Relato N° 38 - La Inteligencia Artifical

La Inteligencia Artificial, guardada en la Burbuja Comando del Pacífico, después de las derrotas de sus robots en el continente americano, se sumergió en las profundidades de una fosa y permaneció silenciosa e invisible por un tiempo. Los grandes porta robots se concentraron en determinados lugares y se ocultaron, en tanto que algunas unidades hostigaban islas lejanas manteniendo ocupadas y dispersas las naves aéreas que acudían en apoyo de las poblaciones. Lentamente fueron evacuadas hacia territorios seguros de África a donde no podían llegar los invasores. Por un tiempo se mantuvo relativa calma en todos los frentes, aunque presagiaba un recrudecimiento más violento que la primera invasión. Los Acuarianos aguardaban alertas, incrementaron la vigilancia y reforzaron sus defensas, a la espera de un nuevo ataque. Entonces tuve una idea.

Los Acuarianos habíamos estado muy ocupados en las más apartadas regiones del globo frenando y desarmando la colosal irrupción de miles de autómatas que la ciencia había creado y provisto de movimientos agresivos contra la población humana, como si un odio intenso los incitara destruir a sus creadores. Los artificios mecánicos tienen programas de todo tipo, pero no sentimientos de odio o amor. Los robots no tienen corazón, no sienten; accionan sus programas. Hemos estado defendiendo nuestra existencia contra un enemigo que no conocemos, nunca hemos visto su rostro ni ha manifestado sus propósitos. Lo que sabemos son deducciones e interpretaciones de los hechos acaecidos, pero no podemos adivinar sus objetivos globales. Tenemos conjeturas firmes, pero no sabemos. Y esperamos un pronto ataque que puede ser el fin de los ideales Acuarianos. La idea es introducirme en el interior de la Burbuja Central de donde surgen las directivas de los robots combatientes. ¿Cómo? Consulté con Adelphi y Rore que también estaban en sus naves sobre el Mar de China Meridional, como yo. Les pareció un buen proyecto y buscamos consejos. En el Tíbet estaban las Ñustas trabajando en la asistencia de los refugiados enfermos y decidimos consultar a la venerable Superiora IArka, la más anciana de las mujeres vivientes, de 150 años de edad, todavía activa y la más sabia de las Hijas del Sol. Encontramos a las Ñustas en un antiguo monasterio escondido entre montañas nevadas y, después de los saludos rituales, expuse el proyecto en detalle, aunque no sabía cómo llevarlo a la práctica. La Venerable IArka respondió que era posible, muy peligroso y se podía llevar a cabo en un viaje astral bien preparado y protegido, porque no sabíamos qué había dentro de la burbuja, la cual había mostrado un poder agresivo, perverso y determinado. “Es una máquina, dijo Rore, pero actúa con voluntad inquebrantable, compleja y maligna, podríamos decir, humana.” “Es lo que quiero saber y no hay otra forma de saberlo que ir hasta allá y averiguar”, respondí.

Seguimos los consejos de IArka. Utilizamos el monasterio que recibía altos potenciales energéticos Ired del Sol. Las Ñustas suspendieron otras actividades para concentrarse en la meditación formando un cuerpo de apoyo místico sólido y resistente. En una sala apartada nos reunimos los siete actores y en la más eficiente posición sedente mental de Ramsés nos concentramos en la Burbuja. Haré el viaje en solitario, desde el más apropiado plano astral que pueda penetrar las defensas y haga posible la investigación. Mi cuerpo quedará en el monasterio guardado por los compañeros que no se moverán del lugar hasta que regrese.

“¡Cuídate!”, me dijo Rore. “La inteligencia es falaz”.

“¿Y cuál es su punto débil?”, pregunté.

Ella me respondió: “La vanidad”.

Concentré mis pensamientos y pronto me encontré flotando en un fluido dinámico, flexible, azul profundo. Ante mí, una gigantesca esfera ambarina rotaba sobre un eje vertical sin marcas en la superficie pulida; no habían señales de ventanas ni entradas; era perfecta y tal vez la más grande construcción construida en el mar, incluyendo los edificios de Hiperbórea. Quise entrar y al instante me encontré en el interior de la burbuja deslizándome por indefinidos corredores luminosos, ambiguos espacios de cambiantes tonalidades y formas, rampas de color que subían y bajaban en todos los sentidos y pompas de variadas dimensiones que se hinchaban y estallaban sin ruido, desparramando una nube de centellas que se disolvían sin dejar rastro. Está tratando de impresionarme, pensé para mis adentros y enseguida las formas empezaron un gracioso ballet aleatorio muy hermoso, acompañado de un adagio melodioso.

“¡Bravo! Te felicito”, dije en voz alta aunque en ese espacio no sonaban las voces. Escuché una risa de complacencia y de inmediato las formas se disiparon en un arabesco final con un poco de fuegos artificiales y aparecieron los objetos reales, la burbuja material por dentro. “Bravo, nuevamente”, repetí. Muéstrate como eres y, sobre todo, cómo debo llamarte. Mi nombre es…” “No lo digas, Io-Seph, lo conozco y te conozco desde hace tiempo. En cuanto a mí, no tengo. Me dicen Inteligencia, pero es una definición incorrecta.” Le dije: “Por lo que he visto y sé de ti, me gustaría llamarte Alpha, la primera estación de los hombres en el espacio, el Principio o, mejor aún, el Aleph, un cuento antiguo sobre un punto de luz que contenía el Universo en todos los tiempos.” Respondió: “Nómbrame así, me gusta porque así soy”. Le dije: “Pero ¿tú eres tú? Afuera he visto muchos, miles de robots inteligentes como tú. ¿Cuál y qué eres?” “¡Sí, debes conocerme, así será mejor!” respondió el Aleph después de un momento de reflexión. “Mi Secretario contestará tus preguntas y te guiará. Pregunta sin temores porque es inteligente, como el Aleph”.

La Burbuja interiormente era grandiosa, un inmenso espacio esférico sin nada fijo y sólido, sino los hologramas producidos por Aleph que en continuas variaciones dinámicas cambiaban sus formas y dimensiones sin descanso. Las paredes curvas mostraban interminables pantallas, aparatos y otras piezas en incomprensibles relieves, color rosa, con protuberancias y surcos profundos. Un suave movimiento hinchaba y retraía esa inquietante materia que me recordaba una cosa familiar y me pareció que estaba metido en el interior de un cerebro al revés, cóncavo, trabajando intensamente. La materia cerebral gigantesca, formada por toneladas de circuitos y artificios eléctricos desconocidos, rodeaba completamente el espacio circular esférico que, al parecer, era un escenario donde se manifestaban las creaciones de Aleph y se ensayaban sus propuestas. Era como si la Inteligencia se complaciese en contemplarse a sí misma y a sus obras, antes de ponerlas en acción. Similar a un simulador de vuelo o de batallas del mundo antiguo, le enseñaban cómo dominar y las mejores estrategias. Hacia mi derecha, se desprendió de la estructura palpitante un objeto geométrico, un icosaedro luminoso y consistente, el sólido pluscuamperfecto de veinte triángulos isósceles iguales y deslizándose cerca del piso, se acercó y me dijo: “Soy el Secretario. Acompáñame. Te mostraré lo que quieras”. “Enséñame todo”, le respondí y me condujo por un corredor iluminado con rayas blancas y verdes.

Recorrí la burbuja por dentro en todas sus partes, espacios móviles, pisos deslizantes y escaleras mecánicas, largos corredores rectos y curvos, máquinas que se movían cumpliendo alguna función desconocida para mí, ruedas que giraban, cigüeñales y bielas de metal pulido, cintas transportadoras moviendo repuestos, micro procesadoras armando chips electrónicos, fundidores de metales, moldeados de plásticos, en fin, todos los instrumentos necesarios para producir robots especiales, muy sencillos y eficaces, listos para salir al mar esperando las órdenes de entrar en acción. Yo estaba atento a todos los detalles, porque no era un turista que busca novedades interesantes, sino un espía. Aleph también lo sabía y ante la imposibilidad de impedir mi entrada, buscaba el modo de cerrarme las salidas, magnéticas, eléctricas, super vibratorias, las que fueran. Mientras me deslizaba junto al Secretario, sentía que era palpado e investigado por diversas fuerzas invisibles que me atravesaban sin encontrar ninguna resistencia. Los Elfos me acompañaban, más etéreos que yo en el segundo plano astral me protegían y desviaban cualquier descarga energética peligrosa.

Le pedí al Secretario que me llevase al sector pensante del complejo y me condujo a una sala circular, cálida, musical, con un acentuado rumor vibratorio como el de muchas voces susurrando juntas en la misma tonalidad. A cierta distancia del piso, suspendida en el aire por fuertes campos magnéticos, giraba suavemente un anillo de veinte cajas cúbicas de cristal, llenas de un líquido transparente rojo sangre, ¿también artificial?, en cada uno de los cuales flotaba un cerebro humano vivo, palpitando y vibrando según las formas de pensamiento que lo conmovían internamente. El Secretario me dijo: “Están interconectados como una supercomputadora. Miles de millones de sinapsis trabajando para la gran Inteligencia”. El Secretario siguió hablando sin parar mientras yo presentí un peligro inminente. El giga cerebro enfocaba su atención en mi y sentí el impacto de sus ondas cerebrales. Lo que no habían logrado las vibraciones electrónicas en mi espacio astral, ahora lo intentaban los cerebros humanos vivos con ondas X2. ¡Había descubierto el secreto de la Burbuja Central: cerebros sin alma, sin corazón, terribles, falaces!

Sentí un llamado telepático de IArka: “¡Sal de ahí rápido. La Burbuja se está moviendo!” Cerré la capa, desaparecí, atravesé la trampa y escapé hacia otras dimensiones. En mi lugar dejé varios hologramas con Elfos muy parecidos a mí, que corrían de un lado a otro, como si buscaran una salida. El Secretario los seguía sin saber a cuál hasta que los hologramas se disolvieron en el aire y los Elfos desaparecieron.

Cuando recuperé la conciencia me encontré recostado en la sala del Monasterio tibetano, con IArka que me tenía la mano bien apretada y me llamaba: “Io-Seph, Io-Seph”. A su lado estaban Adelphi Rake y Rore, que me felicitaron por haber regresado vivo. Estaba muy cansado, como si me hubiesen dado una paliza. Les pregunté: “¿Qué está pasando afuera? ¿Hacia donde se dirige la Burbuja?” IArka me dijo: “Debes descansar hasta que te recuperes. Aquí es buen sitio”. Trajeron una almohada y una manta y de inmediato me dormí. Pero alcancé a escuchar, o lo soñé, que decían “Va muy rápido hacia Hiperbórea”.

Anterior
Siguiente