Relato N° 17 - De los Bosques

Voy caminando por los bosques de Oregón, la mejor manera de viajar, porque no es apresurada, brinda un ritmo de secuencias visuales dinámicas de acuerdo con el paisaje, ayuda a mantener la vitalidad del caminante, quien puede detenerse donde más le guste, pensando, curioseando los alrededores, plantas, insectos, las arboledas, las corrientes de agua cristalina con música y brillos en un cauce de piedras limpias. Hay fuerzas saludables en todas partes, el aire, los árboles, los pastos, las flores con abejas chupando néctar, vida dentro de la vida, para producir más vida.

Después de las grandes guerras, atómicas y civiles, las epidemias síquicas y biológicas que se extendieron por el planeta a punto de terminar la especie humana, durante siglos, la paz volvió poco a poco: los cataclismos telúricos habían cesado, los ríos volvieron a sus antiguos cauces, las corrientes marinas modificadas trajeron armonía en los océanos y las copiosas lluvias se normalizaron. La vida retornó a su trabajo permanente, primero en las especies vegetales y después en el reino animal, peces, aves y mamíferos. Este proceso, en plena expansión, llevó milenios de perseverante actividad y continúa con maravillosos resultados. La crisis del planeta Tierra, como todas las que se producen cuando es necesario un cambio sustancial para formar el medio ambiente propicio al nuevo hombre que los Santos Maestros tienen proyectado, empiezan a construirlo, indiferente a los sufrimientos que provoca, es beneficiosa. Con el transcurrir de los siglos, los cambios produjeron resultados coherentes, organizados y progresivos. Primero, las formaciones del paisaje, el clima, las corrientes de agua, los vientos y un ritmo de variaciones armonioso con las necesidades de la vida. Luego vinieron rápidas expansiones en los vegetales y los animales más evolucionados, útiles al hombre futuro. Las Enseñanzas del Maestro Santiago han explicado que el instrumento psicológico del desarrollo integral del hombre Americano es la intuición; por lo tanto, el paisaje, la alimentación, las relaciones humanas, el pensamiento, sus capacidades mentales son distintas, especiales, inéditas.

A medida que avancen los Relatos del caminante solitario, transitando por otros continentes, iremos describiendo los usos y las formas en las artes, las comunicaciones, la poesía, las danzas, la arquitectura y las ficciones que los Americanos son capaces de crear para proyectarlas en el nuevo espacio, sin instrumentos externos, sino valiéndose de los dones que ha desarrollado, con sonidos, colores y formas. Así, los hombres podrán acceder directamente a la belleza para expresarla con sus propios medios, para sí y para alegría de todos. En la Nueva Era no existen museos, bibliotecas ni colecciones profesionales, porque el arte es la vida que cada uno expresa.

Oregón tiene bosques gigantescos, notables por la corpulencia de sus pinos que llegan hasta el mar desde las grandes llanuras del centro. La región es uno de las primeras que se independizaron del gobierno central y los rebeldes se ocultaron en los bosques luchando durante siglos desde la espesura. Rápidamente se adaptaron a la vida natural, abandonaron la civilización y recrearon la antigua cultura indígena, con herramientas y recursos que extraían de las ruinas de las ciudades: lanzas, arcos, cuchillos de monte, telares. La Naturaleza imponía las nuevas formas de vivir y los Iniciados, que permanecieron en las planicies del Colorado cultivando las ciencias de la Nueva Era, los visitan, les enseñan y los protegen. Hablan la lengua común americana y no conocen la escritura, pero tienen facilidad para las narraciones que repiten de memoria, sin cansancio, enriqueciendo las historias y los episodios de los cuentos con variaciones pintorescas según la fantasía del narrador. Esas novedades los divierten y celebran las variaciones de las leyendas; entonces, en las celebraciones nocturnas del bosque, alrededor de la fogata, uno describe en detalle y a su manera el encuentro con un duende; otro presenta la versión personal que ha inventado; el de más allá repite lo que le han contado. Y así pasan la tertulia en animada conversación, cooperando en el enriquecimiento de la obra que no permanecerá inmóvil en una escritura, sino se multiplicará con nuevas ramas, brotes y follaje de muchos colores en la fantasía del pueblo. Algunos cuentan episodios atractivos acompañando con estribillos musicales; otros lo recrean con imitaciones teatrales dramáticas o cómicas y los niños repiten en su lenguaje infantil los gestos de los mayores. Cuando los Maestros Acuarianos los visitan, toman las imágenes de los narradores y las proyectan en el ciberespacio, como las antiguas producciones del cine, para satisfacción y enseñanza de esos pueblos cándidos y buenos.

Al atardecer de un día otoñal despejado, llegué a un claro en el bosque, encantador, un arroyo cristalino saltando entre las piedras, la gramilla cubriendo el suelo, muchas y variadas plantas florecidas por todas partes y el sol escurriéndose entre las ramas de los más variados árboles con frutos maduros, algunos caídos entre la hierba, manzanas, damascos, frutillas rojas, algunos racimos de uvas negras y otros. Pájaros, ardillas ovejas y hasta una familia de osos pardos se alimentaban pacíficamente. Los insectos zumbaban en los últimos rayos del sol. Me recosté en la hierba, dispuesto a pasar la noche y encendí una fogata. Los animalitos iban y venían a su gusto mitrando curiosos al forastero y su fuego.

Aparecieron tres Elfos Silvanos, de muy buen carácter y alegres. Después del tradicional “¡Ahehia ote Hes! ¡Eret Hes ote Ahehia”!, conversamos animadamente, pues deseaban noticias del mundo. Les conté mi procedencia, tan lejana y parecida a ésta, los bosques de la Patagonia, los pueblos acuáticos del Mar Caribe, la Asamblea del Cañón del Colorado y otras novedades que les interesaban. Me explicaron que en ese sitio ellos se reunían con otras hadas y algunos campesinos para hacer música. Poco a poco, al tiempo que iban saliendo de la espesura de troncos con musgo verdoso los más hermosos y variados personajes del bosque, duendes, ninfas, enanos, elfos de varias especies, escuchamos una suave entonación en el aire, sin determinar su procedencia; venía de todos los lugares, arriba entre las ramas, desde fondo tras los grandes troncos de abetos, debajo de las piedras, en el agua del arroyo; se parecía al sonido del viento, del agua de las cascadas, al canto de los pájaros, al zumbido de las abejas, pero era diferente. La vida cantaba armoniosamente y los Elfos levantaban las ondas radiantes hasta el nivel humano para que todos pudiéramos participar. Pronto llegaron los campesinos del bosque, de todas las edades, ancianos, jóvenes y chicos, que se sumaron al coro entonando sus propias melodías. Fui seducido por el encanto y sentí que de mí, cuerpo y alma, brotaba una música fantástica que se unía al conjunto, sin perder identidad ni provocar distorsiones; por el contrario, a cada momento la polifonía se perfeccionaba. Empecé a cantar alegremente, en voz alta, la invocación aripal a los Ángeles: “Manetras Surica”.

Micaël ada Agni Miguel es el rey del fuego
Gabriel ada Buhm Gabriel es el rey de la tierra
Serafiel ada Acpias Serafiel es el rey del viento
Azariel ada Vayu Azariel es el rey del viento
Yelica asher yelica Ellos son, son
Serefielica sephirothielica Los serafines y los sefirots
Yelica asher yelica Ellos son, son
Elhuin, Elhuin. Elhuin, Elhuin.

Se hizo la noche y las estrellas brillaban en el firmamento oscuro. El tiempo estaba cálido, apacible, sin viento, y los habitantes del bosque decidieron permanecer en ese lugar: hombres, animales y hadas se distribuyeron en el claro a gusto de cada uno, algunos solitarios, otros en grupos, sin diferencias de especie, jugando, conversando, cantando y bailando, sin mayores problemas. Las relaciones eran excelentes, especialmente entre niños y animales, o las mujeres con las ninfas y los elfos. Yo me aparté un poco, cerca del grupo de osos que habían permanecido cerca de la espesura, y me dediqué a disfrutar de ese espectáculo paradisíaco, propio de épocas legendarias, cuando la paz reinaba en la Tierra. Ahora, esa paz soñada por los poetas y los místicos, estaba retornando y una nota de felicidad flotaba en el aire. Era el comienzo de los tiempos nuevos y yo me sentía dichoso de ser testigo y tener la oportunidad de registrarlo en mis relatos. Finalmente me quedé dormido sobre la hierba.

A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, desperté; estaba entre los brazos de mamá osa, y un cachorro a mi lado. El oso padre roncaba cerca, con el otro cachorro gemelo. Me levanté y fui hasta una charca transparente del arroyo, me bañé y lavé mi ropa para sacarle el aroma animal que despedía. Otros compañeros del bosque despertaban y se bañaban como yo hice. Las hadas y los elfos habían desaparecido, pero se los podía encontrar en cualquier momento y lugar. Finalmente, reunidos junto a una buena hoguera, desayunamos con frutas de los alrededores, conversando. Decidieron acompañarme unos días para que les contara historias antiguas, cuando esos paisajes estaban poblados de personajes extraños, con maquinarias de hierro, ferrocarriles, aviones que volaban con gente dentro, ciudades con millones de habitantes y otras cosas extrañas que ellos transformarían en otros relatos mágicos.

Fueron unas jornadas amenas y graciosas. Ellos no tenían un lugar fijo para estar, ni una organización social de arraigo; su hogar era el bosque y ambulaban por un vasto territorio con total seguridad, bien provisto de recursos en cualquier estación, incluso el invierno con fuertes nevadas. Conocían los bosques y armonizaban con todo lo que contenían, animales, vegetales y muchos arroyos. No mataban, no destruían, no quemaban, no tenían posesiones: compartían alegremente el aire, los juegos, el amor, los sufrimientos. No tenían Cuerpos de Fuego como nosotros, pero habían llegado a la paz interior. La Barrera Radiante del Maitreya cubría todo el Planeta. Les parecía asombroso que los antiguos cristianos mataran para comer, se pelearan entre ellos para poseer territorio, bosques, montañas, quemaran las selvas para hacer caminos aburridos, asesinaran para robar, ensuciaran los ríos, atraparan los bonitos peces para comerlos fritos. Me decían con vehemencia: “Nosotros somos Americanos. Nuestros abuelos de ese tiempo eran extraños, violentos y muy feos. No los entendemos. Queremos ser felices y sabemos cómo se logra. Todo lo que tenemos es tuyo también. ¿Te gusta el bosque, Io-Seph? Quédate con nosotros. Te queremos.” Y me abrazaban riendo.

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