Relato N° 18 - El Prado

La pradera es inmensa, desde las Montañas Rocosas hasta los Grandes Lagos, muy rica en bosques, ríos, pastizales y animales de muchas especies. Casi no tiene humanos, porque fue muy contaminada por la radiación atómica que exterminó la población. Los pocos que hoy la habitan vinieron desde el sur, muchos siglos después. Igual que la fauna y la flora, las especies que prosperan hasta el Ártico, proceden de otras partes. En el antiguo Mar Glacial Ártico estallaron las más violentas batallas de la Guerra de los Mil Años por aire, mar y tierra. Ahora el mar está en paz, con aguas azules brillantes, muchas ballenas y la gran ciudad acuática Hiperbórea, en el Polo Norte, núcleo de la civilización americana que está desplegando las potencias ocultas del Planeta, sincronizada con Urania, el centro magnético del Polo Sur, morada de la primera Raza Raíz, la divina Zveta-Dvipa, casa de los Chaya y clave del destino de la Humanidad, controlado por Michael.

En la pradera, el ganado es numeroso, sin depredadores, con un clima benigno que favorece los pastizales ni barreras artificiales que limiten los desplazamientos. Caballos, bisontes, toros, búfalos, pumas y jaguares recorren grandes distancias en plena libertad. En la pradera no hay ciudades; las que todavía permanecen, ruinosas y sucias, subsisten en la costa oriental del continente, habitadas por restos numerosos de androides, quimeras, simios y otros desechos decadentes de la ingeniería genética, como ya hemos visto en el sur del continente en relatos anteriores.

Los pastores de la pradera son pocos, reunidos en aldeas y pueblos dispersos, relacionados entre sí, cultivando la tierra con herramientas simples, sin utilizar animales para trabajar y menos para comerlos, ni siquiera los peces. Viven sencillamente, sin escuelas, templos ni talleres. Cada uno produce lo que necesita.

Vago por el campo en todas direcciones, manteniendo el rumbo hacia el Noreste, acercándome a Groenlandia a donde quiero llegar para estar cerca del Mar Ártico y la ciudad Hiperbórea, siempre caminando, sin utilizar vehículos voladores. Caminar en tierra, en la gramilla, un charco de agua, rocas, arena, hojas secas, brinda un estado de bienestar completo para la mente, los sentimientos, el organismo y la fantasía, como ninguna otra actividad humana puede ofrecerla, componer una música, escribir una poesía o pintar un bello paisaje; lo más saludable para un hombre es caminar libremente por el prado y al final de la jornada encender una fogata de ramas secas para pasar la noche bajo las estrellas, escuchando la voz del silencio y oliendo el intenso aroma de los pastos.

Despierto con las luces del alba y me encuentro rodeado de una inmensa ganadería mugiendo y balando, no sólo especies antiguas americanas, sino las que introdujeron los europeos en la época cristiana, vacunos, caballos ovejas y otras, sino también las que vinieron de África y Asia para los zoológicos y parques, más las que trajeron los acuarianos para globalizar el Planeta. Descubrieron que los animales de mayores dimensiones absorbían las radiaciones nucleares depositadas en el suelo sin producirles daño y las transmutaban en ondas benignas que activaban los centros de energía del organismo, dando salud y bienestar a los hombres. Los habitantes de las praderas son longevos, casi nunca enferman y perduran con un admirable carácter de convivencia. No tienen instituciones sociales ni autoridades; la abundancia de las llanuras sumado al control poblacional practicado con naturalidad asegura un bienestar duradero. No forman parejas ni familias; se unen libremente, sin compromisos. El amor sexual lo conocen como amistad. Además, la evolución de la Raza Americana, que había eliminado todas las aberraciones que se produjeron al final de la época cristiana, redujo la libido a su menor expresión. Los sexos se unen sólo para la reproducción en la medida que es necesario el mantenimiento de la población.

Me acerco a una aldea situada en lo alto de una colina, tal vez las ruinas de una antigua ciudad, rodeado de un rebaño de ovejas, búfalos y toros que me han seguido dócilmente durante varias jornadas. Las ovejas producen lana suave muy abundante que está en el tiempo de esquilar. Los habitantes de las llanuras son hábiles tejedores y espero ofrecerlas amistosamente. Con la lana fabrican prendas de vestir, sogas, mantas, alfombras y casas enteras, muy confortables en todas las estaciones. No usan las ovejas como alimento, pero las ordeñan, como a las vacas, para obtener leche, manteca y queso. En la cercanía abundan los cultivos más variados, protegidos por setos verdes. Cuando llegué a lo alto de la colina, éramos una multitud de cientos de personas de todas las edades, bulliciosas, movedizas y alegres. Como no tenían gobierno ni autoridades, y nadie me dio la bienvenida, me instalé como en mi casa y me presenté a mí mismo. Las ovejas se metieron por todas partes, mezcladas con los niños que jugaban con ellas. Todos rubios, vestían hermosos trajes de muchos colores y diversas formas, de lana, fibras vegetales y plumas para los adornos. Las mujeres eran agraciadas con largas cabelleras trenzadas que les llegaban hasta la cintura y los hombres usaban barbas que también trenzaban en diversos estilos, adornados con flores silvestres.

Una escuadrilla de platos voladores se desplazaba sobre nosotros a mediana altura y los pastores los saludaban agitando los brazos, como si fueran conocidos. Uno de los platillos se desprendió del grupo y descendió suavemente sobre la pradera, a corta distancia. Corrimos hacia los visitantes que salieron por una escotilla abierta en rampa. Eran tres navegantes acuarianos, una era Rore que ya conocimos en el Cañón del Colorado y compañera de la Comunidad del Lanín. Dos se unieron a los nativos de la aldea; Rore y yo nos apartamos para conversar privadamente sobre los últimos acontecimientos.

En resumen, el conflicto de los androides del Este se había agravado por el aumento desmesurado de la población en los conglomerados de las urbes supervivientes y las consiguientes hambrunas que los diezmaban. El canibalismo se había generalizado en luchas tribales y había desaparecido todo ganado doméstico o salvaje entre el gran río y la costa, Los cultivos estaban arruinados y nadie quería trabajar. La esclavitud con mano de obra extraña no dio resultados y la miseria se extendió por los territorios del este. Entonces despertó el ansia de conquista de las llanuras más allá del río, ricas en ganadería y riquezas naturales, como ocurrió en la antigüedad, y las tribus Nu-yor, Cheni, Buss, Bler, se unieron para la guerra. Eran millones de androides armados con lanzas y espadas y explosivos, feroces, sanguinarios, empujados por fanáticos endemoniados que les ofrecían los más tentadores premios. Desde las costas del Caribe hasta los bosques del Norte, avanzaban las hordas invasoras hacia el Oeste, saqueando y destruyendo lo que encontraban a su paso. Los animales y los campesinos escapaban aterrorizados. En anteriores épocas, los Iniciados Acuarianos que vigilaban las fronteras desde sus naves voladoras los mantenían sujetos en sus territorios; pero esta vez era diferente. Los Maestros habían decidido que los americanos de los campos se defendieran por sí mismos, con sus propias fuerzas. Los Iniciados con Cuerpo de Fuego no intervendrían; los acompañarían para enseñarles y guiarlos, pero no lucharían. Los Americanos debían ganar el territorio por sí mismos. Rore quedó en la aldea y sus compañeros se trasladaron a otras regiones en el plato volador. Yo permanecí en ese lugar, como cronista de una nueva batalla, observando cómo la Gran Iniciada del Fuego enseñaba a gente sencilla y sin experiencia, a defender su lugar y sus derechos.

Rore reunió a las aldeas del territorio, hombres, mujeres, niños y todos los animales grandes; les aseguró que vencerían sin necesidad de armas, porque los demonios utilizan el terror y la tortura para doblegar la voluntad de sus adversarios. Ella iría al frente, sin armas y sin miedo y entre todos expulsarían a los invasores. Pidió que eligieran un jefe para ordenar las batallas y por unanimidad nombraron a Big-Man, un gigante de gran barba rubia, quien de inmediato eligió ayudantes y dispuso el orden de marcha, con los bisontes como vanguardia en un amplio frente. Los niños estaban entusiasmados y marchaban con las ovejas. Nadie portaba armas. Detrás de los bisontes, seguían otros animales grandes, agrupados por especies, con hombres expertos que se comunicaban con ellos: toros, osos pardos, vacas, cerdos, ciervos; en fin, las víctimas de la crueldad humana decididas a liberarse para siempre de la codicia de los demonios encarnados. Después de muchos días de marcha hacia el Este, la columna de Big-Man encontró junto al recodo de un río una inmensa horda de androides armados que avanzaba contra ellos. Lanzó los bisontes a toda carrera, incontenibles, que diezmó a los intrusos en grupos separados, a pesar de sus lanzas y explosivos. Detrás atropellaron los osos, los búfalos, los toros y las vacas, estas últimas, furiosas, no perdonaron a nadie, en venganza de los millones que fueron sacrificadas para satisfacer la voracidad humana. En retaguardia vinieron los cerdos insaciables, hasta el horizonte y se comieron a todos los androides, en donde los encontraban. Ningún americano combatió, aunque muchos perecieron. También murieron muchos bisontes, y ciervos. En el aire se reunió una cantidad inmensa de carroñeras que en los días siguientes dejaron limpio el prado. Rore, en el centro de la batalla, no fue tocada; Big-Man, con sus ayudantes, formaron un cerco de valientes que la protegieron, a costa de la vida de algunos.

Ésta fue la primera batalla, cerca de la antigua Québec, donde el Maitreya inició su obra miles de años atrás. Hubieron muchos enfrentamientos, unos grandes, otros combates chicos y escaramuzas en todo el frente que separa las dos razas, pero el modelo básicamente es el que hemos descrito: los animales combatían a los androides, y generalmente ganaban. Los vencidos eran devorados por los cerdos, aunque no tuvieran hambre.

Big-Man demostró ser un organizador sabio y prudente y las demás regiones lo eligieron para que llevara una campaña completa. Así, con la misma estrategia, sin combatir, fueron ocupadas las tierras del Este hasta el mar, los androides desaparecieron y se descontaminaron ruinas, bosques y ríos, sin intervención de los Iniciados del Fuego. Los llaneros del prado, por propia iniciativa y con sus capacidades naturales, se convirtieron en base de la nueva Raza Americana. Pero todavía quedaban los otros continentes. Rore y yo permanecimos un tiempo con ellos, enseñando las ideas de la Renuncia del Maestro Santiago, hasta que una gran nave aérea, proveniente de la Comunidad de Hueuchulafquen, nos recogió en la isla Manhattan y nos condujo a la ciudad Hiperbórea del Polo Norte.

Anterior
Siguiente