Relato N° 9 - La Comunidad Voladora

Estoy en la cima del Chimborazo, volcán apagado de más de 6.000 metros de altura, en la línea del Ecuador sobre la cordillera de Los Andes. Hace unas semanas recibí una comunicación para encontrarme en este lugar con los monjes de la comunidad voladora que reconstruye las corrientes energéticas del continente y mientras espero, explicaré las funciones y aptitudes de estos sacerdotes obreros del siglo 100 de la Nueva Era.

En la antigua civilización occidental, las personas tenían unos aparatos eléctricos, llamados celulares, con los cuales se comunicaban por medio de ondas electromagnéticas. Ahora los Acuarianos nos comunicamos a distancia por ondas, directamente desde el cerebro. También, en aquella legendaria civilización, los centros poblados estaban conectados por conductores eléctricos a usinas productoras de energía eléctricas, para iluminación, calefacción, comunicaciones, transportes, fábricas y otros fines. Ahora que no hay civilización ni personas que usen máquinas, sino un planeta orgánico, los seres están aprendiendo a vivir orgánicamente y utilizan las fuerzas superiores que los exaltan, sin instrumentos externos, materiales o psíquicos. Pero la Tierra quedó desequilibrada hasta sus raíces en la terrible destrucción que terminó con las ciudades y necesita una reconstrucción completa. Las gigantescas explosiones nucleares que la sacudieron en todas partes enloquecieron su delicado equilibrio y durante los primeros milenios reinó el caos hasta las raíces ardientes del núcleo profundo. Podría haber sido el fin de la vida, pero los Grandes Iniciados, con ayuda de los Acuarianos que asumieron la responsabilidad de trabajar por la exaltación de la vida, poco a poco, cuando cesaron las explosiones y los cataclismos, su pusieron a trabajar. Desarrollaron un programa global disciplinado hace unos 5.000 años, tomando como bases de operaciones sólidas los Chakras Planetarios de los Continentes. Yo pertenezco a la Comunidad del Huechulaufquen, centro rector de Sudamérica. Hay otros centros en los demás continentes y trabajan coordinados. El Centro único que los gobierna es extraterrestre, Om Hes, bajo la autoridad suprema de la Madre Abbhumi. Las responsabilidades de la Comunidad del Chimborazo consisten en ajustar los cauces aéreos donde transitan las corrientes energéticas de la superficie terrestre y coordinarlas con los canales magnéticos de otros sitios, formando una red planetaria natural, con vibraciones más sutiles que las antiguas, nuevos circuitos y otros sistemas de control para los nuevos hombres, coherente con la Barrera Radiante del Maitreya y la vibración planetaria.

Dos jóvenes con radiantes cuerpos de fuego se acercan desde la boca del volcán y nos saludamos fraternalmente. Me conducen al interior donde tienen su centro, y empezamos a descender por un sendero suave bien trazado, entre rocas y helechos de variadas formas. La chimenea es profunda y a medida que bajamos se va oscureciendo hasta que llegamos al piso plano del fondo, limpio, despejado de obstáculos y muy grande. A poca altura, ingrávidas, relucientes y blancas, flotan unas naves circulares de dimensiones normales, platos voladores como se llamaban en la antigüedad. Son sólidas, translúcidas y, al parecer, vacías. Desde afuera pueden verse los asientos, pero no se perciben instrumentos de navegación. Son espacios individuales autónomos que poseen su propia gravitación. Las conozco porque he viajado muchas veces en ellas, incluso puedo conducirlas. No son máquinas, sino una forma controlada de la energía cósmica que, por voluntad de la mente entrenada, adopta la forma y la función que el navegante le imponga, parecido a las creaciones y las experiencias de los viajes astrales practicados desde la más remota antigüedad. Actualmente, gracias al desarrollo avanzado de la mente y las funciones cerebrales latentes, por la coherencia entre mente y materia, unificados, el Acuariano crea materia del éter cósmico, la controla y le da funciones. Estas aptitudes que siempre estuvieron potencialmente en el ser humano y que fueron desarrollados por los Grandes Iniciados, ahora son utilizadas para la reconstrucción del Planeta por aquellos Acuarianos entrenados en esas funciones. Las tareas de los sacerdotes del Chimborazo -hay grupos en otros continentes-, es la recomposición de los canales energéticos que fluyen siempre llevando vida a todos los seres; sin ellos la muerte se extendería por la Tierra.

Las naves aéreas son una forma de la energía moldeada por la mente, consistentes, que pueden transportar cuerpos por el espacio. Los antiguos Magos Negros atlantes crearon máquinas aéreas, terrestres y acuáticas impulsadas por elementales bajo su dominio hasta que fueron aniquilados por los Arios, antes del hundimiento de Atlántida. Los Arios, durante la civilización cristiana, crearon muchas naves impulsadas por máquinas e instrumentos materiales, hasta que la barrera ardiente del Gran Iniciado Maitreya modificó el espacio electromagnético y las naves se desplomaron o se hundieron en el Océano. Los Americanos de la Nueva Era desarrollaron ampliamente el conocimiento de sus posibilidades espirituales, activaron todos sus centros energéticos y cerebrales y armonizaron sus fuerzas con las leyes naturales. Por efectos de esta unión, alma y materia, bajo la conducción de la mente superior, desarrollaron instrumentos interiores que les permiten la renovación del planeta en una nueva dimensión de vida.

La Comunidad voladora no tiene un lugar fijo de estabilidad, como la mía en el Sur; se extiende por todo el espacio continental hasta bien adentro de los mares, en movimiento permanente, pero acostumbran reunirse en el Chimborazo; podríamos decir que es su centro administrativo. No acumulan naves aéreas porque las construyen y disuelven a voluntad. La materia prima es el éter universal y los recursos de fabricación están en sus mentes. Tampoco tienen casas o templos; prefieren la Naturaleza tal cual se presenta y, si es necesario, la cambian un poco según las necesidades. De manera que nos reunimos en el piso sólido del fondo de la chimenea quienes se encontraban allí, unos cien Acuarianos de ambos sexos, aunque las diferencias eran muy suaves. Eran de todas las edades, incluso niños de unos diez años, que aprendían las técnicas de navegación, interpretación de los mapas energéticos y la construcción de naves. Precisamente, en el aire flotaban unos diez platillos de diversas dimensiones. Me atendieron como en una fiesta de cumpleaños, con manjares que aportaban en sus viajes, de sabor exquisito: frutas desconocidas, hortalizas y semillas, almíbares y resinas y unos postres que ellos cocinan en el calor del prana. Un holograma de grandes dimensiones sobre nuestras cabezas mostraba las corrientes energéticas que circulan por el mundo, no sólo aéreas, sino marítimas y subterráneas. Mi participación en estas reuniones consistía en el testimonio directo de mis contactos con humanos no acuarianos, sus necesidades y los aportes vitales de las corrientes energéticas que los navegantes aéreos pueden entregarles. Sobre un gran mapa desplegado en una pantalla aparecían las concentraciones humanas, sus estándares, los programas de asistencia, los tiempos y las concordancias con otras fuerzas, por ejemplo, el enorme caudal magnético de la Comunidad Femenina de Tiahuanaco. Finalmente, una vez trazado el plan de recorridos, me invitaron a acompañarlos al menos una parte, y me dejarían donde antiguamente estaba la ciudad de Manaos; yo continuaría mi viaje hacia el Norte y ellos seguirían la cuenca del Amazonas.

Nos instalamos en diez naves medianas: en cada una de ellas iban siete navegantes con asientos orientados hacia el centro. No tenían ninguna otra instalación visible. El vehículo, de un material resistente, presentaba una estrella heptagonal, formando un mandala de poder con los nombres antiguos de los elementos, opaco al principio, comenzó a rutilar progresivamente con ondulaciones circulares de suaves colores que giraban en la superficie. A medida que los tripulantes se concentraban en un punto del centro la luminosidad se intensificaba formando una cúpula, más bien una esfera, pues continuaba por debajo del plato. Lentamente ascendimos por la chimenea del volcán hasta salir afuera, cuando los rayos del sol iniciaban un nuevo día. Mi ser estaba unido a los compañeros formando un cuerpo místico de poder formidable conduciendo las corrientes energéticas del espacio.

Iniciamos el vuelo hacia el Este formando una escuadrilla que cubría un amplio frente. La cúpula que nos envolvía permitía contemplar un panorama completo de montañas cubiertas de selvas, praderas, ríos, lagunas y muchos animales y, sobre ellas, a diversos niveles, las corrientes energéticas del espacio, de variados colores, circulando en diversas direcciones, a veces hundiéndose en el suelo para acoplarse con los globos radiantes que ascendían desde el núcleo, otras veces ascendiendo hasta la estratósfera para recoger las energías del sol. El espectáculo era formidable, pues las formas producían sonidos y aromas. Un agradable bienestar se esparció por el ámbito de la nave y traspasando la cúpula radiante se extendía hasta las corrientes espaciales, en una danza armoniosa. Pronto aparecieron las hadas del aire y se unieron a la felicidad que provocaba la recomposición del espacio. Hacia atrás, las estelas de las naves se unían unas con otras formando un gran río aéreo lleno de vida en movimiento. La tarea de los Sacerdotes curadores consistía en la limpieza y recuperación de los cauces, invisibles para los ojos corrientes, pero bien definidos para ellos que estaban taponados con detritus y desechos elementales inservibles. El Planeta estaba enfermo, lo mismo que los hombres cuando tienen venas y arterias bloqueadas con plaquetas de colesterol. La curación era indispensable y permanente.

Cuando el Maitreya desplegó sus poderes, dividiendo la raza humana en androides materialistas de mente perversa confinados debajo de la Barrera Radiante, y Acuarianos con Cuerpos de Fuego arriba, restauró la ley de la Idea Madre de la Raza Aria: los hombres se redimirán por sí mismos y con sus esfuerzos. Esta norma incluye la responsabilidad de depurar el Planeta, como estaba antes que se echara a perder con desechos industriales y degeneración social. Esta tarea global que está activa miles de años, ha limpiado los campos y los océanos, las montañas y el aire, los ríos y los lagos de agua dulce. Pero en las grandes ruinas de antiguas ciudades destruidas la decadencia humana aumenta y se precipita en abismos infernales. Todavía hay millones de seres que degeneran en la desesperación y la maldad. ¿Hay esperanza de redención para esas criaturas que ya no son humanos? Esa es la pregunta que inquieta a los Acuarianos redimidos y todavía no han encontrado una respuesta que solucione el problema. En el año 10.000 de la Nueva Era, la Tierra contiene varias Humanidades: una con Cuerpo de Fuego que vive la Ley de la Renuncia y muchas que se desintegran en la oscuridad.

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