Relato N° 27 - Paisajes Atlantes

Los párrafos marcados con asteriscos pertenecen a las Enseñanzas “Vida Interna de la Tierra”, “Las tres primeras Subrazas Lemurianas” y “Sexta y Séptima Subrazas Lemurianas.”

Inmensas cavernas se extienden en todas direcciones ante los viajeros. Partieron desde los subterráneos secretos de Hoggard y guiados en las primeras jornadas por sacerdotes del Santuario, fueron descendiendo y marchando hacia el Oeste rápidamente, sin obstáculos, porque esa zona estaba limpia de detritus custodiada desde la época en que la Madre Abbhumi era la autoridad suprema de la Comunidad del desierto. Cuando llegaron a los límites entre el Océano y el Continente, a gran profundidad, los Sacerdotes se despidieron y los viajeros continuaron hasta situarse en grandes espacios iluminados por la Barrera Radiante del Maitreya. Algunas formas grises volátiles, suspendidas en los rincones oscuros de las rocas, escapaban emitiendo chillidos agudos. Los expedicionarios avanzaron con decisión desplegados en un gran abanico, iluminando todos los huecos. Al frente, Adelphiraque, señalaba los lugares más importantes y sospechosos, que sus compañeros revisaban cuidadosamente.

** Cuenta el Maestro Bovisio algunos detalles de su viaje astral al interior de la Tierra en el siglo XX de la Era Cristiana: “En tiempos de la Raza Atlante, un inmenso calor, un fuego nítrico, hervía en las entrañas terrestres. El planeta no recibía calorías de los rayos solares, pues la atmósfera, estaba cubierta por densas nubes y vapores. La vegetación se producía más por efecto del calor interno; por eso, las raíces exuberantes y jugosas eran la parte más desarrollada de los vegetales. En cambio, tenían flores de pobres colores y sin perfume. Las grandes conmociones sísmicas, los hundimientos y elevaciones de los continentes, sepultaron estas capas vegetales bajo verdaderas bóvedas. Allí quedaron sepultados los restos de los monstruos antediluvianos y de los esqueletos atlantes, en espera de otro movimiento similar que los vuelva a lanzar a nivel del mar. Y aún más abajo se encuentran las cavernas luminosas formadas por el basalto de las lavas de los volcanes lemures, atlantes y los más recientes de la etapa de transición silúrica. Seres vivientes existen en las entrañas de la tierra: restos de razas lemures que quedaron sepultados en esas inmensas galerías y que, en el curso de los milenios han ido degenerando paulatinamente. Son seres semiciegos, semiinconscientes, deformes y puramente instintivos. Y más allá, más en las profundidades de la tierra, se encuentran los grandes corredores, de los cuales las tumbas faraónicas son una imitación; verdaderas cámaras de la reina y del rey en donde mora la Reina del Planeta, la todopoderosa Prithivi, la Madre Bhumi: la esencia potencial vegetativa que da vida al planeta. En el centro de éste hierve el fuego, espíritu vital de la tierra. De este fuego central, prana concéntrico, se desprenden globos ígneos que recorren los misteriosos corredores y cámaras internas, subiendo así, paulatinamente por la espina dorsal del planeta hasta la superficie, para acoplarse con los rayos solares y estimular la vida natural.”

Guiados por las informaciones que aportó el Maestro, Adelphirake nos conducía rápidamente hacia las profundidades, a veces en grupos separados, otras individualmente, cubriendo un gran territorio Atlante, rico en variaciones geológicas, ríos, lagos, fuentes termales y núcleos de lava incandescente. El paisaje era espectacular, no sólo por la variedad de formas y colores, sino, además, por las dimensiones gigantescas de los cristales: el cuarzo hialino, las amatistas, el ágata de grandes superficies multicolores, la preciosa malaquita y muchas otras piedras de nombres desconocidos brillando a la luz irradiante de las cavernas y la fosforescencia que cada viajero, propia de las dimensiones estelares, aportaba en sus desplazamientos subterráneos, conformando escenografías de luz y color maravillosos. El viaje era un placer, y nos movíamos con alegría cantando viejas canciones de otros tiempos. ¿Por qué puso el Dante el infierno en esas profundidades? Tal vez porque vivió en una época lúgubre, oscurantista y muy triste. Ahora, nos ha tocado en suerte embellecer los velos de la Madre Bhumi para que los futuros peregrinos encuentren paz y consuelo en sus momentos de pena.

Nosotros, en nuestras recorridas, no tocábamos las rocas ni modificábamos ninguna estructura; únicamente transportábamos las vibraciones de la barrera radiante del Maitreya, imponiendo otro nivel de vida indispensable para la existencia. Cuando introdujo el cambio a comienzos de la Era, estableció el nivel por encima de los 1.000 metros sobre el mar. Con el transcurso de los siglos, los Grandes Iniciados del Fuego bajaron la barrera hasta la superficie terrestre y a partir de nuestra expedición, las nuevas condiciones de vida penetran en la Tierra y depuran sus ámbitos de residuos de antiguas experiencias negativas. Con nuestros cuerpos de fuego incinerábamos los desechos kármicos hasta reducirlos a ceniza inerte que, con el tiempo, se integrará a los sedimentos planetarios formando basaltos y lavas ardientes. La virtud de los Iniciados del Fuego es la transformación de las cosas usadas en cosas buenas para la vida.

En vista de los resultados que estábamos logrando y la rapidez de nuestro avance, Adelphirake nos reunió en un anfiteatro de grandes dimensiones y formas espectaculares, situado muy profundo debajo del Océano, y nos distribuyó en diversas expediciones separadas, a fin de apresurar nuestra labor. Cada uno iría individualmente por diferentes rumbos y nos comunicaríamos telepáticamente para coordinar los resultados. Cuando fuera necesario, Adelphirake nos visitaría astralmente y nos ayudaría. Así alcanzamos notables resultados, con experiencias diversas que, en el relato se narran a continuación, como quedaron registrados en los Anales Akásicos, para beneficio de futuros expedicionarios.

Los Lemures atacan

Acompañada por numerosos elementales del fuego, que le obedecían fielmente, Rore descendió a mayores profundidades, hacia el centro de las razas lemurianas, donde subsistían en inmensas galerías, “semiciegos, semiinconscientes, deformes y puramente instintivos.” Avanzó audazmente por túneles y corredores oscuros que comunicaban los diversos espacios habitados y en todo momento se percibía una presencia en asecho. Los servidores de la Iniciada se adelantaban hasta gran distancia, por grietas y fisuras, incinerando las criaturas de los abismos que encontraban en sus recorridas, despejando el avance de Rore en todas las dimensiones. No sólo el ambiente pesado y hediondo revelaba la presencia de cuerpos vivos en actividad, sino también un lejano retumbar de timbales golpeados con un ritmo pesado que hacía vibrar densamente el aire de los túneles, como tubos de un órgano prodigioso, provocando el estallido de rocas y derrumbes de galerías. Pero Rore no se detenía; guiada por el sonido y protegida por sus servidores, los elementales de la tierra que respondieron incondicionalmente a los llamados de su mente superior, formando una coraza protectora que abría el camino con absoluta seguridad, desembocó ante un grandioso espacio muy alto, donde estaban reunidos los lemures, por millares, en formación de combate, según su estilo y posibilidades. ** “Descendientes de la séptima y última subraza, Moo-Za.Moo, eran gigantes de 2,80 metros de estatura, con un cuerpo inmenso sostenido por piernas relativamente cortas, con pies semiredondos planos y de cortos dedos. Los brazos le llegaban casi hasta los pies con cabezas pequeñas. La formación lemur para el combate era así: Sobre un amplio frente se alineaba una fila de machos, tras ésta una de hembras: luego otra de machos, otra de hembras y así sucesivamente. Los hombres iban armados con sus pesados bastones y las mujeres llevaban sobre las espaldas un saco de fibra vegetal en el que llevaban los niños y los frutos alimenticios. A medida que avanzaban, el cadencioso movimiento de su pesado andar producía una vibración que desorientaba a sus enemigos, abriendo inmensas grietas en las cuales se hundían.”

Rore no se inmutó. Voló y se plantó sobre un promontorio en el centro. El ejército lemuriano la rodeó a distancia y atronó el espacio con sus ritmos infernales. Entonces, Rore llamó a los elementales del fuego que acudieron por millares desde el éter y levantaron un anillo ardiente infranqueable. Poco a poco, la Gran Iniciada desplegó la Barrera Radiante del Maitreya en toda su potencia vibratoria, que ella portaba, y fue desintegrando a los gigantes en su estructura biológica prehistórica: caían, se deformaban como un gel nauseabundo que se derramaba por el piso con grandes charcos, humeaban y se disolvían en la oscuridad. Desaparecieron. No tenían mente y nunca volverían ni habitarían ningún espacio. La materia inerte sin dimensiones fue devuelta al depósito cósmico.

Rore continuó su misión investigando rincones oscuros y cavernas luminosas, antiguas ruinas y lejanos corredores y donde encontraba lemures, de cualquier condición, los desintegraba. Progresivamente, con la exclusión de esas criaturas, detritus de una vida superada, el planeta empezó a revivir sus fuerzas interiormente, como ya lo había logrado en la superficie. Sólo los hombres pueden sanar a la Madre Bhumi, y es la tarea de la nueva Raza.

Los encantamientos de Ariel

Los Americanos de la Nueva Raza, aunque externamente son de apariencia semejante, incluso entre los sexos, poseen una personalidad bien definida, con grandes diferencias entre unos y otros, aún cuando pertenezcan a una Comunidad y hayan sido dirigidos por el mismo instructor, porque esta manera de ser es el resultado del desenvolvimiento de sus posibilidades internas, que a medida que se perfeccionan, revelan otras desconocidas que se activan formando nuevas formas de pensar y sentir. Ariel era muy creativo y consideraba sus acciones como pequeñas y efímeras obras de arte. Así como una bailarina, en cada movimiento de su ballet crea una forma nueva, a pesar de las repeticiones, forma que una vez manifestada se disuelve en el espacio, y en esa levedad reside su encanto, así Ariel, en sus acciones contra los atlantes, introduce la fuerza de una obra original, con un poder irresistible.

El territorio que le fue asignado era vasto, aunque poco habitado por restos de lo que fue la brillante civilización atlante. Muy degenerados por la prolongada permanencia bajo tierra en túneles y ruinas sepultadas, sin mente ni estimulaciones afectivas, apenas se desplazaban arrastrándose en grupos pequeños, buscando satisfacer sus elementales necesidades. Raíces jugosas cubren las paredes y caen junto vertientes acuáticas que les aportan minerales necesarios para los vegetales y los detritus. Pero, ¿son humanos sin mente, o post humanos, objetos fuera de la ley moral, como las piedras o los elementales de la Tierra?

Ariel deambula por los corredores al azar, y cuando encuentra a los atlantes o cualquier monstruo de las profundidades, los toca con las manos, suavemente, portadoras del poder del Maitreya y al instante se deshacen en escarcha imponderable, chisporrotean y se disipan. De inmediato, el lugar se transforma y adquiere cualidades primigenias, iluminadas por las radiaciones de las nuevas vibraciones. Ariel no las modifica; simplemente revela lo que siempre fueron y ahora se presentan visibles a los ojos del espectador. Aparecen castillos, palacios de fantasía, puentes y torres, senderos multicolores y muchas construcciones de la más remota antigüedad.

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