Relato N° 21 - Archipiélago

Desde que Michaël me dirigió la palabra, indicándome que escribiera los acontecimientos del camino, como ya lo estaba haciendo desde que salí del Huechulafquen, me acompañan muchos amigos en el viaje, especialmente ballenas, delfines, ninfas y ases que quieren aparecer en esta segunda parte de la historia, fundamental para la configuración del Planeta y el destino de los hombres. Viajo sobre ballenas, cambiando de cabalgadura cuando me lo piden, envuelto en una burbuja de aire que me construyeron los ases y así puedo descender a las profundidades del mar sin ninguna dificultad, cuando los cetáceos bajan para comer. Traen algas dulces para mí, de un sabor exquisito, que ellos recogen de ciertos lugares que conocen o que vagan flotando a la deriva. El océano, como los continentes, produce todo lo que necesitan los seres vivos para vivir en forma sana y decorosa.

Salí de Hiperbórea una mañana de brillante sol montado sobre una gran ballena azul, acompañado de muchos amigos de todas las especies: hombres, cetáceos, hadas, elfos y algunas aves migratorias que habían hecho escala en la ciudad para reponerse y continuar vuelo hacia sus destinos. En el aire, algunas aeronaves cruzaban el cielo transportando las delegaciones que concurrieron a la Asamblea de Plenilunio y regresaban a sus hogares. Las ondinas del lugar treparon sobre la ballena y me acompañaron todo el día, pidiendo que les contara anécdotas de mis viajes. Algunos tritones soplaban sus conchas marinas entonando canciones. Para mí, era una gran fiesta de despedida. En mi bolsa de viaje llevaba objetos de recuerdo: corales de varios colores, perlas de gran tamaño, conchas y piedras preciosas recogidas en los abismos. Me servirán para agasajar a los nuevos europeos cuando toque tierra. Porque voy hacia Europa, para ver, conversar y escribir cómo están esos niños Acuarianos tan antiguos como la memoria de los Arios.

Groenlandia es, otra vez, una auténtica tierra verde, con praderas y bosques, que los Acuarianos habían sembrado y plantado mucho tiempo atrás. También la fauna desarrollaba las especies que abundaban en el antiguo Canadá. Dejando atrás la mítica Islandia, con sus volcanes y fuentes de agua caliente, nos dirigimos hacia el antiguo continente, muy transformado geográficamente, con un extenso archipiélago donde antes habían estado Gran Bretaña, parte de Francia y Holanda. Las grandes convulsiones geológicas provocadas por la intensidad de las explosiones atómicas, habían colapsado esa región continental, hundiendo unas zonas y levantando otras. El Océano había llenado los espacios vacíos, sepultando ciudades y naciones para siempre. Así como Atlántida yace en el lodo oceánico a miles de metros de profundidad, así también las espléndidas metrópolis cristianas, con sus luces y sus palacios, han desaparecido y nadie las recuerda; son mitos y leyendas que se mencionan en reuniones de amigos y en algunas inscripciones perdidas del desierto. A nadie le interesa ahora la tecnología antigua. Los Acuarianos del décimo milenio tienen una estructura mental muy diferente y crean con la mente cosas más bellas y necesarias. Desde que desapareció el dinero como instrumento de intercambio, la vieja civilización se derrumbó, desapareció.

Navego con mis portadores entre islas de bajo perfil, más bien colinas verdes que surgen de las aguas tranquilas, muy arboladas y floridas. Llego a una gran extensión despejada de aguas transparentes, donde antes estaba Londres y, a mi pedido, el delfín que me transporta, se sumerge en las profundidades. Yo estoy protegido por la burbuja radiante de aire puro. Hay mucha transparencia y la luz del sol llega hasta el fondo. ¿Dónde está la orgullosa metrópolis? ¡Nada! Sólo barro, algas y crustáceos buscando alimentos. Los peces, más arriba, de muchas formas y colores, también comen el suyo. Medusas y estrellas de mar completan la movediza escena. Subimos a la superficie y nos dirigimos hacia el continente, bien lejos.

Finalmente, mis amigos marinos me depositan en una larga y extensa playa de arenas blancas. Nos despedimos y los delfines se alejaron con rítmicos saltos fuera del agua. Caminé, dejé la arena y entré en una pradera donde pastaban rebaños de ovejas y vacunos, Más allá, una caballería numerosa galopaba por la playa, cerca del agua levantando espumas en las olas. Hacia el fondo, un horizonte de montañas se alzaba a no mucha altura, cubiertas de bosques oscuros. Hacia allá encaminé mis pasos.

A medida que avanzo por los valles y las praderas, voy encontrando a los celtas, que así se llaman a sí mismos los pobladores de esta bella comarca, tan parecidos son a los hombres de la cuarta Subraza Ario Celta, que habitó Europa hace 50.000 años atrás. Pareciera que este pueblo tan hermoso y equilibrado hubiese reencarnado colectivamente después que desaparecieron los terribles teutones, entre explosiones atómicas y convulsiones geográficas. El recuerdo de los antiguos celtas se borró hace mucho tiempo y las informaciones que han llegado hasta nosotros por medio de las Enseñanzas proceden de los Anales Akásicos, donde las leía el Maestro Santiago, reproduciremos algunas párrafos de la mismas porque describen muy bien lo que yo estaba viendo en mis paseos por la nueva céltica.

“Físicamente eran de estatura semejante a la actual pues medían de l,80 a 1,90 metros de altura; eran hermosos, de rostro ovalado, cabello rubio, castaño o negro, frente amplia, nariz aguileña y larga, porte distinguido. Tan pulcra era su vida y tan ordenada su alimentación que poseían una perfecta función glandular, conservaban hasta avanzada edad su aspecto juvenil. Cuando la población crecía mucho, los ancianos se entregaban voluntariamente al fuego, para que los jóvenes disfrutaran de la ventaja de una comunidad más reducida; y lo hacían como un acto sagrado después de beber un licor anestesiante. La religión, para ellos, era el arte de cultivar la belleza y el don de pensar y analizar los pensamientos. Sus ciudades eran hermosísimas y fueron las primeras que se planearon con el trazado de diagonales. Cada casa poseía un pequeño parque y unas comodidades hoy completamente desconocidas: baños termales, aparatos revestidos de mármoles para la aplicación de rayos solares en bien de la salud, asientos aireados de fibra vegetal.” Si se desea tener una imagen más cercana de la belleza de estos neo celtas hay que buscar las reconstrucciones de murales del palacio de Cnosos, en Creta, descubiertas en el siglo XX de la Era Cristiana con imágenes de hermosas jóvenes llevando perfumeros o bañándose en la ducha.

Mi bolso con recuerdos de Hiperbórea quedó rápidamente vacío, pues todos querían algún objeto que venía de tan lejos. Me invitaban a sus casas, me mostraban los paisajes más atractivos, sabían cocinar platos exquisitos con cereales y frutas. No se regían por el sistema del matrimonio de manera que encontré la más variada sociedad que pueda imaginarse, en completa armonía. No existía la propiedad privada ni el comercio. Constituían la más completa comunidad, sin rencores ni envidias. Los niños estaban con su madre hasta los diez años. Eran felices; no tenían familia ni escuela. Luego vivían con todos, en cualquier hogar, por el tiempo que quisieran. Tampoco había libros. Nadie sabía leer o escribir. Practicaban los dones de la Renuncia en el más alto grado, a punto que me encontré en apuros muchas veces pues no podía conservar tantas cosas que me daban. Me cuidaba mucho de expresar algún deseo, o mostrar admiración por algo, porque de inmediato me veía abrumado de regalos. Todos querían ser libres, yo también, y la mejor manera de serlo, es dar, dar siempre. Habían descubierto que toda posesión, material, mental o espiritual, encadena al objeto adquirido.

Además de su herencia ancestral de las buenas cualidades de los antiguos celtas, habían adquirido los nuevos dones Acuarianos: cuerpo de fuego, conocimiento de los mundos plurales, práctica de la medicina energética, la muerte mística, manejo del Poder de la Gran Corriente. Estos dones les eran muy necesarios, porque más allá de sus fronteras, hacia el Este, tras los desiertos y los bosques, empujaban las antiguas razas androides, mutantes, super robots y gran variedad de quimeras, por millones que vagaban en la miseria y el caos codiciando nuevos espacios. Como ocurrió milenios atrás, los celtas eran pocos y los androides excesivos. Pero esta vez, la Raza Americana está conducida por Maitreya con nuevo estilo, acompañado por cientos de Iniciados del Fuego.

Prosigo mi viaje hacia el Sur, bordeando las estribaciones bajas de los Alpes, rumbo a la antigua Italia. Desde Francia hacia el Este, más allá del Rin, es muy difícil avanzar caminando, porque los bosques han crecido en extensión y densidad, con senderos de osos y jabalíes. Están habitados por androides primitivos, tribus salvajes en lucha permanente entre ellos para sobrevivir. Al sur de los Alpes, con terreno despejado y aldeas célticas esparcidas sobre colinas y praderas, el estilo social es muy parecido al que he visitado días anteriores. Pero a medida que avanzo hacia el Sur compruebo los cambios geográficos. La península está partida en varios pedazos, formando un archipiélago con islas de diferente extensión, algunas boscosas y otras cubiertas con rocas volcánicas. El Mediterráneo es muy extenso, tranquilo y siempre azul.

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