Reflexión N° 135 - El Sentido de la Vida
Todos los días, cuando amanece, las ciudades se animan y empiezan a poblarse: los subterráneos descargan sus vagones repletos de pasajeros apresurados para no llegar tarde al trabajo, miles de colectivos ruidosos y completos se detienen en las esquinas para bajar y subir más trabajadores, los taxis ocupan la calzada peleando entre ellos con bocinazos, los niños ocupan por un rato las veredas con guardapolvos y uniformes para llegar a su escuela cercana, los porteros lavan las veredas, los propietarios levantan las persianas, en la City no se puede caminar por la peatonal Florida llena de oficinistas con portafolios, los policías miran, los quiosqueros venden diarios y revistas. Al atardecer se repite la ceremonia al revés y la ciudad entra lentamente en la noche, disimulada por vidrieras iluminadas y las farolas de la calle y los últimos transeúntes dan vueltas por algunas cuadras antes de refugiarse en el televisor. Después, el silencio, la soledad de las avenidas y los municipales recogiendo la basura. Todas las ciudades del mundo tienen esa mecánica diaria, Tokio, El Cairo, París, México y el ciclo se va repitiendo a medida que el sol avanza sobre los meridianos cada 24 horas.
En el campo el paisaje cambia; en vez de colectivos se observan vacas, tractores, las chacras y los criaderos de pollos, los chicos van a las escuelas en bicicletas, camionetas y colectivos, por la ruta pasan grandes camiones de carga con chapas del país y naciones vecinas, Chile, Brasil, Uruguay. El campo se expresa fuerte, viven los cambios del día, regulados no por la economía y la producción de las ciudades, sino por las estaciones, pero al llegar la noche los campesinos se meten en el televisor antes de dormir. Siempre es el Sol que regula los años y las generaciones. Con diferentes sistemas de elaboración, herramientas, comercio, educación y comunicaciones, la vida en las ciudades y el campo han mantenido sus pautas milenarias a través del tiempo en regiones distantes. No se encuentran contradicciones significativas durante el siglo XVIII en Shangai o en París. Tampoco cultivando huertas francesas o chinas, las mejores del mundo. Las diferencias entre culturas de muchos lugares en épocas distintas son formales, cambiantes y pasajeras sin respuesta a la incógnita que presentamos en esta Reflexión y que han indagado los sabios del mundo sin encontrar una solución: ¿Qué sentido tiene la vida? Las filosofías, las religiones, los pensadores sociales antiguos y modernos se han planteado esta pregunta inquietante sin encontrar una respuesta duradera porque, tal vez, la vida que conocemos no tenga sentido, no signifique nada para el espíritu humano.
El tema que hemos planteado es intelectual y pocos hombres lo formulan en nuestro tiempo. Las masas viven bien o mal, felices o desdichadas, en guerras o en oficinas y fábricas, pero no se preguntan por el significado de lo que están haciendo. Los hombres que ocupan sitiales privilegiados en la sociedad con influencia en millones de personas tampoco. ¿Obama sabe por qué está ahí y para qué? Por los resultados de su gestión que aparecen en los diarios afirmamos que no lo sabe; se deja conducir por los acontecimientos, no los produce. Antes de las elecciones prometió libertad en Guantánamo y no cumplió, aunque es el Comandante del Ejército. ¿Ratzinger sabe por qué y para qué es Papa? Disfruta del poder y sigue adelante continuando los dictados de sus predecesores. ¿Y el resto de los poderosos? Nada.
La Naturaleza vive y en la perfección de sus obras está el significado de vivir que quiere enseñar a los hombres. Mientras escribo sobre esta incógnita, en la mesa de piedra junto a la ventana que mira al cerro El Plata nevado, lucen tres hermosas rosas en el florero, plenas, una blanca, otra roja del altísimo y la tercera rosada, enseñándome el sentido de la vida y aunque percibo la belleza del mensaje no lo puedo expresar en palabras. El significado de la vida es abierto, público, al alcance de todos y en esa libertad que manifiesta está el secreto de su poder.
Viven los hombres y no saben por qué ni para qué. Son empujados desde la oscuridad al torbellino de los días y las noches, trabajan y procrean, buscan el bienestar y lo mejor, se enferman, mueren, hacen las guerras, roban, se atormentan con las desdichas y no conocen el sentido de los estados físicos y espirituales que tienen que gozar o padecer. ¿Para qué vivir? No lo saben. ¿Por qué no desaparecer? No pueden; están atados a una estructura biológica, kármica y social que no les permite elegir. Tiene razón el poeta Borges cuando afirma en “El Golem” que vivimos en una ergástula, la cárcel para esclavos. Y también Santa Teresa cuando dice: “Muero porque no muero”, y no puede hacer otra cosa que pedir en sus oraciones que pase el tiempo de la penitencia. Los santos y los sabios son conscientes de un sentido de la vida pero no pueden explicarlo. Lo intuyen en sus estados místicos cuando salen de su naturaleza corporal y se expanden en otras dimensiones, ven las cosas de otra manera, se sienten libres de la prisión de la carne y pueden comprender. Todas las tradiciones politeístas que sostienen las etapas que transita el alma en diversas dimensiones sostienen que las encarnaciones son necesarias para conquistar la libertad y no encarnar más. La vida, en una primera respuesta, tiene el sentido de una escuela, un aprendizaje, una oportunidad de liberación.
Los Grandes Iniciados según las Enseñanzas son libres en sus mundos, no generan karma y si encarnan es para cumplir una misión concreta. Ellos son conscientes en vida de la misión que están cumpliendo y podrán explicar el sentido de la vida, al menos, la de ellos. Lo han hecho en casi todos los casos, si no con palabras, con los hechos: Jesús en los Evangelios, H. P. Blavatsky en sus libros, Newton y Curie con sus descubrimientos científicos, Gandhi en la liberación de su país, Santiago Bovisio en el Mensaje de la Renuncia y el anuncio del Maitreya. En ellos el sentido de sus vidas está claro desde el comienzo, aunque no terminen la obra, como el caso de Bovisio que hemos explicado en otras Reflexiones, o el de Jesús, truncada por asesinato a los tres años de comenzada.
¿Debemos, entonces, precisar la cuestión del sentido de la vida y formular una pregunta más accesible, por ejemplo, cuál es el sentido de mi vida? Pareciera que el asunto del sentido de la vida, lleno de señales y anuncios que nos empujan oscuramente a sostener que la vida sí tiene un sentido, como la conjetura de Poincaré que hemos tratado anteriormente, no admite universales, sino pruebas eclécticas, variadas, aproximaciones, como las presentadas por Grisha Perelman. El único documento escrito que nos cuentan las Enseñanzas, escrito por el Manú Vaivasvata en una piedra negra, la Idea Madre de la Raza Aria, al comienzo de la Raza en el Asia Central y ocultado en sus montañas expresan el sentido de la vida, y en el Canon está esbozado en parte (Vida Espiritual de Cafh, La Idea Madre). En esa Enseñanza está la respuesta universal a la pregunta sobre el sentido de la vida. También en uno de los capítulos finales de los Relatos Acuarianos está narrado el momento que Santiago Bovisio encuentra la Piedra Negra y la lleva a la Antártica como prueba de su existencia, y de las leyes de la Raza Americana.
Para el caso de nuestras Reflexiones que presentamos por este medio lo importante es el significado de la vida para cada uno de nosotros, individualmente. Es necesario conocer la Idea Madre de la Raza Aria presentada por el Maestro Santiago y posiblemente extraída de los Anales Akásicos, para deducir de ella nuestras posibilidades individuales. De la meditación permanente sobre la Idea Madre podremos extraer los conceptos básicos que mueven nuestros propósitos, los aciertos y los desvíos, y perfilar de antemano la vocación de los pasos por el Camino de la Renuncia. El conocimiento de la Idea Madre nos ayudará a descubrir el significado de la vida personal en estos tiempos de confusión y mezcla de ideologías, no sólo semitas, sino todas, incluso las agnósticas, las novedosas que utilizan astutamente los medios de comunicación, los miedos sociales, la ignorancia de las masas, la defección de los responsables, la ausencia de guías.
Los individuos, yo, usted, el vecino podemos encontrar el sentido de la vida que tenemos en la medida que nos aproximemos a la Idea Madre de la Raza por más diferentes que seamos unos de otros en todos los órdenes sociales, cualquiera sea el lugar donde nos encontremos, Asia o América y tengamos estatus económicos opuestos, yo muy pobre con una jubilación que paso a cobrar en Mendoza cada primero de mes, y usted un multimillonario de Bombay o Shangai, con autos de lujo y grandes mansiones. El significado de la vida para nosotros es individual, único, intransferible, está sujeto a la historia de cada uno y sobre esa individualidad se asienta el progreso hacia la libertad en la medida que nuestros pasos sean análogos al Plan Divino expresado en la Idea de la Raza Aria. Decía el Maestro que la solución a nuestros problemas no está en cambiar de molde, sino perfeccionar el que ya tenemos. Si soy rico la perfección no está en acumular más, sino en compartir con los que no tienen o, mejor aún, renunciando como el Buda, o San Francisco de Asís que se despojó hasta la desnudez imitando a Jesús que no tenía ninguna posesión. Si soy pobre compartiré lo que tengo con aquéllos que más necesitan y siempre habrá algo en mí para dar, tiempo, conocimientos, una palabra buena.
El significado de la vida individual, por más pequeña que sea, es análoga al Plan Divino y ¿qué tienen los Santos Maestros en sus mundos maravillosos? Todo. La felicidad, la libertad, la auto determinación de sus actos, la capacidad de curar a los enfermos de la Tierra, la sabiduría, los viajes por regiones de múltiples dimensiones, la música de las esferas, los paisajes astrales. No necesitan encarnar para aprender a vivir. Tampoco para estar con los seres que aman. Encarnan para construir maravillas como el Taj Mahal, escribir las sinfonías de Beethoven y los conciertos de Mozart, descubrir los secretos de la gravedad como Newton, los cuerpos radiantes como Pierre Curie, la independencia de la India como el Mahatma Gandhi.
Esta época está llegando a su fin. Las bombas atómicas que lo destruirán todo están preparadas y apuntadas. Multiplique por diez mil Hiroshima, Nagasaki y Chernobyl y comprenderá lo que ocurrirá dentro de diez o veinte años. El efecto invernadero, las tormentas invernales, los tsunamis, los incendios, los desastres financieros, la desocupación, la drogadicción, la inseguridad, la corrupción generalizada, la pornografía, lo están anunciando.
José González Muñoz
Diciembre de 2010