Relato N° 29 - Un Dragón Muy Viejo

Me correspondió el ala izquierda del avance sobre el mundo subterráneo de los detritos humanos, al sur del Océano, una región solitaria con pocas galerías, aunque bien conectadas entre sí y muy antiguas. Igual que mis compañeros, iba acompañado de duendes y enanos serviciales que conocían bien las conexiones y no había peligro de extraviarme o sufrir accidentes. Era un mundo desconocido para mí, pero no para mis ayudantes. Habían recibido informaciones del Hoggard desde el comienzo del viaje y comprendían los beneficios que obtendrían del éxito de la operación. Ellos también deseaban paz en sus territorios y consideraban a los detritus como invasores peligrosos. Además, estamos viviendo en pleno siglo 121 D.C., o sea, 101 de la Era Americana, y la situación planetaria es muy distinta a los tiempos antiguos, no sólo en la Tierra, también en la Humanidad que ha cambiado completamente, como ya hemos explicado en estos relatos, con un control de la energía como jamás soñaron los antiguos cristianos.

Viajaba, pues, sin un plan fijo, dejándome conducir por mis guías quienes me habían prometido encuentros interesantes que satisfarían plenamente mi curiosidad innata. Todavía continuaba siendo el reportero del Señor Michaël y me esforzaba para que estuviera contento con mi trabajo. No olvidaré nunca su bella sonrisa, allá en Hiperbórea. De manera que yo seguía a los enanos a donde quisieran conducirme y no me faltaron motivos para retener en mi memoria las imágenes de escenarios portentosos, llenos de luz, movimientos y sonidos. Tampoco me faltaban alimentos nutritivos, aunque extraños, que ellos obtenían para mí, regularmente.

Después de mucho andar, felizmente con pocos adversarios, llegamos a un lugar con muchos corredores, extrañamente verdes por las algas que cubrían las paredes, acuoso y fosforescente. Algunos animalitos extraños, primitivos, se movían perezosamente, tanto en las aguas cenagosas como en las piedras, semejantes a lagartos, iguanas y camaleones. En las alturas, algunos murciélagos levantaron vuelo a nuestra llegada y se alejaron por los corredores. El ambiente era cálido y con fuerte olor orgánico en descomposición. Avancé por una galería que se ensanchaba como un embudo, más y más, hasta desembocar en un espacio grande y alto en cuyo centro una laguna cenagosa se movía en ondas circulares que rompían en las orillas. A mi llegada, se agitaron las aguas y un ser extraño emergió en la superficie, resoplando y haciendo ruido: un dragón verdoso, tal como lo pintaron los admiradores de Lao Tse, un dragón muy viejo, símbolo de la sabiduría humana. Y como algunas pinturas, el cuerpo era un clásico dragón con alas y la cabeza era el retrato del sabio chino. Perplejo, me senté en una de las piedras de la orilla y esperé los acontecimientos. Me acompañaron los enanos, tan intrigados como yo. El viejo dragón se removió bastante en la ciénaga, tomándose su tiempo, hasta que al fin se acomodó, sacudió las alas para librarse del barro y me miró lentamente.

“¿Cómo te llamas y qué buscas en mi casa?” - me preguntó en la lengua común que se habla en la superficie y en los sótanos del Planeta.

“Mi nombre es Io-Seph y estoy recorriendo los subterráneos de la Tierra buscando informaciones para mis superiores” - respondí en el mismo idioma suponiendo, con razón, que él era también era curioso.

“¿Puedo saber quién es tu superior y qué deseas saber?” - volvió a preguntar.

“Mi Superior es la Madre Abbhumi, autoridad suprema del Hogaard y territorios adyacentes y estoy inspeccionando los túneles con mis compañeros, aquí presentes, para conocer e informar señales extrañas de invasores que se han instalado con maquinaria sucia y violenta, sin la debida autorización. Mis compañeros están operando al Norte, con gran eficacia, como seguramente es de tu conocimiento, venerable anciano de los abismos. ¿Y tú cómo te llamas y qué haces aquí?

“Tengo muchos nombres, pero puedes llamarme Viejo Dragón. Tengo también muchas formas y ésta que estás viendo es una de mis preferidas. Conocí a la Reina Abbhumi hace mucho tiempo, cuando era una muchacha que recorría los desiertos del Sahara con sus jinetes guerreros, expulsando a los intrusos, como ahora en el mundo subterráneo”. Sí, muchas criaturas extrañas, que antes no se conocían, están llegando a estos lugares, alborotando y bloqueando los corredores con artificios del mundo exterior. Hasta han construido fábricas de autómatas metálicos y utilizan explosivos para abrir nuevas conexiones antinaturales. Los peores son esos robots que dicen ser inteligentes artificialmente, pero sin corazón no pueden tener inteligencia.”

Como el tema de la conversación me interesaba y encajaba bien en los programas de recuperación integral de la Tierra, lo indagué sobre sus relaciones con los otros habitantes de esos territorios: -“Dime, Viejo Dragón, tú que has vivido tanto tiempo en estas dimensiones y sabes más que ningún otro, ¿los robots y los androides que ahora exploran las entrañas de la Tierra, tienen trato contigo? ¿Te obedecen o quieren invadir tus dominios? ¿Has peleado con ellos?

“Mi vida es solitaria y no tengo amigos ni enemigos. Los extranjeros no me visitan, salvo en alguna oportunidad muy especial, como eres tú. Estoy bien informado de los sucesos cercanos y lejanos por mis servidores, y mis viajes astrales. Mi oficio es saber todo desde antes que respirase el primer ser humano. Cuando alguien ha pretendido quitarme lo que me pertenece he sabido actuar rápida y silenciosamente. No soy amado, sino temido, y esto me da suficiente tranquilidad para reflexionar sobre el espectáculo de la existencia humana. Porque también soy humano. ¿No has visto mi rostro de chino viejo? Puedo hablar contigo, me complaces y me contarás las cosas que busca la Madre Abbhumi en las galerías atlantes.

“Tú también me gustas, le respondí, porque amas la paz y las buenas maneras. Creo que podemos hacer algo grande y duradero para bien de estos hermosos lugares si nos ponemos de acuerdo.

“No me gusta trabajar; respondió. Me gusta pensar, meditar, recordar…

“No te preocupes por la acción, repliqué. Tú piensas, imaginas, nos enseñas las cosas más convenientes para la convivencia subterránea y nosotros, los Acuarianos americanos, las ponemos en práctica. Todavía hay mucho que hacer para dejar en condiciones nuestra querida Tierra. ¿Conoces lo que dijo el primer hombre que salió al espacio exterior y la vio entera?

“La Tierra es hermosa, dijo Yuri Gagarín, en 1962 de la Era Cristiana. Lo sé todo, amigo Io-Seph. Sí, creo que podemos armonizar. ¿Qué se te ocurre?

“Mira; hablo por mi cuenta y creo que a mis superiores no les disgustará la idea. Los hombres habitamos siempre en la superficie, en los bosques o en el mar. Nos gusta estar bajo los rayos del sol durante el día y mirar las estrellas durante la noche. Las incursiones subterráneas son una anormalidad, cualquiera sea la dimensión que ocupemos, por más bellos que sean los escenarios de tus territorios. Si los humanos han descendido, incluso pueblos enteros, antiguamente y ahora las nuevas criaturas inventadas por error en los laboratorios genéticos, ha sido para supervivir de cualquier manera, esperando que un día volverán a la superficie. Constituyen una grave amenaza para la nueva Raza Americana que busca la armonía de la mente y el corazón, en un planeta equilibrado. Si estamos incursionando en los laberintos con la fuerza del Gran Iniciado Solar es para limpiarlo de los detritus de la vieja civilización.

“Lo que dices es magnífico y yo podría recorrer todos los espacios y galerías sin ser interrumpido. ¿Y cuál sería mi parte en este compromiso?

“Cuando nosotros nos retiremos a nuestro sitio natural, la superficie y el espacio, tú vigilarás el mundo subterráneo y si adviertes la presencia de un intruso del exterior, nos avisas, simplemente lo comunicas al centro del Hogaard y nosotros nos ocupamos de solucionar el problema. No tienes necesidad de moverte de tu casa, si no quieres. Posees los medios adecuados para comunicarte con Manes cuando sea necesario. Tendrás un Planeta en paz por dentro y nosotros lo disfrutaremos en paz por fuera”.

“Lo pensaré y cuando me haya decidido, lo que no es fácil, me comunicaré con tus superiores”.

Llegado a este punto consideré que no había que agregar ni una palabra más, ni quitarla tampoco, de manera que opté por despedirme. Además había actuado por mi cuenta y no quería ni pensar lo que pensarían mis compañeros. Me levanté, hice una profunda reverencia y lo saludé.

“¡Adiós, venerable señor! No creo que habrá una segunda oportunidad para otra conversación tan interesante y animada. He disfrutado con tu amable compañía y la recordaré con placer”.

“¡Adiós, amigo! Y recuerda en tus memorias que todo conocimiento, sin la ayuda del corazón, no es sabio”.

Regresé sobre mis pasos largo tiempo, acompañado por los duendes, pensando en la propuesta que le había formulado al dragón y las posibilidades que se abrían para la estabilización de esa parte del mundo, al menos en Occidente, superando la milenaria confrontación de los opuestos, ahora que estaban dadas las condiciones de equilibrio con la expansión de la doctrina de la Renuncia y la transformación de hombres sin deseo de posesiones, ni ánimo de competencia, trabajando en sí mismos para la liberación individual. Se acabaron los intermediarios en todos los órdenes de la vida y por lo tanto los explotadores delincuentes. Estamos creciendo en la egoencia del ser.

Ensimismado en esos pensamientos vagaba por los laberintos con mi tropa de hombrecitos fantásticos que, para entretenerme, cambiaban continuamente de formas y trajes y simulaban escenas pintorescas, a veces cómicas, otras de maravillas, cuando recibí un llamado telepático de Adelphirake, como solíamos hacer cuando queríamos comunicarnos.

“Io-Seph: ¿Cómo estás? Te necesitan allá arriba, de manera que regresa a la superficie pronto. Te espera un vehículo aéreo con piloto. Estás cerca, en una isla volcánica con muchos conductos que comunican con el aire. No tendrás ninguna dificultad porque tus compañeros enanos conocen bien esa región. El Viejo Dragón se adelantó a ti y conocemos las proposiciones que le hiciste. Parece que le gustaron y ya se comunicó con el Señor Manú, quien nos las dijo a nosotros. Nuestra tarea va adelantada y, al parecer, ha provocado un terremoto en el Lejano Oriente. Los androides, las quimeras y los robots de allá se han aliado y han declarado la guerra a la Humanidad Acuariana. Se están moviendo con mucha fuerza. Los superiores quieren hablar contigo sobre lo que conversaste con el Anciano. Tal vez nos veamos pronto. ¡Adiós!”

Rápidamente le pedí a los duendes que me llevaran afuera y, como son ellos, formaron entre varios algo parecido a una silla voladora y cómodamente ubicado, me transportaron con suavidad por los pasillos, hasta que salí al aire libre y el sol por una de las bocas del volcán, ubicado en medio del Atlántico Sur. Efectivamente, un plato volador mediano flotaba cerca, casi a ras de tierra, con su piloto al pie de la portezuela abierta. Me despedí de mis serviciales acompañantes que se quedaron un rato para ver volar al plato, saludé al piloto que no conocía, ascendimos rápidamente a gran altura y enfiló hacia el Noreste. Hacia la izquierda contemplé un sol dorado que se hundía en el horizonte curvo, despidiendo luces y sombras entre las nubes. Me recliné en la butaca y quedé dormido plácidamente.

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