Relato N° 48 - Urania

“El continente de la Raza Uraniana fue la actual Antártida. Floreció hace 18.000.000 de años. Todas les religiones recordarían a esa primera Raza Raíz como poseedora del Paraíso Terrenal, del Edén perdido; recordarían su exuberante vegetación, sus fantásticas escenas iluminada por todos los colores del Gran Elemento, en donde la luz, fruto de la energía de la Tierra, rivalizaba con la luz del sol, escondida tras la cortina de tinieblas que rodeaba el aura terrestre. Los Indos le cantarían sus más bellos himnos, llamándola “tierra de la estrella polar”, la divina Zveta-Dvipa, morada de los Chaya.” (XXIX- Antropogénesis.

Emérico, la máxima autoridad de Huetchulafquen, sabio reconocido en los dos continentes americanos, preparó una embajada numerosa para la asistencia a la Asamblea de Plenilunio en el Polo Sur, a donde fueron invitados los centros de sabiduría del Planeta. El Maitreya los había convocado y se esperaba que en esta oportunidad el primero de los Cuatro Regentes, Micaël, Sanat Kumara, daría la solución a la problemática de la Raza Aria expuesta y revelada en la Piedra Negra, ahora depositada en Urania, y señalaría el destino inmediato de la Humanidad. Todos deseaban contemplar la Piedra y recibir, cara a cara, la bendición del Gran Ser.

Construyó una gran nave aérea para transportar cientos de pasajeros que había elegido por sus altas cualidades de Renuncia y que habían demostrado en las últimas encarnaciones un desprendimiento completo de las cosas humanas; auténticos Iniciados del Fuego estaban preparados para cualquier misión que les encomendasen y habían actuado con valor en las luchas por la liberación de la Tierra en todos los continentes. La nave, muy avanzada en artes acuarianos, no tenía piezas mecánicas; era un núcleo de energía supra física con forma de una lente biconvexa conteniendo un espacio determinado con gravitación autónoma, separada del medio donde se desplazaba; era controlada y dirigida por Maestros que dominaban leyes de la naturaleza antiguamente conocida sólo por algunos místicos de los Himalayas. Descansando en la terraza de entrada, sobre el lago extendido en medio de extensos bosques de coníferas patagónicas, brillaba como un espejo. La superficie bruñida de moléculas compactadas rojas, color emblemático de la Comunidad, parecía un rubí con luz propia a la luz del sol naciente. Todos los habitantes de la Orden del Fuego, miles, salieron a despedir a los viajeros, que subieron en largas hileras, hombres y mujeres de cabezas rapadas. Emérico saludó a quienes se quedaron y subió el último. La nave ascendió y partió. El lugar elegido es el Polo Sur, completamente despejado de hielos, con grandes extensiones de bosques y praderas que los Acuarianos se ocupan en repoblar con vegetales patagónicos. Es un amplio anfiteatro rodeado de montañas y cumbres rocosas muy antiguas sobre las que ruedan arroyos y cascadas sonoras. Cuando llegamos había un centenar de platos voladores de diversos tamaños, formas y colores, posados alrededor de la pista circular. Otros se desplazaban en el aire y ordenadamente aterrizaban en el sitio designado. Los viajeros descendían y se mezclaban en la multitud con movimientos espontáneos y silenciosos. Se escuchaba el murmullo de una gran colmena humana en la que todos sabían lo que tenían que hacer y se reconocían. La diversidad de vestimentas, colores y adornos propios de cada región resultaba una fiesta para los ojos.

Permanecí junto a Emérico. Nos ubicaron a la derecha, cerca del grandioso escenario natural de piedras multicolores y plantas florales transportadas de todas las regiones del planeta; era un jardín maravilloso: la olvidada Zveta-Dvipa había recuperado el esplendor de los primeros tiempos y ahora la habitaban los nuevos dioses, hombres con Cuerpos de Fuego, allí reunidos para saludar al Rey del Mundo. En el centro del escenario, destacaba un trono resplandeciente tallado con materiales no terrestres, sino con átomos estelares desconocidos. A la izquierda del trono, recto como una columna de granito, inmóvil, podía verse la figura del Gran Iniciado Solar Maitreya, con los ojos abiertos mirando la lejanía. A la derecha y en el mismo plano, un poco adelantada, suspendida horizontalmente, la Piedra Negra. A su lado, el Maestro Santiago estaba sentado en un cubo gris, con los ojos cerrados, sin movimiento.

Atardecía. Los peregrinos aguardábamos en silencio y sin movimientos, cada uno en postura sentada mística, “Es ésta la postura típica del éxtasis que, si bien puede tener forma muy distinta según cada ser, se tiene la particularidad común de que en ella se obtiene la maravillosa sensación de haberse liberado de las dimensiones físicas.” (XIX: Las Posturas; E. 11. A los ojos de los asistentes el paisaje fue cambiando progresivamente de colores, formas y dimensiones, transformándose en una visión astral, mejor dicho, energética, apropiada para los nuevos Hombres de Cuerpos de Fuego. Ellos mismos acrecentaban sus radiaciones que se unían unas con otras, formando un único cuerpo, un cuerpo místico. El fin soñado de la unidad humana se había logrado interna y externamente y todos sentíamos una felicidad imposible de describir. Con los ojos abiertos vivíamos un mundo más real y consistente que el que había quedado atrás, lejos. La Nueva Raza estaba preparada para recibir al Gran Poder del Mundo, Micaël. El cielo de estrellas se coloreó con una aurora boreal de fantásticos celajes dorados y la noche se transformó en luz.
El tiempo se transformó en duración y la magia del cielo nos encantaba con su danza cósmica. Estábamos hechizados y el mundo también. Acontecimientos portentosos se preparaban para manifestarse. Una aurora se insinuó detrás de las montañas que resguardaban el Trono y fue creciendo. ¿Será la Luna Llena? No. El resplandor fue aumentando y lentamente se fue insinuando por encima de las cumbres un globo gigantesco que subió y subió hasta descubrirse completamente, quedando suspendido en el espacio. Su diámetro aparente era diez veces más grande que el de la Luna y nos iluminaba. ¡SOL RA!!!! Exclamamos todos en nuestras mentes insonoras. Sol Ra, el nuevo planeta anunciado estaba ante nuestros ojos, cerca, aunque su posición real se sitúa entre Venus y Mercurio. Del gigantesco holograma surgió un punto de brillante luz que fue creciendo a medida que se acercaba. Creció y creció hasta descender junto a la Piedra Negra. El brillo se apagó y vimos a Sanat Kumara, Micaël en su esplendor, bello, amable, el eterno adolescente, el Rey del Mundo. Tomó la Piedra en sus manos, la levantó en alto y, enderezándola, la hundió en el suelo de granito, totalmente. Luego se sentó en el Trono mirando con benevolencia a la Humanidad allí reunida. Y, sin palabras, de mente a mente, nos dijo:

“La lucha entre vosotros ha concluido. Hay un estado armonioso en el Planeta donde cada especie ocupa ordenadamente su lugar de acuerdo con su naturaleza. Los hombres también, en la medida, escala y región más adecuada para su desenvolvimiento integral. En prueba de la armonía presente, la Piedra Negra, con las ideas de la Raza para conquistar la paz está resguardada en esta roca, para siempre. Pero si volviesen los hombres a enemistarse por egoísmo, la Piedra surgirá por sí sola, denunciando el pacto que con vosotros hemos sellado. Todos los hombres están predestinados a la felicidad. Muchos de vosotros han alcanzado tal grado de libertad que ya no necesitan reencarnar más en la Tierra para repetir experiencias superadas. Para ellos, los valientes, los santos, los que se sacrificaron por mi amor, les he preparado un nuevo hogar: Sol Ra, el Planeta de la Felicidad. Su imagen está ante vosotros, visible y real, en la que podréis desarrollar con perseverancia y esfuerzo continuado todas las posibilidades de perfección que hay en vosotros. ¡Pero, cuidado! Un pequeño logro, por más hermoso que sea, puede convertirse en un obstáculo para alcanzar el fin supremo, las Bodas de Amor con la Divina Madre, si no renunciáis al fruto en la hora del triunfo. Vuestro planeta está listo para recibiros, y nada mejor que empezar ahora. Iré eligiendo a los más aptos de vosotros para que inauguren el nuevo Hogar y sean precursores de la nueva Raza. El camino es directo, como lo podéis ver y en Sol Ra os esperan seres que os aman y os ayudarán en todo lo que necesitéis.”

Me puse a mirar a la colectividad que permanecía silenciosa y expectante. De vez en cuando un elegido se ponía de pie y se encaminaba hacia el trono. Hacia el flanco derecho, donde había estado la Piedra Negra, había surgido una luz multicolor, el pilar de un arco iris que se remontaba y apuntaba hacia Sol Ra. Sin hesitar, caminaba sobre el puente y se alejaba envuelto en una luminosidad creciente. Así, unos tras otros, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, engrosaban la columna de Acuarianos que por su propio esfuerzo conquistaron la libertad. Habían asistido a la convocatoria de Plenilunio con sus vestimentas tradicionales de origen, en homenaje y representación de sus antepasados que tanto habían sufrido para avanzar por el Camino de la Renuncia. Pude ver imponentes jefes pieles rojas de las Montañas Rocosas con sus tocados de plumas de águila desde la cabeza hasta los pies. Ancianos mandarines con majestuosas telas de seda estampadas de dragones bordados con hilos de oro. Barbudos y severos jinetes de dromedarios del desierto que ya no cabalgan más, cubiertos con flotantes capas azules. Venerables Lamas del Tibet con sus telas naranjas procedentes de escondidos monasterios de los Himalayas. Las bondadosas Ñustas del Altiplano vestidas con telas mágicas de alpacas. Y muchos más, negros de las selvas africanas, rubios con barba del país celta navegantes del Caribe. Imposible nombrar todos, pero creo que fueron mil elegidos.

Estaba extasiado por la maravilla que desfilaba ante mis ojos, cuando advertí una presencia a mi izquierda. Me volví y contemplé al Señor Micaël, muy cerca, que me miraba sonriendo. Me dijo: “Io-Seph: ¿te gustaría vivir en el Planeta de la Felicidad?” No respondí porque la dicha me había anonadado. Me levanté y me incorporé a la columna de los viajeros. A medida que avanzaba sentía una maravillosa sensación de haberme liberado de las dimensiones físicas. Abajo quedaron los despojos.

(A la mañana siguiente, Emérico, bien despierto y activo, empezó a llamar y reunir a los suyos. Algunos cuerpos no se movieron; sus moradores se habían ido lejos. Entre ellos Io-Sept, el narrador de los Relatos. Los comentarios quedarían para más tarde. Levantaron los cuerpos sin vida y los condujeron a la nave, para depositarlos en la Comunidad. Otros grupos hacían lo mismo y algunas naves levantaban vuelo y se alejaban en todas direcciones. Emérico decidió esperar hasta el fin del día y con los suyos reunidos cerca del cubo donde había estado el Maestro Santiago, los invitó al silencio y la reflexión. La beatitud se extendió por Urania. El trono estaba vacío, pero una presencia divina lo habitaba. Se fueron todos y cuando las estrellas brillaron en el cielo, los monjes de la Patagonia subieron a la nave y partieron hacia el norte).

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