Relato N° 16 - Frente al Capitolio

Los militares del Pentágono estaban furiosos y exigían una acción inmediata total. Alguien había destruido uno de los pilares de la Nación, la sede de las Naciones Unidas, en el corazón de los Estados Unidos y no se había hecho nada. Todo el aparato de la nación más poderosa del mundo, gobierno, fuerzas armadas, los partidos políticos, la prensa, estaban paralizados. El Enemigo era un único hombre, sin armas, visible, caminando por las calles de Nueva York, ahora desaparecido, admirado por la juventud y anunciando su presencia en la Capital, Washington, a la vista de todos. Había que actuar rápidamente sin contemplaciones. La Patria estaba en peligro. De inmediato toda autoridad quedó bajo el mando y las leyes militares. Washington fue cercada por un millón de soldados y sus habitantes evacuados a la fuerza. Se determinó zona de impacto el espacio frente al Capitolio, ante las escalinatas. Se rodeó ese centro con triple círculo de tropas de elite. Helicópteros y cazas sobrevolaban el espacio aéreo, día y noche. Hacía falta un triunfo abrumador ante el pueblo y una advertencia aleccionadora para las demás naciones, o el Estado Nacional se derrumbaría en pedazos.

Efectivamente. Al día siguiente de la desaparición de las Naciones Unidas, los Estados de Hawai, Alaska y Puerto Rico, se declararon independientes del gobierno central, crearon banderas propias y armaron a la Guardia Nacional. Las bases navales y militares fueron ocupadas sin resistencia. Cuarteles, puertos y aeródromos militares en el exterior fueron recuperados por los gobiernos locales, aunque hubo combates y muertos en Guantánamo, Okinawa, Yemen y en todas las demás. En algunos Estados periféricos, como Arizona, California y Florida, se establecieron gobiernos propios y los rebeldes se refugiaron en los bosques haciendo guerra de guerrillas. Había empezado el desorden con amenaza de una guerra civil. Sólo un golpe contundente contra Maitreya salvaría la situación, pensaban en el Pentágono y esperaron con impaciencia la presencia del intruso. El Comandante del operativo había pensado en una ejecución ejemplar, un fusilamiento, ante la vista del mundo que, frente a millones de televisores, aguardaba el desenlace.

El día era espléndido, soleado y luminoso, sin viento. La nieve de la tormenta anterior había desaparecido y algunas flores asomaban en los canteros del imponente escenario del Capitolio; en un lado la Suprema Corte de Justicia, en el otro la Biblioteca, más allá la Galería de Arte y, enfrente, el Jardín Botánico. No había nadie visible; los soldados estaban ocultos. Únicamente los pájaros aprovechaban esos instantes de paz para revolotear alegremente.

El Maitreya apareció caminando desde el fondo de la Avenida Pennsylvania, por el centro de la calzada, con el paso rápido conocido, seguido por sus dos compañeros. Al llegar frente al Capitolio se detuvo, lo enfrentó y de inmediato desplegó una gran cúpula electromagnética radiante, visible, de unos cien metros de diámetro, en cuyo centro se ubicó con sus servidores. El color de la radiación era blanco, transparente, eléctrico y vibraba emitiendo un sonido muy agudo que subía y bajaba de intensidad, fuerte. Los soldados ocultos en los edificios cercanos se taparon los oídos. El escudo del Maitreya era una transmutación del espacio y nada podía penetrarlo. En el universo de las dimensiones plurales, un Gran Iniciado Solar permuta los espacios a voluntad y los controla. Más aún; cualquier objeto que se aproximara podía ser desviado. Docenas de Iniciados del Fuego y miles de elementales del aire y del fuego, invisibles para el ojo humano, estaban preparados para actuar. Constituían un ejército celestial de inconmensurable poder.

El Comandante dio la orden de fuego y treinta helicópteros de ataque Apache, super armados, se elevaron bramando sobre las arboledas a una altura mediana, en círculo y apuntando sus misiles y ametralladoras pesadas empezaron a disparar a discreción contra el blanco. Ningún proyectil penetró la cúpula radiante. Los elementales, dirigidos por los Iniciados del Fuego, los apartaban en todas direcciones y estallaban en los edificios gubernamentales, sobre las tropas acantonadas y los tanques Abrahams de 60 toneladas, sembrando el caos más espantoso. La tropa huyó. La cúpula del Capitolio se derrumbó con estrépito. Un proyectil explotó en la Biblioteca y la incendió. Otros estallaron más lejos, como si una computadora superior los dirigiera hacia blancos precisos. La Casa Blanca se salvó, pero el Dictador se suicidó. Otros jefes lo imitaron. Aparecieron los cazas bombarderos que habían salido de bases cercanas, siempre con el propósito de destruir la cúpula radiante que se mantenía intacta y lanzaban sus misiles que se desviaban en cualquier dirección destruyendo más edificios. Los mandos militares estaban enloquecidos y no querían dejar ese poder intacto. Entonces la barrera aumento más su alcance y la radiación se extendió muchos kilómetros sobre la superficie del suelo. En realidad, el aura de un Gran Iniciado Solar cubre toda la Tierra y lo controla. Algunos cazas que volaban a gran altura, lanzando bombas inteligentes, fueron alcanzados y destruidos en el aire. Finalmente cayó la noche, pero en Washington era como de día, con inmensos incendios y explosiones que se prolongaron mucho tiempo. La población civil había sido evacuada anteriormente y las tropas se retiraron a sus cuarteles. En el círculo de fuego del Capitolio, permanecían quietos el Maitreya y sus Discípulos. La cúpula había disipado sus radiaciones. Estaban solos. Eran los triunfadores. Lentamente, se fueron caminando como habían venido, por la Avenida Pennsylvania.

Las consecuencias de la batalla de Washington fueron contundentes y cambió la Historia. La capital de Estados Unidos había sido destruida por sus propias fuerzas armadas y la Nación se desintegró, como había sucedido con la Unión Soviética unos años antes. Los Estados regionales se declararon naciones libres e independientes, proclamaron sus propias Constituciones y entablaron relaciones entre ellos y otras naciones. La confusión era completa y los cambios se sucedían continuamente. Algunos invadieron y anexaron otros Estados más pequeños, con batallas y guerrillas. Los grandes establecimientos agrícolas y fabriles quedaron paralizados y las industrias que trabajaban para el gobierno, fueron abandonadas. Aparecieron bandas armadas en las ciudades y el campo. Se presentó una hambruna espantosa y la gente empezó a robar. Ninguna nación, ni la Cruz Roja, enviaron la menor ayuda. Empezó la guerra civil que duraría muchos años. No se arrojaron bombas atómicas, aunque se destruyeron muchos reactores productores de electricidad y la radioactividad se extendió por grandes regiones, como en Chernóvil, de Ucrania, causando millones de muertos y enfermedades genéticas. Las fuerzas armadas se disolvieron y los regimientos se agrupaban alrededor de comandantes audaces que hicieron la guerra por cuenta propia, desde sus cuarteles para sobrevivir; formaron ejércitos independientes que saqueaban las ciudades y los pueblos, en correrías salvajes, como ocurrió tras la caída del Imperio Romano. La barbarie se extendió por el continente hasta Panamá durante muchos siglos con alternativas que los Anales Akásicos registran claramente. Ese período se conoció más tarde como “La Guerra de Mil Años”, y de muchas maneras cubrió todo el Planeta. Fue similar a la guerra de los nacientes Arios contra los Magos Negros Atlantes, aunque al revés. Ahora, los Arios, armados con máquinas infernales, fueron aniquilados por una fuerza espiritual superior y desaparecieron. La Nueva Era Americana era espiritual, pacífica, desenvolvía las fuerzas interiores bajo la Ley de la Renuncia y se enfrentaba al desafío de reconstruir el Mundo, sin armas, sin odios, sin bombas atómicas. Con el tiempo lo lograron.

Es necesario dar una explicación sobre estos últimos tres relatos que hemos presentado, y sobre otros diferenciales que vendrán más adelante, a la luz de las Enseñanzas del Maestro Santiago, para que se comprenda la secuencia y las relaciones de unos con otros, en ficciones que se desenvuelven a lo largo de miles de años, la primera mitad de la Raza Americana y su propósito ulterior. Los Relatos Acuarianos son una extensión de las Enseñanzas Canon que, por medio de la fantasía literaria, pretenden explicar las premoniciones del Maestro Santiago sobre la vida futura en la Nueva Era. Las Enseñanzas presentan ideas apenas insinuadas o muy breves, pero de enorme potencial. A partir de esos gérmenes y de los acontecimientos que a diario se precipitan sobre la escena mundial, se desenvuelve la secuencia de los Relatos, en tiempo “allegro con brío” algunos y otros, según convenga, en “adagio”. Las obras humanas nacen, crecen, se desarrollan y mueren, sin excepción: Imperios, Religiones, Dinastías, Estados, amores, odios, todas. En vida hemos visto desaparecer el gran Imperio Británico y la super potencia U.R.S.S. Ahora estamos presenciando el derrumbe de “la Nación más poderosa del Mundo, Estados Unidos”. Los Relatos, simplemente, clarifican lo que parece confuso, pero los hechos están a la vista. A muchos no les gusta, pero otros están satisfechos. De todos modos, la Historia no se mueve en la subjetividad, sino por sus propias tendencias estructurales. Y nos dice que estamos a la entrada de una edad desconocida, con programas de desarrollo inéditos y que el espacio terrestre tiene que quedar limpio y desocupado para que las nuevas ideas nazcan y crezcan.

Como ya hemos anunciado al comienzo, estamos a diez milenios adelante, en la mitad del ciclo americano que debe realizarse, en el nodo de cambio evolutivo. La Humanidad, desde sus orígenes celestiales, descendió hacia la materia para conquistarla. Se solidificó hasta el límite, incluso lo traspasó peligrosamente, y ahora debe ascender hacia las dimensiones sutiles de la realidad. Más abajo no puede ir; de hecho estamos en la mitad del infierno conviviendo con androides y demonios. Pero el Gran Iniciado Maitreya puso fin a las vacilaciones. En la batalla de Washington, venció y desarmó a las fuerzas del abismo con sus ejércitos celestiales y el porvenir está claramente trazado. Por la Renuncia, los elegidos ascenderán hacia los nuevos mundos. Los rezagados irán retrocediendo hasta desaparecer definitivamente en las sombras.

Esas batallas ocurrieron en el siglo XXI de la Era Cristiana. Ahora volvemos a la Edad Americana, diez mil años más tarde, con un Planeta floreciente, agua cristalina, bosques maravillosos y aves multicolores volando en el azul, mientras el Peregrino Americano continúa por un sendero de las Montañas Rocosas cubiertas de abetos, después de despedirse de sus amigos sureños, cerca del Cañón del Colorado, caminando hacia el norte.

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