Reflexión N° 60 - La Voz de la Tierra
Soy la Tierra. En algunos pueblos me llaman Pacha Mama; en otros me dicen Madre Bumi. Soy la Madre de todos los seres vivientes, plantas, animales y hombres. Soy la fuente de la vida y cuando dejo de nutrir todos mueren. Los niños nacen de mis entrañas y los alimento cada día hasta el final. Alimento a los hombres para que sean fuertes y realicen sus sueños. Cuando no los nutro mueren, hayan cumplido sus sueños o no. Después que han muerto, guardo sus huesos en el polvo y los espero muchos años, hasta que regresen para continuar el camino de la vida. Los alimento siempre y les ofrezco los paisajes de mi hermosa presencia para que sean felices y realicen la perfección de sus ideales. Soy la Tierra viviente, desde mi centro incandescente hasta las más lejanas radiaciones. Los hombres también son Tierra, son mis hijos predilectos y en ellos deposito mi esperanza para realizarme física y espiritualmente. Yo también quiero ser perfecta y libre. El destino de los hombres es mi destino y cuando ellos se hayan liberado del peso de la carne definitivamente, yo también me desprenderé de mi carga de materia. Soy Pacha Mama, soy Bumi, soy la madre espiritual palpitando en el centro del Planeta. Los hombres son mis Hijos y yo soy la Madre.
Yo soy la Tierra y tú, hombre, eres mi hijo. Mi padre es el Sol, el Señor Michäel, que vive en el núcleo de la estrella, sosteniendo y alimentando con sus enormes fuerzas a todo el sistema. Los otros planetas son mis hermanos; algunos han muerto dejando sus espectros dando vueltas; otros todavía no son visibles, pero se verán oportunamente. Lejos, muy lejos, en otras estrellas, hay otros sistemas, otra vida, otras formas de pensar. Mira hacia arriba, hombre, y en las noches estrelladas verás el reflejo de tus parientes lejanos.
Voz
Me expreso con palabras humanas porque tú también eres Tierra, así como yo soy humana, pero tengo mi propia voz y me expreso a mi manera sin detenerme jamás. Me escuchas en el mar cuando las olas estallan con espumas en las rompientes de la costa, unas veces con suavidad, ritmo y gracia, otras con furia aterradora bramando en los huracanes giradores que se lanzan sobre islas y continentes, aplastando todo a su paso, ciudades, bosques, barcos y puentes, hombres y animales. Puedes escucharme en el canto de los pájaros, en el llamado de las bestias que se reúnen en las grandes planicies, en el saltar y caer de los arroyos de las montañas, en las gotas de lluvia que suenan en el tejado de tu casa, en el silbido del viento entre las casuarinas de la Pampa. Podrás escuchar la voz del silencio en algunos lugares especiales, únicos; en las dunas del desierto de arena, en las cumbres de las montañas adonde no llegan los pájaros más audaces, en la penumbra de la selva tropical espesa y quieta, en la profundidad de las cavernas de piedra. Cuando estés en ese silencio empezarás a escuchar tu propia voz corporal: los latidos del corazón, el zumbido interno de la sangre que circula dentro de tí y, si estás atento, la voz de la Madre que habla muy suavemente a tu alma.
Formas, colores y movimientos
También me expreso con formas, colores y movimiento. En el cielo verás las nubes transformándose siempre en un permanente desfile de personajes y sugestiones. En los jardines, con el paciente rotar de las estaciones, verás millones de colores en todas las flores imaginables y olerás la combinación de los aromas más seductores. Me comunico igualmente con las formas inmóviles de las piedras, con los helados témpanos de hielo, con el rugir espantoso de los volcanes en erupción, con el estrépito de las montañas que se derrumban en los terremotos y con los rayos centelleantes de las tormentas del cielo.
Todo en mí es comunicación, intercambio, transmutación de formas y sustancias en continuo devenir. Tú, hombre, eres una parte de ese devenir, la expresión privilegiada de mi forma de ser. Debemos entendernos mutuamente para alcanzar la perfección que nos llama. Yo soy tú; tú eres yo. Las actuales diferencias que nos hacen sufrir son peripecias del trabajo en momentos de crisis cuando una etapa deja lugar a la que viene detrás. El cambio de Eras que tantas veces han mencionado las Enseñanzas se refiere a todo el sistema terrestre; se renuevan los continentes, los mares, las especies animales y vegetales, las civilizaciones, el organismo corporal, la psiquis, las ideas, la conciencia. El alma experimenta los cambios. Yo, la Tierra también me muevo. Dios permanece quieto. Las transformaciones son integrales sin dejar ningún rastro del pasado; lo que no quiera renovarse perecerá y será reintegrado al depósito elemental. Para que esta transmutación se produzca es necesario que el planeta, con todo lo que contiene, cosas, ideas, efectos, recuerdos, queden sumergidos en la sustancia magnética que vibra con nuevo propósito en el aura planetaria del Gran Iniciado Solar, Maitreya. Hasta la más pequeña partícula terrestre está empezando a resonar en armonía con la vibración del Gran Ser.
Soy la Tierra y mis movimientos, armoniosos o terribles, son expresiones de mi felicidad y de mis sufrimientos. Igual que tú, hombre, me expreso con lenguaje propio, como tú con el tuyo. No hago poesías; soy poesía. No escribo tragedias; soy tragedia. No compongo sinfonías; la música de mis tormentas es análoga a la Sexta de Beethoven. Mis lirios en cualquier lugar del mundo, blancos, violetas y amarillos, son tan bellos como los de Van Gogh. Y mis montañas son armoniosas e imponentes como la Catedral de Chartres y el Taj Mahal en Agra. ¿Por qué estamos tan distanciados, entonces, y nos miramos el uno al otro como si fuéramos enemigos? Aparentemente yo te hago daño y tú me haces daño, me agredes. Podríamos vivir en armonía como en otros tiempos, cuando la civilización era más sabia, se cumplían las ceremonias del amor sagrado, los jóvenes se unían para cumplir sus sueños y crear vida, los viejos se apagaban dentro de la familia, no se mataban animales, no se quemaban los bosques, no se odiaba la vida. Yo, la Tierra, sufro igual que tú, hombre, porque hemos roto la armonía. Vivimos dos cosas separadas cuando somos una sola realidad creada por Dios.
Te separaste de Mí, la Tierra que soy tu Madre y te separaste de Dios que es el Padre. Te constituiste en un ser autónomo para conquistar la materia usando la razón, alcanzando logros asombrosos: con la bomba atómica hiciste estallar pequeñas y efímeras estrellas; con el descubrimiento del secreto genético creaste nuevas criaturas vivientes; con maravillas técnicas alcanzaste el espacio exterior. Pero ahora, la civilización racional agoniza, y esas conquistas son la peor amenaza para destruir. Si avanza un paso más se pierde en la locura y la auto aniquilación, como ya está ocurriendo. Los líderes más poderosos han enloquecido y los pueblos se revuelven en la incomprensión y la desesperación.
Estamos separados. Hasta ahora los hombres podían usar lo que querían extrayendo de mis tesoros todo lo que pudieran, incluso para satisfacer deseos banales o para atacarse unos a otros, sin motivo alguno. Yo, la Tierra, produzco todo lo que la Humanidad necesita, alimentos, vestidos, transportes, viviendas, templos y palacios, fábricas y escuelas, caminos, todo. Y otras riquezas que los hombres no conocen todavía y que usarán en el futuro. Pero ahora estamos en la encrucijada del cambio y las viejas apetencias no son tolerables. Como los hombres se han dado cuenta dolorosamente, me he revelado, y me estoy expresando con lenguaje propio. No escribo tratados de ecología; soy el terror de Katrina sumergiendo a Nueva Orléans bajo las aguas del golfo. No predico sermones en las Mezquitas; derrumbo las montañas de Cachemira y dejo a millones a la intemperie del invierno. No hago planes de salubridad; desparramo epidemias mortales por la superficie del globo. Desconozco el significado de la palabra compasión; las ruedas de mis acciones reparadoras se han puesto en marcha y no dejarán de rodar hasta que los programas constructivos del universo de Maitreya estén funcionando plenamente en todos los rincones de este castigado Planeta.
Soy la Tierra y tú eres el hombre. Estamos dialogando como si fuéramos seres distantes en la forma y en el espacio. En realidad es un monólogo, porque más allá de la objetividad y de las apariencias, somos un solo ser, tú en mi cuerpo y yo en tu mente. Poco a poco, a medida que la vibración del Señor Maitreya ponga en movimiento cada uno de tus átomos, tú mismo comprenderás el Mensaje Universal de la Renuncia y empezarás a sentir la vida nueva y nos iremos compenetrando uno en el otro. Tu conciencia se expandirá rompiendo las barreras del egoísmo personal que te separan de todos y de todo, de Mí también.
Soy un ser vivo y tú que me habitas eres el testimonio. Soy inteligente y a través de los tiempos he perfeccionado las especias vivientes, desde la proteína en el comienzo de la vida hasta los grandes sabios modernos. Soy un ser espiritual que habita este enorme cuerpo esférico girando en el espacio para nutrir a la raza humana, las ideas, los sueños, la poesía, la música y la súper conciencia de los místicos. Soy tu nodriza y por medio de acciones poderosas te enseño a renunciar, con amor y con dolor, porque la Renuncia es la ley del Universo.
Pero tú y todos los hombres pueden aprender a vivir la Renuncia sin necesidad de pasar por las experiencias dolorosas a que los somete mi naturaleza. Por el desapego, el apartamiento del ansia de posesiones, el alejamiento de las pasiones instintivas, por el acercamiento fraternal a los más necesitados, por el estudio de las Enseñanzas de los Maestros los hombres podrán vivir en armonía conmigo, sin necesidad de luchar en una batalla que para ustedes está perdida de antemano. Renuncia hombre, sigue armoniosamente los cambios y los ciclos de la Naturaleza, no te detengas al paso de las tormentas letales. Éste es el tiempo de la destrucción, huye a tu refugio interior y enseña a tus hijos las normas de la supervivencia: silencio, paciencia y rutina. La noche recién empieza, y pasará mucho tiempo hasta que puedas ver la alborada solar del Maitreya.
José González Muñoz
5 de Noviembre de 2005