Reflexión N° 151 - Ser Rico - Ser Pobre

El mundo gira alrededor del dinero. No siempre fue así. Este es un asunto relativamente moderno. La moneda de oro, el dinero, empezó a circular en el Mediterráneo entre los puertos que traficaban desde Grecia hasta Cartago, en barcos pequeños cerámicas, aceite de oliva, joyas, telas, hace unos tres mil años. Anteriormente, las civilizaciones grandiosas del pasado, las Pirámides, la Muralla China, Atlántida, se construyeron sin dinero, de otra manera. Dos milenios más tarde, en Europa se creó el papel moneda para facilitar el intercambio entre las casas bancarias de Italia y las ciudades del norte. Con el nacimiento de las nacionalidades, Inglaterra, Francia, otras, el Estado se ocupó de imprimir la libra esterlina, el táler, etc. En el universo globalizado actual aparece el dólar electrónico, la tarjeta de crédito, los bonos estatales que son nada, y sobre esa nada se sostiene la economía mundial. Las cifras del producto bruto son especulaciones políticas, lo mismo que los índices de inflación que publican los gobiernos según su conveniencia, la clasificación de naciones ricas, naciones pobres, emergentes. ¿Qué significan para el desocupado norteamericano que perdió su casa y tiene que vivir con su familia en una pieza cocinando papas fritas con un calentador? ¿Y qué significan para el hombre más rico del mundo vivir en México, un país con 20 millones de pobres sin asistencia social? Las obras de arte, aún las mediocres, se rematan en Londres y Nueva York por millones de dólares. ¿Qué tienen que ver Picasso y Van Gogh con tantos disparates? El primero era muy rico y el segundo muy pobre. Hasta hace poco el mundo se dividía entre capitalistas y comunistas en países separados; ahora la Humanidad está dividida en ricos y pobres por una línea divisoria cambiante, movediza, tramposa, que incluye la división social de la misma manera en las sociedades internas de cada uno.

Los grandes creadores de la civilización moderna, Buda, Jesús, San Francisco de Asís, fueron terminantes sobre las posesiones materiales. Buda era príncipe y renunció a sus riquezas para alcanzar el control de sí mismo y enseñar a los otros. Todas las tardes salía de su cabaña con una escudilla pidiendo a los vecinos algo de comer, su única comida del día. Jesús no tenía nada y para dormir al aire libre ponía una piedra debajo de su cabeza como almohada. San Francisco, siendo un joven rico, se desnudó en público y devolvió sus prendas al padre que se las reclamaba. Fundó una mística de la pobreza para alcanzar la liberación, como muchos santos. Ser ricos o ser pobres es el gran dilema espiritual de la civilización moderna y nadie sabe cómo terminará.

¿Cuál es el centro del concepto de riqueza personal? Desde siempre es la propiedad privada, la exclusión. Hay muchas riquezas de toda clase, material, artística y espiritual, pero la que domina al mundo moderno es la riqueza del dinero. René Guénon escribió un libro que circuló hace unos años, “El Reino de la cantidad y los signos de estos tiempos”. Trata el tema del valor que se expresa en números financieros: ¿Cuánto vale ese jugador de fútbol? ¿Cuánto vale tal Picasso? Si está en venta será el que se consiga en los remates, guía internacional de lo que no puede ser evaluado. No es la crítica de los expertos que juzgan la obra, sino “el mercado”. Actualmente lo establece en la mayor parte de los casos la necesidad de blanqueo de dinero negro, procedente de actividades ilegales.

Ser rico es la capacidad de manifestar públicamente esa riqueza. Si un traficante acumula millones de dólares, pero no los puede mostrar en sociedad, no es rico, sino avaro. La riqueza se expresa en abundantes cosas excluyentes, desde obras de arte, mansiones, servidumbre, hasta la amistad con celebridades sociales. Lorenzo el Magnífico era muy rico en Florencia y utilizaba su dinero para gobernar la ciudad y ayudar a los artistas, como Boticelli y Miguel Ángel. El avaro de Molière poseía riquezas sin disfrutarlas, por el gusto de tener mucho, como la historieta El Tío Patilludo de Disney, tan popular en un pueblo esclavizado por el dólar.

Hay ricos auténticos que tienen propiedades y depósitos bancarios, por herencia o por trabajo y la Revista Forbes se ocupa de hacerles propaganda positiva. Pero la gran mayoría de las poblaciones son pobres que ansían ser ricos y tener cosas ilusorias para ellos. Aunque son trabajadores de fábrica y del gobierno, con sueldo suficiente para vivir dignamente, sueñan con riquezas y juegan a la quiniela semanalmente, a la lotería, al casino y andan especulando todo el día cómo podrían ganar más dinero. Son la gran mayoría. Sueñan con una casa mejor, aunque la que tienen es buena y suficiente, fenómeno psicológico que produjo la catástrofe financiera en Estados Unidos hace pocos años; tienen dos automóviles y construyen garajes de grandes portones. Compran juguetes caros importados para sus hijos y los envían, si pueden, a colegios particulares también muy costosos. Son malos pobres que nunca encontrarán paz en lo que tienen, familia, hijos, amigos, porque siempre están deseando más, y aunque consigan llegar a un nivel que deseaban, pronto se sentirán desconformes. Este es un fenómeno de la burguesía, esa clase que no es pobre ni rica, sino ilusoria, engañada por la publicidad comercial y sus deseos insatisfechos. La novela social del siglo XIX tiene muchos títulos magistrales que ilustran el tema de una forma de vida que empezó con la Revolución Francesa, continuó con los movimientos proletarios del siglo XX y todavía no termina.

El Maestro Santiago era pobre. Vivía con su familia próximo a la plaza Constitución en Buenos Aires, un nudo de comunicaciones de gran ciudad con trenes, subterráneos y colectivos, en un departamento modesto en el que sobresalía su biblioteca espiritual. Cuando la Señora Amelia estaba en el Colegio Santa Rosa de Córdoba, dirigiendo la educación de niños huérfanos, el Maestro atendía el hogar con sus hijos jóvenes. Era escrupuloso en la limpieza. Hay fotografías del Colegio, en verano, que lo muestran sentado en el umbral de su casa, con alpargatas blancas y gorrito marinero, tomando mate como los hombres del campo argentino. Enseñaba esa pobreza a los Hijos de Cafh. Escribió: “Los Ordenados de Comunidad son obreros pobres por moción vocacional.” Si por alguna circunstancia, una Comunidad juntaba algún dinero extra, lo retiraba y lo entregaba en la Limosnería de la Orden. Conocía muy bien el peligro del dinero en los grupos cerrados religiosos y espirituales. Escribe en “El Camino de la Renuncia”, Enseñanza 10: “¿Qué pasa con las instituciones que acumulan las riquezas, con los trusts judíos, con las instituciones eclesiásticas católicas, que juntan tanto poder? Ese mismo poder los aplasta. El Hijo, una vez que tiene casa ¿para qué juntar más? Hay que repartir. Dar continuamente porque ¡pobre de los Hijos si juntan riquezas que después sus brazos y sus hombros no podrán sostener!”

El mundo moderno es inmensamente rico, resultado de siglos de inventos, trabajos, descubrimientos y ocupación planetaria. Un millón de pasajeros vuela por día de un lugar a otro disfrutando de los avances técnicos y la organización del trabajo. Los campos están siendo explotados más y más para extraer beneficios y alimentos. China es el ejemplo más claro de una sociedad que se ha organizado completamente con todos sus recursos y ocupa el primer lugar entre las más ricas. Los cruceros de placer surcan los mares por docenas. Las playas se cubren con millones de veraneantes de vacaciones. Hasta los pueblos más pobres tienen algo para comer. Pero la Humanidad no puede sostener tantos bienes injustos, mal distribuidos, en muchos casos mal habidos y empieza a desmoronarse. Es el comienzo del fin.

Estados Unidos que figuraba al frente de las finanzas mundiales se quebró hace algunos años y no puede salir a flote, con millones de desocupados y pobres que no consiguen trabajo ni casas. Lo mismo ocurre con naciones de Europa, España, Grecia, Irlanda, Portugal, etc. En estos momentos Japón esta conmocionado por el terremoto, el tsunami y los problemas de las centrales nucleares. La catástrofe no la produce la Naturaleza, ella es como ha sido siempre, sino las usinas nucleares y la desmedida riqueza de una nación que podría vivir con sensatez, pero enloqueció de codicia y desmesura. ¿No podría haber vivido pobremente en su hermoso paisaje, cultivando la poesía, los crisantemos, los cerezos y los jardines zen?

La pobreza no es una carencia como suponen los que tienen mucho, sino la justa satisfacción de las necesidades. El Maestro Santiago recomendaba que “hay que tener de todo, pero usar sólo lo necesario”. Las necesidades de los pobres son diferentes unas de otras: El médico necesita un consultorio con instalaciones y aparatos modernos para ejercer su profesión. El contador se mantiene con una computadora y un empleo. El viñatero necesita una viña, herramientas, abonos y transporte para trabajar. El obrero municipal necesita una escoba y una pala para hacer bien su trabajo. En el hogar necesitan una casa prolija y muebles según la condición de cada uno. Pero todos tienen acceso a la cultura, el arte, los libros, la música y los museos. La riqueza del espíritu pertenece a la Humanidad, sin distinción de pobres o ricos.

La predicación de Jesús defiende a los pobres y es muy duro contra los ricos. ¡Conocía muy bien a los judíos! Sus palabras son modernas y se aplican correctamente en nuestros días, aunque nadie las predica con entusiasmo. La supervivencia de la Humanidad ha llegado a sus estados críticos definitorios como se comprueba en los choques de la civilización contra la Naturaleza, tsunami en Japón y el pretendido saqueo del petróleo en Libia por las naciones carenciadas, pero agresivas. Este proceso es irreversible desde el comienzo del colonialismo y ha llegado a la crisis generalizada. Hay hombres ricos y hombres pobres. Hay Estados ricos en armamentos y naciones pobres indefensas. Como dijera cierta vez el líder ruso Putín, la única defensa de las naciones débiles contra los poderosos es la posesión de la bomba atómica. Tal vez ésa sea la solución del problema irreconciliable de ser rico, ser pobre.

Por suerte, el 95 por ciento de la población mundial somos pobres y los ricos son una minoría muy dañina. Esa minoría ocupa los puestos claves del poder en instituciones eclesiásticas, financieras, la prensa, la política, etc. Los intentos que se han hecho a través de los siglos para corregir esa anomalía han fracasado y estamos al borde del abismo. Todo señala que el cambio de razas y la transformación del Planeta son la solución. La crisis, en el hombre y en la Humanidad, es la salida de situaciones sin futuro como la actual. Aunque no podemos hacer nada para cambiar esta estructura global, podemos trabajar individualmente en nuestras vidas, a escala, con los recursos que tenemos a mano, en donde estamos, como han definido las Enseñanzas del Maestro Santiago en el Mensaje de la Renuncia.

José González Muñoz
Abril de 2011

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