Relato N° 31 - La Visión del Maestro Santiago

¿Cuánto tiempo estuve en el entresueño? No lo sé. Al abrir los ojos me encontré envuelto en una suave fosforescencia que iluminaba la cabina, sin sombras. Mirando por la ventanilla redonda de mi izquierda hacia fuera observé un cielo negro tachonado con miles de rutilantes estrellas. Volábamos muy alto, más allá de la atmósfera terrestre. Y al volverme hacia la derecha, descubrí al Maestro Santiago sentado en otra butaca mirándome en silencio. Estaba más joven que otras veces, con un aterciopelado rostro de fuego y cabellos cortos igualmente dorados. Vestía una amplia capa de fibra color celeste, alpaca tal vez, que lo cubría hasta los pies, con mangas largas y anchas. Me levanté, besé su mano pidiendo la bendición y regresé a mi lugar, sin hablar, mirando mis ropas grises y los pies calzados con sandalias de esparto. El silencio se prolongó mucho tiempo, y yo sentía interiormente una dicha creciente, sin imágenes ni pensamientos. Una claridad transparente inundaba el espacio y en esa claridad, escuché la voz del Maestro que me hablaba. Éstas fueron sus palabras como quedaron grabadas en mi memoria:

“Navegamos. Siempre nos movemos, en el espacio, en el tiempo, en la imaginación, en los sentimientos, en la vida y en la muerte, más lejos aún, hasta llegar a la quietud de Dios. El misterio cambia de formas y significados. La Eternidad es cambiante, igual que el Infinito. La muerte tiene tantas formas y significados, aún para aquellos que la consideran un fin, que es imposible definirla. Habría que presentar explicaciones diferentes para cada segundo de muerte. No saber implica un movimiento permanente, un viaje, una transformación continua del ser, un vaciamiento progresivo hasta alcanzar la Renuncia perfecta. Cenizas.

“Navegamos por la Geografía, la Historia, el Universo Interior. Las aguas del mar dan vueltas en el globo terráqueo una y otra vez, incansablemente; el tiempo histórico gira hacia delante y hacia atrás sin encontrar un fin. Igualmente, el individuo y las comunidades, el peregrino y las razas, el poeta y los místicos, yo y tú, transitamos la pluralidad de los mundos. El sabio, los enanos y sus riquezas, los niños, el moribundo, los detritus en sus infiernos, los androides, el robot en los chips, tú y yo, viajamos incansablemente, en línea recta progresiva, en contradicción analógica, derrotados, olvidados, triunfantes en las tradiciones. Existir es viajar.

“Viajamos en esta nave ingrávida por los espacios que rodean al Planeta, envueltos en la luminosidad de una idea y un destino, aunque nos gobiernen misiones diferentes: tú marchando hacia el centro de Oriente para encontrar y cantar las expresiones del Gran Amor de Michaël; yo buscando los ruinas de Kaor y las huellas de la Piedra Negra donde están grabadas las sentencias de la Idea Madre de la Raza, escritas por la mano del Fundador, el Divino Manú Vaisvasvata. Como afirmamos hace tiempo, al comienzo de la Raza Americana, diez milenios atrás, en una Enseñanza: “Cafh cree firmemente en esta Revelación Arcaica, y además asegura que aún puede ser descubierta su afirmación categórica y escrita en alguna parte inexplorada y oculta de la Tierra. No terminará la presente Raza Raíz sin que sea descubierta para que todas las Revelaciones que fueron dadas durante el curso de la Raza vuelvan a encontrarse ellas mismas y puedan volver a esa gran reunión de almas y de credos, que ha de ser el fin de la Gran Obra Divina sobre la Tierra. Todas las Grandes Revelaciones Arias nos permiten deducir la Idea escrita sobre la Piedra Negra que sella la Tumba de la Madre Divina. Primero: La necesidad natural y espontánea del hombre de buscar a Dios con sus propios medios, sin tenerlo delante suyo o con posibilidades de verlo para ganar su liberación. Segundo: La liberación del hombre por sí mismo, no de golpe, sino por etapas, naciendo, muriendo, reencarnando, pasando por los infiernos, purgatorios y cielos. Tercero: El hombre ario entonces tendrá necesidad inherente de desarrollo moral, de anhelo de mejoramiento, de perfección y de dignificar sus actos. Los Iniciados Solares de la Primera Categoría son aquellos que transmiten la Revelación de la Idea Madre de la Raza. Fueron los Iniciados Lunares, discípulos de estos Iniciados Solares, quienes redactaron y escribieron sobre la Revelación en forma histórica. Todo hombre, entonces, tiene la obligación moral de conocer, amar y practicar la Revelación Divina y esta Revelación Divina que conoce a través de la Tradición ha de ser el norte de todo hombre que desee alcanzar su liberación espiritual.

“El gigante Manú grabó con sus manos los jeroglíficos de las Siete Verdades de la Idea Madre delante de sus discípulos y enterró la piedra en las grutas de Kaor. Luego se elevó a los cielos. Los discípulos, en gran número, se distribuyeron por la faz del planeta, fundando escuelas iniciáticas y preservando la Idea Madre. Yo fui uno de ellos y emigré por el continente hasta encontrar un refugio secreto en las montañas volcánicas de África. Reencarné muchas veces en diversas regiones, la penúltima vez, durante el reinado de Amenofis IV, para defender la Idea Madre; la última, al comienzo de Acuario. La Idea Madre se expandió por el Planeta y ahora debo encontrar la Piedra, porque el enemigo también la quiere para sí.

“Estamos en la mitad del Camino, esa larga marcha que comenzó hace millones de años en el Polo Sur, cuando las mónadas se acercaron a los primeros modelos para habitarlos, trazando un círculo descendente desde el espíritu inmortal hacia la materia. Sucedieron las Grandes Razas Raíces unas tras otras, Urania, Hiperbórea, Lemuria, Atlante, Aria, a través de las edades, perfeccionando cada vez más el instrumento de vivir en la Tierra hasta llegar a nuestros días, cuando el hombre ha conquistado la materia hasta sus últimos secretos y, creyéndose un Dios, la quiere para sí, aislado, soberbio, separado de la Unidad. A mayores profundidades no puede descender y el círculo del destino ha empezado su marcha ascendente. Michaël, Señor del Sistema Solar, ha cambiado el giro de la rueda, y el hombre debe ascender hacia las dimensiones espirituales dejando atrás los frutos de sus conquistas. El Enemigo, la Dama Negra, perderá lo que ha conseguido en la materia, poder, lujuria, riquezas, dominio, inmortalidad y ahora, en la mitad del Camino, cuando pasado y futuro están a la par, con la balanza de Libra en un equilibrio transitorio, quiere la Piedra Negra para sí, con la Idea Poder, para echarla en el platillo de la balanza y volcar la fortuna a su favor. Mi misión es encontrar ese objeto de poder, creado por Manú al comienzo, hace 130 milenios, antes que la Dama Negra lo destruya y preservarlo en un lugar santo inaccesible, guardada por los Caballeros Americanos del Fuego. Desde el comienzo, allá en Kaor, ésa fue la misión de la Sagrada Orden del Fuego y por eso ha tenido tantas luchas a los largo de la Historia. Los enemigos intrigan pensando que si la Piedra es destruida la marcha de la Humanidad volverá a la materia y allí permanecerá bajo su dominio, como ha sucedido en los últimos milenios. El momento es decisivo y las fuerzas en conflicto son parejas. Acuario controla América, pero el gran continente oriental está en manos de androides y robots de avanzada inteligencia artificial. Sus recursos bélicos son inconmensurables.

“En el siglo XX de la Era Cristiana los sabios lograron la transformación de la materia en energía empezando una nueva etapa en la evolución humana, pero esa gran conquista fue utilizada para el mal. Un siglo más tarde, al iniciarse el milenio Acuariano, un sabio ruso reveló el procedimiento matemático para la transmutación de las cosas en diversas dimensiones, conocido como el enigma de Poincaré, poniendo en manos técnicas el poder de la materia hasta lo fantástico, igualando a los Poderes del Cielo. Les falta el código secreto que está encriptado en la Piedra Negra del Manú Vaivasvata, escondido en las ruinas de Kaor. Mi tarea es descubrirlo antes que los androides lo utilicen como utilizaron la energía nuclear en la destrucción de la civilización. Sus ejércitos se han movilizado, pero llegaré primero porque fui testigo viviente de la sagrada escritura.

“Estamos situados sobre los montes Kuen-Lun en el centro de desiertos ilimitados y pedregosos. Oasis alejados unos de otros prosperan albergando animales de toda especie, pero poco comunicados entre sí. Las antiguas caravanas trashumantes desaparecieron definitivamente y sólo robots especialmente preparados lo transitan de vez en cuando. Los Acuarianos utilizan naves aéreas como ésta para sus necesidades, pero son escasos; se agrupan en oasis protegidos formando pequeñas comunidades autosuficientes sin comercio ni intercambios culturales. Vamos a descender a baja altura sobre el desierto de Taklamakán, la meseta del Tibet y más al norte, para observar la situación actual de los robots automáticos de los androides recorriendo estas regiones de un lado a otro, buscando, explorando, preguntando en las comunidades, comunicándose con los detritus escondidos en las profundidades, siempre sobre lo mismo: la Piedra Negra del Manú: ¿Dónde está?”

Hasta aquí las palabras del Maestro. Descendimos casi a ras de tierra y exploramos velozmente diversas regiones: lagos, ríos, planicies, bosques, aldeas con sus rebaños de dromedarios, caballadas salvajes que galopaban alegremente, rebaños de yaks, praderas verdes junto a los ríos, convoyes mecánicos explorando las más lejanas tierras, la antigua Lhasa con el Potala en ruinas completas. Hacia el Sur resplandecían las cumbres nevadas de los Himalayas y a medida que avanzábamos al Este aumentaban las poblaciones androides con enjambres de máquinas, en permanente movimiento. De noche llegamos hasta las costas del Océano Pacífico y una larga cadena de ciudades iluminadas, muchas de ellas flotando sobre las aguas.

Regresamos volando a gran altura hasta los Kuen Lun y aterrizamos suavemente sobre una planicie verde en algún lugar para mí desconocido, flanqueados por cumbres nevadas. Era el fin del viaje y la despedida. Descendimos a tierra. La mañana estaba soleada y cálida, con una suave brisa y aromas vegetales. El Maestro me dijo: “Ahora es tu aventura, tus descubrimientos y tus conquistas. Los consejos están demás. Te dejaré mi capa como recuerdo y compañera de viaje, muy útil en los momentos de necesidad. La hicieron las Ñustas de Tiahuanaco y entre otras virtudes te brinda invisibilidad si pronuncias la formula apropiada. ¡Adiós, Io-Seph.”

Telepáticamente grabó en mi mente las palabras mágicas. Lo dejé junto al plato volador, empecé a descender por el prado y al volverme para saludarlo, había desaparecido junto con la nave. “¡Adiós, Maestro!” murmuré y seguí caminando.

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