Relato N° 47 - La Piedra Negra

El siguiente Relato es un resumen de las experiencias del Maestro Santiago en el Asia Central que surgieron de la expansión del Aleph durante la reunión extática en la Gruta de los Discos Giratorios. Santiago Bovisio es el Fundador de la Sagrada Orden de los Caballeros Americanos del Fuego Ihes, más conocida por su sigla CAFH, redactor del Reglamento Perpetuo y las Enseñanzas Canon que describen la filosofía y la doctrina de la Renuncia. Es único en la transmisión de un legado histórico conservado por la tradición, la Idea Madre de la Raza Aria, transcrita en Enseñanzas y la existencia de un documento secreto, escrito en lengua antigua Aripal, grabado en Piedra Negra por el Manú Vaivasvata y escondida en Kaor. Asegura, además, que antes que concluya la Raza será encontrada y el texto revelado para que se produzca la unión de todas las tradiciones. Ampliaciones: Curso XXXI. Teología. Enseñanza 13. Curso XXXVI: Historia de las Órdenes Esotéricas. Enseñanzas 1, 2, 6, 7, 8 y 9. Curso IV: La Vida Espiritual de Cafh. Enseñanzas 7, 11 y 12.

S.B. en su nave aérea exploró las cumbres de los Kuen Lun al sur del desierto de Gobi, anteriormente un gran lago, buscando los restos del Monte Kaor, donde los sabios peregrinos construyeron las bases de la Orden del Fuego. Él fue uno de los testigos de la escritura y, posteriormente, a la caída de Kaor, encabezó la corriente de Iniciados que se asentaron en el desierto de Sahara, precisamente las montañas Ahaagar, actualmente centro magnético rector del continente. Recorrió incansablemente las montañas asiáticas buscando señales de las ruinas, porque las convulsiones terrestres fueron intensas y modificaron las estructuras geográficas tornándolas irreconocibles, hasta que encontró indicios seguros y se posó en tierra. Los cataclismos fueron grandes; donde había un lago ahora es un desierto de sal; los valles se convirtieron en desfiladeros; los desfiladeros en abismos profundos. A pesar de los cambios, estaba convencido de haber encontrado el lugar. Después de buscar con ayuda de elfos subordinados, descubrió una entrada intacta hacia las cavernas de Kaor. Tenía que explorarlas y llegar hasta el fuego central, todavía encendido, que alimentó las corrientes energéticas de la Orden en los orígenes.

Santiago penetró decididamente en la galería acompañado por un par de Elfos que le servían de exploradores y le ahorraban muchos esfuerzos, porque iban y venían con rapidez, señalando túneles muertos sin continuidad, abismos y otras obstrucciones insalvables, porque el camino se bifurcaba en incontables túneles y pozos que no conducían a ninguna parte. El complejo subterráneo era grandioso, resultado del esfuerzo de los primeros monjes que horadaron la piedra durante muchas épocas y, cuando se retiraron, por terremotos y deslizamientos que transformaron el sistema en un caos de rocas, torrentes de aguas sulfurosas, géiseres y lagunas oscuras, peligrosas. Pero Santiago no era un mortal encarnado, aunque lo parecía. Había adoptado un estado especial con Cuerpo de Fuego que no necesitaba respirar, mitad físico y mitad astral, con capacidad de mover objetos materiales, como los antiguos Atlantes que desplazaban grandes bloques de oricalco con el poder de la mente.

El Caballero Iniciado, a medida que avanzaba por túneles fosforescentes, descubrió pronto que no era el primero que se había internado en las galerías. Otros seres inteligentes habían pasado por allí antes y habían dejado sus huellas, generalmente cadáveres fosilizados que la sequedad del aire y el frío conservaban como momias egipcias, con equipos de combate, corazas, yelmos y espadas, arrojados en el suelo en posiciones violentas, que una fuerza poderosa los había destruido. Unas veces eran guerreros solitarios tirados en un rincón; otras eran grupos de diez o doce individuos despedazados con furia. Parecían muy antiguos, Magos Negros Atlantes tal vez. Nuevos, y en la profundidad de los corredores, encontró robots metálicos de construcción especial, construidos por la Inteligencia Artificial, con miembros retorcidos y deshechos. Había burbujas, con capacidad de levitar y escurrirse por espacios estrechos, aplastadas por grandes rocas y despanzurradas. Quimeras de raras especies habían logrado deslizarse por las hendiduras hasta arder en los chorros de lava fundida. Todos buscando el Santo Grial, la maravillosa piedra que guarda el destino de la Humanidad; la quisieron y perecieron.

Uno solo es el predestinado por la Divina Providencia cuando llegue el momento exacto señalado en los astros, Parsifal, el Caballero Iniciado. Santiago marchó audazmente por las galerías sin detenerse en los restos de quienes fracasaron en el intento. A medida que avanzaba entre las llamas que custodiaban el santuario, se transformaba en un fuego radiante de poderoso magnetismo rechazando los elementales que lo cercaban. Más intenso era el calor, mayor era su irradiante poder. Gran Iniciado, el fuego era su fuerza y los elementales que pululaban en las llamas le obedecieron. Con un esfuerzo supremo aplacó erinías y salamandras ardientes, las dispersó hacia otras dimensiones y los incendios se apagaron en un murmullo de rocas que se contraían, enfriándose en las cenizas y el humo de vapores sulfurosos. Se hizo silencio. El Caballero Santiago, con furia guerrera, irradiaba rayos de luz intensos en todas direcciones y avanzó por una galería luminosa hacia su destino.
La Tumba de la Divina Madre es un espacio maravilloso, muy grande, de arquitecturas imposible de describir. ¿Una catedral gótica con vidrieras de luces iridiscentes? ¿La cúpula de un Taj Mahal con taraceas de mármoles traslúcidos? ¿Un palacio del imperio chino adornado con lacas y porcelanas de mil colores? El Caballero Iniciado, revestido con los atributos de su poder espiritual y el brillo de un aura semejante al espacio mágico que lo envolvía, contemplaba la Tumba desde la altura de la galería que lo había conducido. El silencio y la vibración de los colores lo acompañaban. Los Elfos habían quedado atrás. En lo alto de la bóveda, un espacio circular, dejaba ver un pedazo de cielo muy celeste. Era de día. Y en el centro, cerca del suelo, inmóvil, suspendida en el aire, la Piedra Negra. En el solsticio de verano el sol penetraba hasta el fondo y la Piedra se encendía en mil rayos que iluminaba cada rincón de esa arquitectura fantástica.

Santiago se acercó lentamente y observó la Piedra en detalle. Grande como el gigante Manú que la creó, alargada, yacente, sin una forma determinada, es una piedra sintética, de origen astral, negro azabache que reverberaba como brea fundida, así es el traje del Maitreya, permanecía quieta en su propio espacio gravitatorio. En el cabezal, Santiago leyó grabado en alto relieve, los jeroglíficos del saludo universal: Ahehia ote Hes. Eret Hes ote Ahehia. Y abajo seguían los postulados de la Idea Madre de la Raza Aria. No los leyó.

Tomó una rápida determinación: transportar la Piedra fuera de Kaor inmediatamente. No podía volver por el laberinto de escombros y muerte por donde había penetrado; los túneles no resistirían la inmensa vibración del Objeto y quedaría nuevamente atrapado. Miró hacia lo alto y eligió el círculo de luz de la bóveda por el cual podría salir al aire libre. Se concentró intensamente y formó un núcleo gravitatorio separado del medio y por la fuerza de su voluntad se elevó junto a la Piedra hasta la ventana del techo y salió fuera. Se encontró en una meseta cubierta de nieve sólida, a más de cinco mil metros de altura, en el centro de un paisaje impresionante de cumbres nevadas, bajo la luz de un sol radiante en un día despejado, sin nubes. Por telepatía conectó con su nave que estaba resguardada en algún valle allá abajo, en el laberinto de los Kuen Lun deshabitados, la puso en movimiento y la dirigió hacia donde estaba. Cuando llegó, introdujo la Piedra Negra que no podía ser tocada y la dejó suspendida en su propia gravedad. Después, el Maestro puso la nave en piloto automático, se elevó a gran altura y la dirigió hacia su destino, el Polo Sur, Urania, la Tierra de los Dioses. Se refugió en una litera y descansó. Retrocedió en el tiempo y pensó en la Enseñanza que había escrito diez mil años atrás, en su última reencarnación. El texto dice así: “Cafh cree firmemente en esta Revelación Arcaica y además asegura que aún puede ser descubierta su afirmación categórica y escrita en alguna parte inexplorada de la Tierra. No terminará la presente Raza Raíz sin que sea descubierta para que todas las Revelaciones que fueron dadas durante el curso de la Raza vuelvan a encontrarse ellas mismas y puedan volver a esa gran unión de almas y de credos que ha de ser el fin de la Gran Obra Divina sobre la Tierra. Cafh ha resumido en las palabras escritas sobre la Tumba de Hes, la Revelación Divina de los Arios. Todas las Grandes Revelaciones Arias nos permiten deducir la Idea Madre que fue dada por el Gran Iniciado Solar de primera Categoría. Ellas son:

“Primera: La necesidad natural y espontánea del hombre de buscar a Dios con sus propios medios, sin tenerlo delante suyo o con posibilidades de verlo, sino sólo auxiliado por Él.

“Segunda: La lucha entablada por el hombre entre su naturaleza humana y divina, disponiendo sólo de medios racionales y luchando para ganar su liberación.

“Tercera: La liberación del hombre, que éste ha de realizar por sí mismo, no de golpe, sino por etapas, naciendo, muriendo, encarnando, pasando por los infiernos, purgatorios e infiernos.

“Cuarta: La salvación, empero, no llegará al hombre por él sólo, a pesar de sus esfuerzos. La mente racional se desarrollará por el constante sufrimiento y esfuerzo de esta Raza, pero la salvación le vendrá de Dios, dándosele al hombre en la imagen de los Grandes Iniciados. Puesto el hombre a las puertas de la salvación por su mente racional, Dios solo le abrirá las puertas para ponerlo en contacto con su mente superior o divina.

“Quinta: A través de estas épocas, el hombre será constantemente expuesto y sacudido por la gran ley de pares de opuestos que rige su Raza y atado a una infinidad de relaciones, consecuencia directa de este continuo oscilar entre el bien y el mal.

“Sexta: El hombre fundará toda su existencia sobre este concepto del bien y del mal valiéndose de su mente racional que no tiene más elementos de los que le proporciona su mente animal y de los destellos de su mente intuitiva.

“Séptima: El hombre ario, entonces, tendrá necesidad de desarrollo moral, de anhelo de mejoramiento, de perfección y de dignificar sus actos.

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