Relato N° 14 - La Renuncia de los Millonarios

A continuación relataré un grupo de cuentos premonitorios sobre la caída de la civilización occidental en el siglo XXI de la antigua cronología cristiana, que han quedado registrados en los Anales Akásicos, a donde acuden los estudiosos de la Filosofía Rásica y explican detalles y características de los Relatos hasta ahora comunicados y los que vendrán más adelante. Después de una expansión extraordinaria del Mensaje de la Renuncia, la figura de su fundador, Santiago Bovisio, era muy popular en todos los rincones de la Tierra y sus Enseñanzas eran repetidas de memoria en escuelas y templos. Pero, como una planta con mucha vitalidad, la doctrina se ramificó cientos de veces con significados contradictorios y gurúes interesados más en el dinero que en las ideas; sólo unos pocos permanecieron fieles al Canon originario. La Renuncia se transformó en una moda y los grupos competían entre sí para llamar la atención y satisfacer el ansia de posesión. Por el principio de contrariedad analógica universal, la Ley de la Renuncia se revirtió en su contraria, y las más diversas herejías se desarrollaron prodigiosamente. La pureza de la doctrina quedó para unos pocos fieles al Canon.

En ese siglo, Las Vegas se convirtió en el centro mundial de los juegos de azar y de todas herejías imaginables que se desprendieron del tronco original del Maestro Santiago Bovisio. Así ha ocurrido siempre en las revoluciones políticas, sociales y religiosas. De la lucha entre los creadores y los reaccionarios inmediatos, surgió la corriente triunfadora definitiva. El dinero mágico de los casinos y las tentaciones de las mafias espirituales actuaron en pareja tras el ansia de posesión y la ilusión de paraísos inexistentes. Las Vegas se convirtió rápidamente en un sitio fantástico, día y noche. Junto a las réplicas de la Torre Eiffel, el Palacio veneciano de los Dux y otras construcciones opulentas, las religiones duplicaron monumentos propios de sus esplendores: El Islam construyó una réplica, a escala real, de la Mezquita de la Roca y su cúpula de oro. Para no ser menos, los Judíos hicieron un “Muro de los Lamentos” gigante, el doble del original de Jerusalén, con piedras traídas desde Palestina, unidas con oricalco sintético moderno. La Iglesia Católica construyó un Baptisterio de Pisa perfecto. Los Mormones levantaron un domo como el de Lake City con un coro polifónico permanente de 1.000 cantantes. Todas las corrientes tenían su sede en Las Vegas y convivían en liberal camaradería. Del mundo acudían los peregrinos para orar, jugar y divertirse. El carnaval era permanente y muchos consideraban que el paraíso estaba en Las Vegas. Se estableció una asamblea permanente de religiones y sectas, sin restricciones. Casas de Retiro y Oratorios de todas las sectas del mundo más suntuosos y equipados con saunas, terapias propias, suites lujosas con grifería de oro, relax y todos los placeres que puedan imaginarse, con jardines orientales y piletas de aguas termales, rodeaban por cientos los suburbios de Las Vegas. Su eslogan era: “El Paraíso está aquí y ahora”. Pero, como todos los Paraísos celestiales y terrestres, creados por el hombre, resultaban aburridos, Las Vegas empezó a decaer. Era más fascinante aventurar una excursión nocturna por las peligrosas calles de Buenos Aires, donde asechaban ladrones, drogadictos, violadores y cuchilleros asesinos que languidecer en los casinos de Las Vegas.

Pronto surgió la gran idea, como no había aparecido antes: ¡El Coliseo! ¡Imperial! ¡Fastuoso! ¡Único! Por fuera y por dentro, con los más excitantes espectáculos de gladiadores y artes marciales de sangre y muerte, con animales que no conocieron los romanos: las nuevas quimeras que estaba produciendo la ingeniería genética. Espectáculos planetario transmitido por Internet: El hombre de las cavernas luchando a muerte con el tigrón de colmillos sables. Gladiadores robóticos despedazando mamuts regenerados. Tiburones versus calamares gigantes. Procesiones de las más vistosas religiones con ceremonias espectaculares en escenarios virtuales. ¡Un Dios único y el hombre triunfador! A la entrada del Coliseo se construyó un gladio gigante, de acero, de 100 metros de altura. Reservado para millonarios, el estadio constaba de diez mil balcones personales blindados, provistos automáticamente de aire acondicionado, bebidas, golosinas, música personal, etc., como una limousine de lujo. La primera fila de 100 asientos, era propiedad exclusiva de los hombres más ricos del mundo, con palcos reales para Presidentes, dignatarios religiosos, y otros invitados especiales. La fiestas de la inauguración duraron 365 días corridos y batieron todas marcas. Los magnates estaban eufóricos. Las religiones y sectas también alcanzaron records de fieles contribuyentes. Nunca hubo tanta religiosidad como esos años y los creyentes estaban satisfechos con creencias que complacían sus gustos. El Infierno fue derogado, como ya se había hecho con el Limbo, y el Paraíso fue trasladado a la Tierra con gran pompa.

Un líder mundial de la nueva creencia se situó en Las Vegas y en poco tiempo acaparó todos los poderes del Coliseo y la gran estructura financiera que lo sostenía. Desarrolló entonces la nueva doctrina de la Renuncia, en la que no la negaba, sino que la exaltaba, a su modo, para los elegidos de la fortuna, los multimillonarios. Se llamaban a sí mismos Jobianos, en recuerdo del personaje bíblico que perdió todo, fortuna, hijos, mujer y vivió en la pobreza; pero con perseverancia y paciencia, volvió a ser mucho más rico que antes. Incluso pasó a la Historia en el Antiguo Testamento: “Las lamentaciones de Job”. El líder predicaba: “La fortuna, las posesiones, las joyas y los dólares son nada. El hombre que sabe renunciar tiene todo en sus manos y vuelve a recuperar lo que perdió y más aún. La riqueza es de los elegidos, es signo de Renuncia, es el Paraíso. Aquí, en este magnífico Coliseo, expresión del Imperio más rico y fuerte del mundo, ante 10.000 millonarios elegidos, practicamos la Super Renuncia y damos todo, hasta quedar desnudos como Job, para volver a poseer ciento por uno”. Como puede observarse, la idea de este desmesurado teólogo era una caricatura de la doctrina que predica la redención por el esfuerzo individual. En cambio, el Jobiano predicaba la renuncia para tener más.

Pronto empezaron los preparativos de la Super Renuncia de los cien millonarios más ricos del mundo, sentados en primera fila. Fueron invitados Presidentes, Reyes, Pontífices y Lamas de diversas religiones, quienes presidieron las ceremonias con pompa imperial. Se arrojaron millones de dólares desde helicópteros a multitudes apiñadas en las calles de Las Vegas; los afortunados corrían a las máquinas tragamonedas para volver a salir y recoger más. El lema era: “Dar todo hasta quedar desnudos como nacimos, para ser más ricos que antes”. ¡Viva el Paraíso!

El Coliseo Imperial estaba lleno y perfectamente iluminado. Los tramoyistas y técnicos manejaban máquinas ocultas que movían la dinámica de los escenarios. Habían terminado las procesiones y las misas. Los acróbatas y saltimbanquis habían concluido sus piruetas ante un público impaciente, ansioso de presenciar la Super Renuncia. Los televisores del planeta estaban concentrados sobre el Gran Cero a punto de comenzar. El Jobiano, vestido con toga imperial romana y laureles de oro en la cabeza, presidía el acto. Levantó solemne su brazo derecho y sonaron las trompetas. Un gran fuego se encendió en el centro de la arena. Al terminar el anuncio musical, se atenuaron las luces y un reflector se concentró sobre la persona más rica del mundo.

Como por arte de magia, el enorme palco se desplazó por el aire hasta quedar suspendido sobre el fuego unos 50 metros de altura, lleno hasta el tope de dólares, euros, joyas, títulos de empresas, acciones, propiedades, pinturas únicas, jarrones Ming, perfumes, diamantes, perlas. La señora NÚMERO UNO, joven todavía, alta, rubia, espléndida y despreocupada, empezó a arrojar al fuego lo que tenía. Tiró todo, y cuando no encontró nada más a su alrededor, empezó a desprenderse de las joyas que portaba, el vestido, la ropa interior, los zapatos, hasta quedar desnuda. “¡Ah, me olvidaba!”, dijo por el micrófono, se sacó el anillo de matrimonio y lo tiró, riendo a carcajadas. Luego, de pie y tal como había nacido, fue paseada frente a las graderías, saludando al público que se había vuelto loco de entusiasmo, gritando, aullando, pateando el piso y riendo a carcajadas. Después, fue depositada en su mismo lugar privilegiado, pero completamente pobre.

De esta manera, con diversas modalidades, renunciaron los 100 Super Ricos, que se transformaron en Super Pobres. Aparecieron piezas únicas que habían desaparecido tiempo atrás: la Gioconda, robada del Louvre, la Biblia original, impresa por Gutemberg, las carpetas originales de Leonardo, las joyas de la corona británica, el diamante Koïnor, y muchas otras de valor incalculable, que estuvieron escondidas en los recintos blindados de los coleccionistas muchos años.

Una vez que el fuego se fue apagando y quedaron las cenizas, las luces se encendieron a pleno, se hizo silencio con gran expectativa y El Jobiano descendió de la tribuna presidencial y caminó, aislado y ceremonioso, hasta un púlpito dorado, para pronunciar las palabras finales y cerrar el acto. Dijo: “La mecánica de la Renuncia es muy larga o muy corta. Durante años de paciencia y perseverancia pasasteis de la nada hasta ser los cien mejores y más ricos del mundo. En unos segundos volvisteis al origen. Pero todavía tenéis la vida, las experiencias, el arte de ganar, relaciones sociales., los recuerdos, la nostalgia. Todavía tenéis mucho que renunciar. No sois verdaderamente pobres. (Un murmullo de inquietud y voces de protestas se levantó desde las graderías). No estáis capacitados para darlo todo, pero yo, Job, puedo darlo por vosotros. ¡Está ante vuestra presencia!”

El piso removió la arena cubierta de detritus y empezó a emerger un gran artefacto negro, pulido, muy brillante de diez metros: una ojiva nuclear. Tenía un título en rojo: VEINTE MEGATONES. Los altoparlantes empezaron la cuenta regresiva: 100, 99, 98, 97 . . . El caos estalló en todas partes y los millonarios huían desesperados transformados en bestias enloquecidas, llorando, chillando, golpeando, luchando entre ellos. Nada podían hacer. Afuera, en los casinos ocurría lo mismo. En las calles los automóviles corrían velozmente. Job estalló.

Los pasajeros que volaban sobre el desierto vieron un sol de fuego y quedaron ciegos. Los aviones estallaron en el aire. Los satélites espaciales encendieron sus alarmas de guerra. Las Vegas quedó aniquilada. Los bosques se incendiaron. Los depósitos de combustible explotaron. Una gran nube de ceniza radioactiva empezó a desplazarse hacia el Este por el territorio norteamericano, empujada por el viento.

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