Relato N° 13 - El Gran Cañón del Colorado

Ahora somos tres. Por otra ruta, dos compañeros me han alcanzado antes de entrar en el Cañón para asistir al Concilio: Rore (quiere decir escarlata, encendida) y viste un traje de seda rojo como llamas y Mann (quiere decir hombre, alimento) y viste un traje de lino verde. Son entes poderosos de la Orden del Fuego en Huechulafquen. Mann es sabio en la Historia de la Era Americana. Rore es una muchacha joven de enorme poderes psíquicos, especialmente en el dominio de los elementales que le obedecen ciegamente. Gran Iniciada del Fuego, encarnó para ayudar a los Americanos en situaciones de necesidad, como estos momentos.

Desde hace una hora, observamos una enorme tropa de ganado mayor, bisontes, vacunos, búfalos, miles, que galopan enloquecidos hacia la entrada del Cañón empujados por hordas de androides montados en caballos mutantes, armados con lanzas y otras armas, gritando alaridos salvajes. Los acompañan quimeras de grandes dimensiones y monstruos voladores, descendientes de antiguas transformaciones genéticas. El horizonte está envuelto en nubes de polvo, mugidos y gritos de odio, moviéndose hacia nosotros. Comprendimos que el propósito de los androides era precipitarlos sobre las graderías y espacios de los Americanos convocados en Asamblea en el Gran Cañón, para asesinarlos.

Rore corrió como el viento y cubrió la entrada abierta desplegando la radiación de su poderoso Cuerpo de Fuego al tiempo que incendiaba matorrales y arboledas, formando una barrera de inmensas llamaradas. De éstas brotaban salamandras y erinias enfurecidas, como flechas encendidas que empujaban a las bestias hacia los costados y las obligaron a retroceder, huyendo hacia el desierto en completo desbande. Los androides, viendo a Rore solitaria e inmóvil, la atacaron al galope de sus bestias. Pero los elementales del fuego saltaban de las llamas y se pegaban a jinetes, cabalgaduras y quimeras que se revolcaban en el suelo, relinchando y profiriendo alaridos, sin poder despegarse del napalm que los roía hasta el hueso. Así murieron las bestias del desierto, enemigos del Concilio, mientras el ganado desaparecía en el polvo, regresando a sus territorios de las planicies.

Nos reunimos con Rore, que no se había movido de su lugar, inmutable y serena como siempre, entre humo y cenizas. Bajamos cuando era mediodía en el Gran Cañón y encontramos a muchos Americanos que nos recibieron alegremente, felicitando a Rore por su valor y energía. Para pasar la noche, nos dieron un lugar entre hermosas rocas junto al abismo.

Dormimos bajo un cielo despejado, brillante de estrellas. Al amanecer, el sol coloreaba los bordes rocosos del inmenso anfiteatro, que descendía en gradas hasta el lecho del río, allá abajo. Los asistentes saludaban con cantos de alegría la presencia del astro y entonaban coros e himnos ceremoniales. En el cielo se desplazaba una gran aeronave blanca que descendió hasta nuestro balcón, acercándose con suavidad. Procedían del Volcán Lanín, la Tabla Madre de América del Sur y chakra planetario rector. Descendieron Emerico, Plüss, Tino y Fausto, la más alta jerarquía de la Orden Americana del Fuego y con nosotros tres, Rore, Mann y yo, formábamos la delegación que representaba al Sur.

El Concilio, convocado por la Comunidad del Norte, se proponía considerar la situación de la Raza en la mitad de su tiempo, unos 10.000 años. Asistían las principales agrupaciones de los dos continentes: Huechulafquen, Tiahuanaco, Chimborazo, la ciudad acuática del Caribe, Teotihuacán, y muchas más que no he mencionado en estos relatos; en total siete del Continente Sur y otras siete del continente Norte. Aproximadamente unas mil personas, desde Tierra del Fuego hasta Groenlandia en las costas del Mar Ártico. Las fuerzas espirituales del Planeta se reunirán más tarde en la Asamblea de Plenilunio de la gran ciudad acuática Hiperbórea del Polo Norte.

Los hombres de la Nueva Raza, cuando estallaron las matanzas y la guerra civil norteamericana, encontraron refugio en cavernas y túneles del Gran Cañón del Colorado, entre otros sitios inaccesibles. Ese espectacular escenario natural mantiene el chakra planetario del continente y alberga desde tiempos remotos a la dinastía del Águila, así como el Lanín conservó a los Mapuches (Tierra de hombres). Ahora vuelven con todo su poderío. El Gran Sacerdote Seatle, autoridad mayor de la Orden del Fuego en América del Norte, anfitrión del evento, apareció en una amplia terraza en el centro del anfiteatro, rodeado de sacerdotes vestidos de blanco y negro, y alzando los brazos, con voz potente, pronunció el universal saludo: “¡Ahehia ote Hes!” Mil voces le respondieron: “¡Eret Hes ote Ahehia!”

La Asamblea duró tres días, como es habitual y no voy a detallar en este Relato los discursos ni las opiniones de los participantes, sino haré una síntesis breve de los temas que se presentaron, con la más amplia libertad de expresión, como corresponde entre sabios, que convergían hacia un punto central común a todos y los inquietaba: El estado de la Raza Americana en la mitad de su carrera y la relación con los detritus de la anterior Aria Teutónica, cada día más peligrosos y satánicos.

En primer lugar, le fue concedida la palabra a la Venerable IArca, Decana de las Sacerdotisas del Sol, la más anciana de las Ñustas. Como ya expusimos en el Relato Tiahuanaco, reiteró su preocupación: “El Camino se divide. La nueva Humanidad es feliz con sus conquistas. La antigua Humanidad sobrevive entre las ruinas de la Civilización. ¿Cuál es la misión de los Americanos?” Y repitió muchas sentencias y profecías del Maestro Santiago, conservadas en el Canon de las Enseñanzas, que se conservaba y ella conocía de memoria.

Por Teotihuacán expuso Uxmal, máxima autoridad de sus sacerdotes y extraordinario conocedor del sistema planetario solar por sus viajes astrales. Dio a conocer los adelantos de su comunidad politeísta, tan parecida al Templo de Amón en Egipto, expresó la gran cantidad de aspirantes que ingresan anualmente, incluso provenientes de otros continentes y relató, con entusiasmo, el progreso en la evolución de Sol Ra, que ya empieza a ser visible en noches muy claras, más cerca del Sol que Venus. El nuevo planeta será la próxima morada del hombre cuando abandone la Tierra.

Emerico, teólogo eminente, antiguo Caballero de la primera Orden del Fuego en América del Sur y, más atrás aún, Príncipe de la Casa Real en Tebas durante la Guerra de los Dos Soles, actualmente Sumo Sacerdote en el Lanín, envuelto en su capa blanca, tomó la palabra y dijo:

“¡Ada Ala Kahor!” (El Camino de Kahor está lleno de Fuego Sagrado). ¡Americanos del Norte y del Sur! Antiguamente los dos continentes se unían con montañas tropicales, pero los hombres estaban desunidos por religiones e ideas. Ahora, aunque constituimos dos continentes separados por el Mar Caribe, nos reúne la Ley de la Renuncia. En la mitad del tiempo que se nos ha concedido, 20.000 años, los resultados obtenidos por la Raza Americana son asombrosos; la obra realizada nos llena de orgullo: el planeta Tierra ha recuperado el esplendor de nuestros antepasados Atlantes, las aguas de ríos, lagos y mares son transparentes y limpias, selvas, bosques y praderas lucen con vida renovada, aves y mamíferos de todas las especies, incluso las nuevas, deambulan libremente sin temor, guiados por los impulsos de sus variadas naturalezas, los restos de las antiguas metrópolis subyacen en sus pequeños territorios sin peligro ni amenaza, medrando en la impotencia. Androides y otras quimeras creadas por antiguos laboratorios se multiplican entre ellos masivamente, sin capacidad genética para cruzar la Barrera Radiante del Maitreya definitivamente. Siempre serán androides, sin civilización ni tecnologías artificiosas, con lenguaje rudimentario y primitivo, suficiente para expresar sus pasiones bestiales. Las especies se separaron incongruentes, como ocurrió entre los hombres y los simios; la Raza Acuario Americana evolucionó y se transformó en una nueva especie con Cuerpo de Fuego; la Raza Ario Teutónica involucionó y se ramificó en nuevas especies androides, quimeras y otras de vida efímera. Nos encontramos en el nodo de la Historia y, una vez más, los hombres deben elegir. Hace 118.000 años, el Gran Iniciado Solar Manú Vaivasvata, desde la Isla de Coral, inició la marcha al frente de un millón de arios, hacia el continente asiático, dando comienzo a la gloriosa Raza Raíz Aria y la conquista definitiva de la razón y, con el nuevo instrumento mental, la materia y sus secretos. En este mismo desierto americano hicieron estallar la primera bomba atómica, dando comienzo a la nueva época, la civilización de la energía, transformando materia en poder. Y con la sabiduría de la doctrina de la Renuncia y el desenvolvimiento de los instrumentos interiores dormidos estamos capacitados para la ocupación del sistema planetario solar en su totalidad; el nuevo planeta, Sol Ra nos espera. ¿Estamos listos para la gran aventura, con nuestros Cuerpos de Fuego desplegados, volando por los espacios infinitos, en nuestra propia gravedad, en amistad con los Dioses del Cielo? ¡No! Somos un millón de seres libres, como en tiempos del Manú, pero el Gran Ser hizo la guerra para conquistar los nuevos espacios. Allá en los pantanos de las antiguas Nueva York, Shangai, México sobreviven en la desesperación cientos de millones de detritus humanos. ¿Seguiremos los pasos del Manú, fundador de la Raza Aria o escucharemos el mensaje fraterno de Cristo Maitreya y los ayudaremos a redimirse? Estamos en la encrucijada de los dos caminos: ser libres o ser salvadores del mundo. Este dilema será planteado en la próxima Asamblea de Plenilunio en la Gran Ciudad Urania del Polo Norte, con todos los hombres de Cuerpo de Fuego del Mundo y con la presidencia del Primer Regente del Sistema Planetario, Sanat Kumara, Micäel, y allí encontraremos la solución del problema.”

Anterior
Siguiente