Relato N° 34 - En el Lejano Oriente

Transcurrieron algunos meses y yo me había desplazado al sur recorriendo las regiones más activas, pobladas e interesantes del Lejano Oriente. En esas tierras no existen naciones como las conoció la época cristiana, sino un confuso conglomerado de poderes medioevales en permanentes conflictos internos y externos. Había política elemental, que es el instinto de conquistar y mantener un dominio sobre los hombres, como siempre ha sucedido en las comunidades que no han conocido las leyes de la Renuncia. El siglo primero de la Nueva Era, en las grandes concentraciones urbanas, presentaba ese caos permanente de los instintos primarios, suciedad física, desorden, irregularidad en las relaciones, injusticia, predominio de los más fuertes, aberraciones sexuales en las costumbres e ignorancia generalizada como podía comprobarse en las metrópolis Río de Janeiro, Buenos Aires o Calcuta. ¿Encontraré señales del Amor de Michaël o el odio de Satanás es más fuerte y duradero? Tengo que ver para relatar.

Hablar de la Humanidad, describirla, pensar en ella y sacar conclusiones que ayuden a vivir es muy difícil en estos tiempos porque no se sabe qué es Humanidad y menos aún qué es un hombre. Hace tiempo, los naturalistas dieron definiciones simples de la especie, con ideas que utilizaron para plantas y animales y la ubicaron en un Reino aparte. No explicaron nada, ni aún su naturaleza corporal. Los posteriores estudios sobre psicología profunda, neurología, genética y demás especialidades avanzadas crearon más confusión. En aquella época, como en ésta, hablar de una sola Humanidad es un error; hubo y hay muchas. La concepción unitaria de la condición humana es un derivado del monoteísmo oscurantista: un Dios, un mundo, una Humanidad, una vida y un poder absoluto a semejanza del Dios personal. En la nueva sabiduría actúan visiblemente los mundos plurales, las dimensiones paralelas, varias Humanidades. Para comprender las leyes que las gobiernan, aunque parezcan incoherentes, hay que aplicar las Enseñanzas: contradicción analógica, el Ired, una ética del bien y el mal, los mundos plurales, la mística de la consumación, la reencarnación, los Grandes Iniciados, el Karma, el Devenir y la Idea Madre de la Raza Aria.

Hay muchas Humanidades que se desenvuelven en dimensiones divergentes con estilos y objetivos diferentes, algunas en el mundo material visible compartiendo los mismos espacios. Provisionalmente las hemos denominados androides, quimeras, robots inteligentes y de otras maneras. Todas luchan para sobrevivir y heredar el futuro y, si es posible, eliminando a los competidores. En este siglo 100, las diferencias entre los diversos tipos se han acentuado por evolución, procesos genéticos y las cambiantes condiciones del medio. Estas tres grandes Humanidades, sin contar los Acuarianos que se han desenvuelto en la presente Era, se subdividen en agrupaciones más pequeñas, aunque no trataremos esta cuestión tan complicada; en otras ocasiones hemos tenido ocasión de caracterizarlas. Continuaremos los Relatos con Acuarianos, Androides, Quimeras, Robots y las luchas continuas para lograr la supremacía. ¿Quiénes serán los dueños del Planeta e impondrán su voluntad: la inteligencia artificial de los Robots, la biología vegetativa de las Quimeras, los instintos pasionales de los Androides o la espiritualidad de los Americanos?

La situación geográfica en el Milenio X es la siguiente:

A. El planeta continúa su largo período estable con un clima equilibrado, sin estremecimientos, limpio de residuos radioactivos, polos descongelados, una expansión creciente de la fauna y la flora, un mundo nuevo a medio construir que busca su destino.

B. África y América están descontaminados con poca Humanidad, la necesaria. No tienen concentraciones androides en decadencia salvo en algunas regiones sudamericanas que pronto serán resueltas en relatos próximos. Los Acuarianos son pocos, contados, muy desarrollados evolutivamente y viven en comunidades interconectadas armoniosas que ya hemos descritos en los primeros relatos.

C. Androides. Se han mantenido en grandes ciudades de Asia prolongando las costumbres que dominaron la vida del siglo XX d.C. Estériles, se reproducen por ingeniería de bajos niveles genéticos. Están concentrados en Oriente formando multitudes impresionantes, como en el siglo XX d.C. en permanentes conflictos bélicos.

D. Quimeras. Especies sintéticas de androides, animales y prótesis mecánicas, con muchas subdivisiones. Productos de la tecnología, se subdividen en géneros incontables, según las necesidades. Se mantienen con alimentos sintéticos balanceados, incluyendo sus propios deshechos y cadáveres.

E. Robots. Dinámicos y estáticos, la inteligencia artificial instalada en robots y enormes ordenadores tiene vida independiente y se reproducen con sus propios recursos. Utilizan androides y quimeras como esclavos. Generalmente viven fuera de la costa, mar abierto. en instalaciones flotantes o sumergidas, formando escuadras de burbujas móviles con armamentos desconocidos. Los más inquietantes para la Raza Americana son grandes ordenadores resultado de siglos del auto perfeccionamiento de la inteligencia artificial. Están diseñados para ser excluyentes, mecánicos, dominadores de las otras especies para durar indefinidamente. Han movilizado a los grupos que odian a los Acuarianos y esperan, a corto plazo, conquistar el Planeta. Necesitan las claves de la Piedra Negra y la buscan.

Estas tres especies no tienen capacidad de vuelo, privilegio de los Acuarianos otorgado por Maitreya. Coexisten sobre un mismo territorio con luchas y competencias salvajes por el dominio regional, pero la proliferación poblacional los empuja a una confrontación masiva. En el siglo XX de la Era Cristiana la Humanidad se encontraba en situación límite similar, al borde del holocausto y la amenaza de una catástrofe que pusiera fin a su existencia, pero la intervención del Gran Iniciado Solar Maitreya, reencarnación de Jesucristo, salvó la especie humana, implantó una barrera radiante que permitió el desenvolvimiento del Hombre Nuevo y su cuerpo de fuego, estabilizó el Planeta, implantó las leyes de la Renuncia y abrió el futuro a los predestinados. Los detritos murieron por millones o sobrevivieron en estado de discapacidad permanente; con el tiempo se multiplicaron y, como los últimos Atlantes Magoos Negros, ambicionaron volver y conquistar la Tierra. Éste es el momento de los Relatos y la misión del Relator: ¿Queda alguna esperanza de Amor Divino en esas especies derrotadas antes que el tiempo se consuma? Dijo el Maestro Santiago, al comienzo: “¿Serán tan consecuentes con su misión, los Hijos de la Renuncia, que impidan la inminente destrucción que precederá a la Era de Sakib?”

Como mi programa literario es ambicioso y el tiempo disponible escaso, opté por un comportamiento no convencional en los viajes y en las relaciones con nuestros parientes raciales: utilizaría los recursos físicos y astrales Acuarianos a mi disposición y me presentaría abiertamente en cualquier circunstancia. Los Acuarianos se habían desarrollado en las regiones atlánticas, pero en Oriente sus comunidades eran pequeñas, aisladas, inaccesibles. Si me era posible las visitaría también para conocer sus experiencias y opiniones sobre el futuro inmediato.

Me encontraba en una montaña cerca del Mar de China Meridional, entre los bambúes de un hermoso bosque, acompañado por mis servidores élficos, los cuales jugaban con un grupo de pandas tiernos y susurrantes, y observaba un puerto activo allá abajo, en la bahía, con navíos que se movían continuamente, juncos, barcos de guerra metálicos y barcazas con remeros. El puerto estaba amurallado, como en la antigüedad y en los alrededores se producían combates, ardían granjas y campos; se escuchaban explosiones y gritos de guerra. En la ciudad cercada había gran movimiento de soldados.

Llamé a los Elfos, me envolví en la capa y descendí planeando en parapente hasta la ciudad. Toqué tierra en el centro de un mercado popular, en medio de canastos de frutas, pescados y las cosas extravagantes que pueden encontrarse en esos lugares pintorescos, bulliciosos y desordenados. El gentío era grande, de todas las especies, mezclados con animales domésticos, vehículos extravagantes, quimeras rarísimas y robots. Mis servidores me protegían, aunque estaban invisibles. El alboroto fue grande y me encontré rodeado de una muralla viviente. Pero me temían y a medida que caminaba lentamente me iban haciendo lugar. En realidad no sabía a dónde ir y me dirigí hacia el edificio más grande que tenía a la vista. Los elfos me seguían y se habían incorporado algunas salamandras del fuego que desplegaron una cobertura protectora cáustica. Algunos curiosos se acercaron más de lo conveniente y resultaron con las manos quemadas. Los robots entraban en corto circuito apenas la tocaban quedaban paralizados. El espacio a mi alrededor se ensanchó y pude desplazarme cómodamente. Hablaban entre ellos dialectos varios y algo pude entender. Llegué al edificio que no tenía puertas y entré. El salón era amplio, altísimo, cubierto de tejas y las paredes mostraban galerías corridas con barandas de madera. Detrás abrían muchas puertas que mostraban salas y oficinas, con gente por todos lados. Me instalé en el centro del espacio y grité en lengua común: “¡Quiero hablar con el patrón!” Alguien, oculto tras el gentío, respondió desde lo alto: “¿Quién eres y para qué quieres hablar con el Jefe?” Respondí: “Me llamo Io-Seph, soy Acuariano y vengo desde América. Quiero negociar.” Volvió a preguntar: “¿Qué quieres negociar?” “¡La paz! Déjate ver.”, respondí con fuerza y se armó una batahola de gritos. Un androide se asomó sobre la baranda y bajó las escaleras. Al ver mi protección eléctrica, se mantuvo a distancia. Portaba armas a la vista y lo rodeaban gendarmes armados y feroces. Su aspecto era descomunal y trataba de intimidar. Me dijo gritando: “¡Si quieres negociar ven a mi cuartel y te escucharé!” Le respondí: “Eres el Jefe, ¿verdad? Entonces este salón es el comando; entre los hombres hablaremos para que puedan escuchar mis palabras. Si te niegas iré fuera de las murallas y negociaré con tus enemigos. Me da lo mismo uno que otro; sin adversarios no hay combates. ¡Nosotros no queremos la guerra! ¡Queremos la paz!” El Jefe se mezcló con la gente y cuchicheó un rato. Reapareció y dijo: “Está bien. Habla lo que quieras para que podamos decidir.” Me subí a una mesa de mercaderías; doce Elfos se hicieron visibles y me rodearon en círculo enfrentando a un público asombrado. Su aspecto era imponente, con ricas vestiduras de terciopelo y oro. Usaban largas cabelleras y yelmos emplumados. Sobre el manto portaban grandes espadas envainadas de caballeros medievales y empuñaban escudos heráldicos altos de vivos colores. Hablé.

“Estos guerreros que ustedes ven aquí son los mejores soldados, muy antiguos, más antiguos que los androides, las quimeras y los robots, anteriores al mundo destruido por guerras atómicas. Son guerreros de hazañas heroicas y nombres famosos, lucharon en edades pasadas contra enemigos perversos, enemigos de Dios, de la Humanidad, la Naturaleza y el progreso espiritual. No son hombres violentos y codiciosos como ustedes, quimeras absurdas, robots fanáticos productos de la vanidad de los tontos. Son Elfos, la primera Humanidad, que alegraba los jardines de la Tierra con sus canciones y protegía a los desamparados. No luchan más. Viven en un espacio donde ustedes no pueden entrar. Son amigos de los acuarianos que tampoco quieren guerras. Juntos limpiamos el planeta. Y nosotros, hombres de la nueva Raza Americana exhortamos a vivir en paz. No me dirijo a todos, sino al Jefe. Si uno solo se decide, me retiraré conforme. Si el Jefe deja sus armas y sigue el ejemplo de los Caballeros Élficos los demás conocerán el camino de la paz. A ti, Jefe, te esperaré en la montaña de los bambúes hasta mañana a la hora de salida del sol. Si no apareces, bajaré hasta el campamento del ejército que sitia este puerto. Uno solo debe venir esta noche”.

El silencio era impresionante. Bajé de mi tribuna y salí, acompañado por los Elfos. Todos permanecieron quietos sin saber qué hacer. Sin órdenes, no sabían actuar. El Jefe permanecía callado; lentamente subió las escaleras por donde había bajado y se encerró en su oficina. Yo deambulé por unas callejuelas desiertas, me envolví en la capa celeste y desaparecí con mi guardia.

Esa noche, entre los bambúes, solitario y pensativo, me sentía decepcionado. ¿Cómo podrían esos individuos en guerra, primitivos e ignorantes, conmoverse ante un discurso tan pobre, sin aliento ni emociones? ¡Qué pretensión la mía de buscar resultados espectaculares a bajo costo, con un espectáculo de guerreros medievales pertrechados con un vestuario espléndido y largas espadas que no lastimarán nunca! ¡Estoy buscando éxitos, como los escritores de antes! Me falta humildad y sentido común.

Amanecía. La montaña empezó a llenarse de una luz rosada. Sobre el horizonte del mar se extendían los rayos del Sol. Y poco después un enorme globo rojo se fue elevando lentamente. Es el Señor del Mundo, Michaël, que trae alegría, libertad y paz a los hombres, pensé, y recité un antiguo Om en su honor. Se escucharon ruidos cercanos en la espesura y los pandas que habían dormido en ese lugar se movieron alejándose hacia arriba por un sendero. Entonces apareció el Jefe, apartando unos bambúes, completamente armado como lo conocí en el puerto. Sin decir palabra, se fue desprendiendo de sus armas, fusil, pistolas, cuchillos, las cartucheras llenas de balas, algunas granadas y otras cosas que traía en bolsos. Luego las arrojó a un barranco, en los matorrales. Finalmente se cruzó de brazos y me enfrentó: “¡Aquí me tienes! No hay más guerra. Soy un hombre de paz. Allá abajo, en la ciudad, los soldados han negociado con los enemigos que se están retirando. ¡Mira los barcos de guerra cómo se alejan echando humo por las chimeneas. Las armas se están tirando al mar. No hemos dormido en toda la noche”.

Yo estaba perplejo, admirado y muy contento, porque empezaba a comprender. “¿Qué sucedió? Todo se resolvió rápidamente” le pregunté.

“No fuiste tú ni tus palabras las que movieron al pueblo. Fueron los guerreros antiguos quienes nos tocaron adentro, el silencio de sus labios, la fuerza de sus ojos llenos de recuerdos lejanos, el gesto inconmovible, las manos poderosas sujetando espadas que ya no matan, la paz que hay en ellos. ¿Puedo yo tener esa paz y esa fuerza? ¿El pueblo llegará algún día a ser tan fuerte como ellos que no combaten más?”

Lo miré con mucho cariño porque estaba diciendo lo que yo no fui capaz de decir en mi discurso. Y le respondí: “Sí, Jefe, tu pueblo alcanzará lo que tu logres. No hace falta que te vean, sino que lo realices. Tu camino recién empieza. No regreses al punto de partida. Continúa hacia el Oeste, hacia las montañas nevadas donde los sabios te enseñarán la paz interior. Toma este Ank, signo de la vida, y los Hombres Nuevos te enseñarán a ser fuerte en la paz.” Y le entregué un collar con el talismán de plata.

Me miró intensamente, en silencio, sin expresar emociones, y con gran determinación ni despedidas, se encaminó por el sendero donde los pandas habían escapado. Me quedé largo rato pensando, feliz. No fueron mi discurso ni la presencia majestuosa de los Elfos que movieron los corazones de aquellos seres, sino la fuerza del Amor Divino, Señor del Mundo. Miré hacia arriba del mar y vi al Astro Rey iluminando la Tierra.

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