Reflexión N° 84 - Aprender-Enseñar-Vivir

El Maestro Jesús enseñaba al pueblo en Palestina, especialmente a sus discípulos, siempre, a partir de los treinta años de edad y aunque su actividad docente duró poco tiempo, su obra visible, el Evangelio, transformó al mundo hasta hoy, veinte siglos de progreso incesante. Aunque pareciera que los viajes a la Luna no tuvieran nada que ver con su Enseñanza y el grandioso despertar de China tampoco, ésas y otras conquistas del hombre moderno están dentro de su órbita de radiación libertadora.

El Maestro Gautama, en el actual Nepal, cinco siglos anteriores a Jesús, transfirió al pueblo todos los días, hasta su muerte, las verdades que había descubierto en su alma por medio de la meditación: las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero de liberación. Sus Enseñanzas se difundieron por Asia, y actualmente se practican en todas las naciones, con diversas escuelas que enriquecieron sus ideas originales.

El Maestro Mahoma, para sus fieles el Profeta por excelencia, es reverenciado desde el Atlántico hasta la más lejana isla del Pacífico, por millones de seguidores. Aunque no sabía leer, en aquella época la escritura árabe era una profesión especializada, enseñó con la palabra a sus discípulos, quienes recogieron sus axiomas en el hermoso Corán.

Los Maestros Lao Tse, Confucio. Sócrates, Hipatia de Alejandría, Lutero, Santa Teresa de Ávila y tantos Grandes Iniciados, educaron siempre, en las aulas, en la calle, en los claustros, en todos los espacios donde se reunían los alumnos.

También el Maestro Santiago enseñaba continuamente, en la capilla de la Comunidad, en los paseos, en la mesa, en el trabajo, en los viajes. Era su manera de ser, porque enseñar es dar lo que cada uno tiene. Ahora su Enseñanza se expande a través de Internet y llega a todos los rincones de la Tierra.

Enseñar es un don natural en el hombre y también en los animales, incluso los más simples. ¿Quién no ha disfrutado alguna vez de la graciosa escena de una gallina escarbando el suelo, rodeada de sus pollitos, enseñándoles a buscar y picar semillitas? ¿O el pájaro que desde una rama cercana llama a sus pichones para que salgan volando del nido que no quieren abandonar? ¿No hace lo mismo una madre a poca distancia de su bebé, agarrado firmemente del borde de una silla, para que dé los primeros pasos por su cuenta y lo llama con voces arrulladoras?

Aprender

Aprender también es un don natural, espontáneo, una necesidad del alma tierna, especialmente los niños. Se puede observar, cuando hay varios chicos juntos, jugando o conversando, que los más pequeños están atentos a lo que hacen y dicen los más grandes, e imitan continuamente los gestos, las posturas, la forma de reír de quienes ellos admiran. La imitación es el mejor método para aprender: fácil, eficaz, rápido y puede practicarse en todas las edades. Por eso, las buenas compañías son esenciales para un buen aprendizaje y una forma sana de vivir. El refrán que dice: “Dime con quién andas y te diré quién eres” es acertado. En las comunidades, monasterios y conventos los religiosos se parecen en la forma de caminar, de hablar y de pensar. Hay una transferencia de comportamiento espontánea de unos a otros, por imitación, por leyes naturales. Lo mismo ocurre en las oficinas, en los talleres, en las profesiones: este fenómeno social podríamos definirlo como educación natural. Todos aprendemos y todos enseñamos. Así, la vida es dinámica, progresiva, cambiante, siempre renovada por el aporte de todos. Cuando Mao conquistó el poder de la inmensa China, lo primero que hizo fue exhortar a sus compatriotas que supieran leer y escribir. El analfabetismo era espantoso. Todos los que no sabían leer debían aprender, a cualquier edad, y los que sabían leer y escribir tenían la obligación moral de enseñar, en cualquier lugar, en una plaza, bajo un árbol, en el hogar; no se necesitan títulos oficiales para ejercer la docencia voluntaria. En pocos años, la República China se está transformando en la primera potencia productora del mundo según las estadísticas.

Alfabetización

La alfabetización es fundamental para sostener una sociedad organizada que permita el bienestar y la seguridad a los hombres a través de una distribución justa de la producción de bienes de uso y consumo. Se distinguen claramente las naciones evolucionadas culturalmente que han alcanzado un desarrollo equilibrado de sus riquezas, en mayor o menor grado. Si estos resultados se alcanzan en la sociedad de buena voluntad, ¿a qué alturas se podría llegar en la educación espiritual también con buena voluntad, en la que todos participen, unos enseñando y otros aprendiendo? Los resultados son incalculables, y no hay mejor recurso para alcanzarlos que la educación natural.

Las Enseñanzas, que son el vehículo que sostiene y conduce la expansión del Mensaje de la Renuncia, están en manos de todos, y no hay ninguna restricción moral ni legislativa que prohíba su utilización para uno mismo y para los demás. Enseñar y aprender es un don del alma y un derecho natural de todos los hombres. ¿Qué estamos esperando, entonces, para participar en la obra de salvación del mundo, según nuestra medida y posibilidades? Participamos aprendiendo la nueva Ley de Renuncia que regirá el mundo futuro y participamos transmitiéndola a aquéllos que la quieran conocer. Se terminaron los intermediarios profesionales: oradores de grupos, gurús, sacerdotes, dogmáticas y los expertos doctrinarios. Hay muchos profesores que dictan en las Universidades sobre filosofías diversas, pero nosotros somos los primitivos de la nueva raza, los principiantes en las leyes de la Renuncia. Por eso nos reunimos y comunicamos espontáneamente para buscar y aprender, nos relacionamos por email con personas que no sabemos dónde viven, qué color de piel tienen, y en muchos casos tampoco sus nombres; y les preguntamos sobre los asuntos que conmueven al alma: la diversidad espiritual, el tiempo que se va, la presencia del Maitreya y muchas cosas más.

Somos los primitivos del tiempo venidero que se ha hecho presente y los gritos atronadores de la realidad cotidiana nos estremecen, porque no conocemos las respuestas. ¿Dónde están los sabios que expliquen las leyes de una civilización energética, cuando las primeras experiencias destruyeron dos ciudades japonesas?¿Quién puede explicar la anatomía interior de las rosas de fuego que mantienen encendida la armonía de la vida? ¿Cómo aprender a manejar los mecanismos de la contradicción analógica cuando la izquierda se convierte en diestra, lo bueno en malo y luego al revés? ¿Cuál es la ética del bien y del mal intercambiando sus papeles en la conducta humana?

Todo está para conocer en un mundo que comienza. Las pocas señales que recibimos del Maestro Santiago con lecturas en los Anales Akásicos, las ideas que recibió de Savonarola, sus experiencias de viajes astrales, la comunicación del Maitreya de 1951 anunciando su misión y las metas de la Nueva Era. Lo demás son incógnitas del porvenir, junto a los estertores de la civilización que cambia. Somos niños que asistimos al primer día de clase o, mejor aún, exploradores que hemos madrugado para contemplar el amanecer cuando despuntan los nacientes rayos del sol del nuevo mundo sobre el horizonte. Entonces ¿Cómo vamos a vivir y quién nos va a enseñar? ¿Dónde está la escuela? ¿Dónde está el maestro, en qué lugar?

El lazo que se deforma

Por los signos que nos ha dejado el Maestro Santiago en sus Enseñanzas, formando la conjetura del nuevo espacio acuariano, y siguiendo la propuesta de Poincaré: “si deformamos el lazo hasta un punto, sin que se pinche ni se rompa, llegaremos a una esfera”, es decir, al universo acuariano. La propuesta es dinámica en extremo, desde un punto sin dimensiones hasta una esfera igualmente sin límites. Nosotros, nuestras vidas, nuestras almas serán transformadas en un movimiento continuo de la Enseñanza. El Ired que desciende desde la Divina Madre hasta un punto y se distribuye en las almas para luego ascender, transformado, por el mismo punto hacia el Infinito. Es la Bendición Ired , que mueve y les da vida a las almas de la Orden Cafh fundada por el Maestro. Ahora Cafh se terminó como institución, pero el Ired, que no se detiene nunca, se desparrama en las almas predestinadas para preparar el advenimiento de la Nueva Era.

Las escuelas donde se aprende por adquisición de conocimientos: primaria, secundaria, terciaria, academias, laboratorios, etc. fueron necesarias en la civilización moderna porque conocer significa poseer. Pero en esta época de transición, en que el conocimiento está siendo transferido a cerebros electrónicos y las operaciones de servicios, desde administración contable hasta el funcionamiento de edificios, motores y máquinas inteligentes se realiza cada vez más automáticamente, la acumulación de informaciones en la memoria personal será innecesaria. Cada vez habrá más tiempo de ocio que la gente no utilizará. En la Renuncia no hay nada que aprender y sí mucho que olvidar. La tarea personal es de desapego, de desprendimiento de las cosas materiales y espirituales para alcanzar un estado permanente de armonía.

Aprender, enseñar, vivir son equivalentes y desarrollan las diversas formas de nuestra perfección individual. Cada ser humano, en la raza que comienza, es, interna y externamente cambiante, alternativo, contradictorio, progresivo, desde que nace de una manera y muere de otra. En este mundo energético, ¿a quién le interesará el fundamentalismo, los dogmas y los estereotipos? ¿Qué es la unidad? ¿Dónde está la inmovilidad de los pensamientos y el amor? Si miramos las formas de la naturaleza, vemos que cambian a cada instante; es el lazo que se deforma. Si atendemos a los estados del alma, observamos que se mueven como una corriente de agua. Si nos miramos individualmente, comprobamos que nacemos, morimos y renacemos una y otra vez, sin conocer el comienzo ni el fin. La vida pertenece a la Naturaleza y reúne cosas diversas en una obra armoniosa de amor, aprendiendo, enseñando y viviendo en transmutación permanente.

José González Muñoz
Noviembre de 2006

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