo un lastre que nos podría hacer deambular interminablemente sin poder hallar la paz.

La hermosa Enseñanza “La Muerte”, del Curso “El Sacrificio” dice: “La muerte rodea por doquier. Sin embargo, el individuo vive como si nunca debiera morir, como si él fuera el único digno de escapar a la última ley. A muchos, sólo la idea de la muerte les causa temor; no quieren que se hable de ella en su presencia y huyen de toda conversación fúnebre”. Miedo, miedo y miedo, es lo que nos hace actuar así.

Meditar sobre la muerte es necesario no sólo como preparación para ese momento, sino para vivir mejor lo que nos quede de vida. Muchos piensan que sólo es cuestión de “prepararme para cuando me toque”, y de inmediato la mente da la excusa para escabullirle al tema: “ya habrá tiempo para eso, hoy voy a disfrutar de la vida.”

No comprenden que con esa forma de pensar nunca llegará el momento de hacerlo, y lo más importante: que es necesario alcanzar hoy la liberación del temor, que el desapego a lo transitorio es lo que les permitirá vivir hoy con conciencia permanente de la vida tal como es: belleza y dolor, alegrías y tristezas, sin que nada de eso lo ate. Sólo así se puede transitar por ella con plenitud y dejar el mundo triunfante y libre.

Dice la Enseñanza: “La consideración de la muerte y de lo perecedero de las cosas humanas ha de estar continuamente en el Hijo, pero no sólo como una idea, sino como una realidad. Es fácil decirlo, pero hay que hacer que verdaderamente sea una realidad.”

En esa consideración hay varios aspectos: lo perecedero de todas las cosas materiales y de las ilusiones que nos atan a ellas, la finitud de todos los seres humanos y nuestra propia muerte. Es necesario meditar sobre todos estos aspectos, pero sabemos que el más difícil de asumir y de trabajar es el último: se mueren los demás, yo no.

¿Cómo enfrentar ese tema? ¿Cómo acercarnos a esa práctica tan necesaria?

La Enseñanza recomienda con énfasis visitar los cementerios, porque en todos los cementerios del mundo se puede conocer lo que es la vida humana. Si esto no se puede hacer con cierta frecuencia, hay que usar la imaginación e ir con el pensamiento a los lugares donde se puede ver en qué termina todo lo que nos parece tan real y duradero.

De todos modos, sabemos que lo decisivo no es en sí mismo lo que veamos o lo que consideremos en nuestra imaginación, sino la actitud con que lo hagamos. De nada sirve una visión de muerte si no nos obligamos a meditar en su significado profundo. Las imágenes de muerte de la televisión y de los diarios deberían servirnos también para trabajar en nuestro interior.

Los enfermos terminales necesitan asistencia, cercanía humana. Brindarles nuestra compañía no sólo es una obra de servicio, sino también una oportunidad excelente para ver la muerte de cerca. ¿Por qué muchos evitan esas situaciones? ¿Por qué nos quedamos sin palabras ante ellos? Falta de conocimiento, de conciencia y de compasión, además del miedo subyacente.

Otra forma de trabajar en ese tema es orar por los muertos. Muchas son almas que han tenido una vida buena, y sin embargo no supieron morir. Nunca será suficiente lo que se pida y se ofrezca por esas almas, que sufren y esperan en la oscuridad. Son millones los que mueren esclavizados bajo fuertes ataduras al mundo material, y ya no tienen oportunidad de renunciar a menos que alguien les haga ver su situación y los conduzca hacia la luz.

En el Curso “Conferencias de Embalse”, en la Enseñanza sobre las Almas Desencarnadas, el Maestro Santiago explica cómo orar por ellas, y porqué es necesaria nuestra ayuda: “Hay que caminar al lado de ese ser y decirle que el camino que hace no existe, es ilusorio. Son elementos físicos que llevó con él al más allá, y esa es la causa de su tristeza y dolor.”

Y agrega más delante: “Ofrendar la oración por las almas más abandonadas, que nadie recuerda y sufren; pensar en los seres desencarnados que aún creen estar aquí con un cuerpo. Esto es lo más desesperante, porque lo peor es creer vivir sin estado, querer participar de los bienes físicos. Ser sus compañeros.”

El Hombre completo.

¿Qué es lo que muere? ¿Qué es lo que termina con la muerte física? Para comprender mejor estas cuestiones, es bueno considerar el hecho de que, si bien como seres humanos en el mundo físico, el cuerpo es parte de nuestra persona, no es lo esencial, sino sólo un alojamiento provisorio del Ser.

Una forma de verlo y asumir esta realidad se podría expresar de esta manera: “Este cuerpo está vivo porque Yo estoy en él”.

La Enseñanza “El Hombre Completo” del Curso “El Devenir”, nos explica cómo es nuestra constitución humana, y entonces queda claro qué es lo que dejamos y qué es lo que sigue existiendo al morir.

El ser humano es ternario, al estar constituido por cuerpo, alma y espíritu, y simultáneamente es septenario ya que el cuerpo consta de tres partes y también el alma consiste en tres aspectos mentales. El cuerpo está formado por los cuerpos físico, astral y energético, y de éstos, el único que termina en el acto de morir es el físico, lo estrictamente material. El resto de ese ser humano, continúa su existencia en otros planos, con otras tareas que cumplir y caminos que recorrer.

El cuerpo físico forma parte del Hombre completo, mientras el espíritu y el alma lo habitan, pero es tan transitorio y desechable como cualquiera de los ropajes con que lo cubrimos. Para el Ser esencial, no es real.

¿Miedo, yo?

En nuestra imaginación, siempre es otro el que muere, no yo. El instinto es muy fuerte, y a través de la identificación del ser con el cuerpo, nos hace dispensar energías en tratar de evitar un final físico ineludible. Para ubicarnos mejor en lo real, podríamos pensar: “Este cuerpo en el que estoy es el que va a morir.”

La actitud evasiva se evidencia en muchas formas: hacemos previsiones para “cuando no estemos”; lo hacemos por razones prácticas y por consideración para los que siguen vivos. Pero, ¿ver convertido nuestro cuerpo en un esqueleto, convirtiéndose en polvo? ¿Quién puede mirar sus manos y ver, a través de la piel, los huesos descarnados? ¿O mirarse en el espejo y ver la calavera, oculta bajo el rostro?

Sí, ya sé. Todo esto parece morboso, obsesivo, loco, enajenado. Así lo califica la sociedad de hoy. Pero, ¿no es realmente enajenarse vivir subyugando nuestro Ser interior a lo perecedero?

En la película Patch Adams, con Robin Williams, hay una escena en la que el protagonista pone al Sr. Davis, enfermo de cáncer de páncreas, de cara a la muerte que le llegará en poco tiempo. Le dice: “Muerte: fallecimiento, deceso, defunción”. y así sigue. En menos de dos minutos, y con unos treinta sinónimos de la palabra muerte de por medio, se desenvuelve un drama en el cual el enfermo pasa de la ira y la negación, a la aceptación del hecho de que va a morir, y eso lo libera a tal punto que la escena termina con los dos riendo a carcajadas.

Esto nos muestra la necesidad de enfrentar esa realidad en nuestra vida diaria. Llegada la hora, no creo que contemos con un Patch Adams que nos ayude a entender y aceptar nuestra muerte en dos minutos. La renuncia al mundo y a todas las identificaciones con lo perecedero debe hacerse antes de que llegue ese momento: si aprendemos a morir antes de morir, el ser trascendente que somos se desprenderá fácilmente para seguir su destino superior.

En el momento de la muerte, hay que dejar todos los apegos. Si los hemos dejado antes, el tránsito será más fácil. Pero el instante final es sólo un paso; el problema se presenta después, cuando al tener que seguir hacia la luz, estamos apegados a las cosas del mundo y podemos deambular en la neblina por mucho tiempo. Éste es el tristísimo espectáculo que veía el Maestro Santiago cuando trataba de ayudar a las almas en ese estado, como en el ejemplo que da la Enseñanza.

Vivir sin temor, mirando la Muerte.

El desafío es vivir con la muerte por delante. Para eso contamos con las herramientas y las instrucciones necesarias en las Enseñanzas y en nuestro interior, si aprendemos a buscar. Dice el Maestro Santiago: “Mediten también los Hijos sobre el gran momento en que fueron llamados a la Renuncia”. “Si hay una dicha sublime en el mundo es la de haber renunciado y esta dicha es fruto de la comprensión de que todo en el mundo es transitorio.”

Ante esta insistente propuesta, muchos pueden preguntarse: ¿No será triste y pesarosa la vida de uno si constantemente tiene ante sí la perspectiva de lo contingente del mundo y en especial de su desaparición física?

En absoluto; la tristeza y el pesar vienen del apego y de la falta de comprensión.

La renuncia tiene efectos de paz verdadera para el alma. Quien nada tiene, nada tiene que perder; no hay pesar por pérdida alguna. Quien renuncia a la posesión, nada quiere ganar; puede vivir en el mundo siendo libre y disfrutar plenamente de la belleza, el amor y la alegría inmanentes en la creación, como manifestación de la divinidad.

En La Enseñanza 8 del Libro “Vida Espiritual de Cafh”, se lee: “La solución no ha de ser el abandono del mundo, sino la divinización del mismo. Mi renuncia no niega la vida sino la redime. Renunciar a la vida porque no hay soluciones a sus males es un remedio muy pobre, pero el renunciar a la vida habiéndola transformado, es haber alcanzado el fin.”

Al pensar en poder esperar con serenidad y lucidez el final de la vida terrenal, vienen a la memoria los versos de una vieja canción:

Mi razón no pide piedad,
se dispone a partir,
no me asusta la muerte ritual,
sólo dormir, verme borrar"

Fanny Luz

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