Relato N° 44 - Adán y Eva en Tahití
(La idea de la sexualidad como pecado es de origen semita, característica de las religiones monoteístas de un Dios personal y fue desarrollada claramente en el Génesis, en gran parte de la literatura cristiana y en los ensayos de psicología moderna. (Freud, etc.). Las consecuencias perversas en la vida moderna son asombrosas, desde las desviaciones antinaturales de todo calibre hasta la inundación insoportable de aberraciones biológicas, mentales y sociales en los medios masivos de comunicación, los hogares, las religiones y la educación. La ignorancia sobre el tema es completa desde la imagen del Paraíso bíblico hasta la política de liberación sexual de la posguerra. Sólo el conocimiento de la pluralidad de los mundos y la realización del hombre integral puede conducir a la práctica de la sexualidad en funciones específicas: la reproducción de la especie, como se vivía en Tahití antes de la llegada de la civilización cristiana. A comienzos del siglo XXI, dinero y sexo van juntos ocupando el espacio-tiempo totalitario de la vida moderna con efectos letales irreversibles).
Navego solitario en las aguas del Océano Pacífico sin ninguna isla a la vista. Un horizonte plano en todas direcciones marca con línea corrida la bóveda celeste y en el centro, bien alto, el sol del mediodía, resplandeciendo el espacio, dando siempre luz, calor y vida. Permanezco recostado en el junco, protegiendo los ojos con la sombra de la vela y la suave brisa lo hace navegar. En el cielo hacia occidente, un plato volador flotando en círculos a gran altura sobre mi barca, navega lentamente. Me busca. Recojo la vela y me detengo, esperando el encuentro. La aeronave desciende hasta tocar la superficie del agua, se aproxima y abre una portezuela en rampa hasta el junco; desde el interior surge una voz amiga que me invita: “¡Entra, Io-Seph!”
Recojo el manto, abandono el junco a merced de las olas y la aeronave sube. Abajo la barca quedó boyando en un círculo de ondas. Encontré viejos amigos con los que tuvimos hermosas aventuras en otros tiempos y a los que saludé con afecto: Laila, Hipatia, Ariel y otros que no he mencionado anteriormente. Han pasado varios años desde el último encuentro en las cavernas atlantes bajo el Océano, cuando combatíamos a los androides de la vieja Raza, detritus, autómatas, quimeras, lemures, otros y limpiábamos las bóvedas de oscuras contaminaciones. El paisaje terrestre ha cambiado completamente, estamos a plena luz del día, y las tareas también; ya no combatimos más; ahora construimos. La misión de ésta y otras naves bien tripuladas es la fundación de la nueva Humanidad en el comienzo.
Me condujeron a ver la preciosa carga que transportaban. En una cabina aparte, iluminada con luz gris difusa y sonidos armoniosos apenas audibles, yacían catorce durmientes de ambos sexos sobre tarimas portátiles, boca arriba, siete varones y siete chicas de unos 15 años de edad, muy parecidos entre sí, con brillantes Cuerpos de Fuego del color de la llama, sin ropa, adorno, ni identificación de brazaletes. Eran físicamente perfectos, interna y externamente y habían superado las dos primeras estancias del Templo de la Iniciación, que ahora se levanta junto a las pirámides de Teotihuacán, en América, y siguen los programas de perfección mística del antiguo Egipto junto al Nilo como está descrito en el Relato 12. Esta expedición de siete parejas está destinada a las islas de Polinesia, una en cada isla elegida con condiciones ideales para una supervivencia inicial. La más cercana es Tahití y como yo navegaba en la zona, me buscaron para que los acompañara y cuidara a los primeros Adán y Eva, por un mes. Luego volverán a buscarme y me llevarán a donde quiera ir. Mientras tanto, ubicarían a los demás. Acepté encantado porque la tarea estaba en la línea de mis investigaciones.
Nos acercamos a Tahití desde el sur y la vimos empinada muy verde, junto a su hermana Moorea, igualmente bella. Volamos despacio y bajo, buscando el lugar apropiado y pronto lo encontramos, pues toda la isla es un paraíso. Aterrizamos cerca de un refugio agradable para los adolescentes, una caverna, no muy profunda, abierta al levante, despejada de árboles y una linda terraza delante, con muchas plantas florales en plenitud de aromas. En la isla no hay animales peligrosos y nunca los habrá; desde ahora permanece bajo la tutela de Iniciados del Fuego por muchas generaciones. Bajamos a una pareja dormida y la depositamos directamente en un mullido lecho de musgo seco dentro de la caverna. Recogimos frutos maduros y los pusimos cerca. El agua abundaba en un arroyito que bajaba por la colina. Atardecía. Los tripulantes de la nave dieron las últimas inspecciones por los alrededores y se mostraron conformes. Nos despedimos hasta dentro de un mes, señalando forma y lugar del reencuentro y partieron sin ruido. Los durmientes despertarán al día siguiente con los primeros rayos del sol. Yo me acomodé en la terraza al aire libre junto a una fogata y me dediqué a pensar en esta ocupación inesperada. Se hizo noche, aparecieron las estrellas con la Cruz del Sur y más tarde, en plena oscuridad, la pequeña luna de cuarto creciente rielando en el mar bajo un horizonte lejano.
A la mañana siguiente temprano encendí un fuego grande y puse a tostar plátanos, manzanas, choclos amarillos silvestres tiernos, tapioca. La arboleda estaba bulliciosa de pájaros y monos; algunos mamíferos salían de la espesura curioseando el fuego y los alimentos. El sol daba de lleno en la entrada de la caverna y enseguida aparecieron los chicos con andar soñoliento tras el período de hipnosis. Con un gesto los invité que se acercaran a la fogata, pues tiritaban, cosa que hicieron con gusto sentándose en unos troncos. En unas hojas grandes traje agua del arroyo y les di que bebieran. Luego probé unos frutos naturales y les convidé. Más tarde saqué del rescoldo batatas y choclos que tuvieron buena aceptación. Yo ensayaba primero y ellos me imitaban. No habíamos hablado todavía, pero reíamos por cualquier insignificancia que provocaban los animalitos que nos rodeaban: conejos, monos y unas cabras que devoraron las sobras. Entoné una canción antigua en aripal que había escuchado hace mucho, mucho tiempo en la antigua Comunidad de Ordenadas de Embalse, con ritmo alegre y que conocían, pues me acompañaron con gestos y risas:
¡¡Bet Astere ak babeel
Foro Acuar Anhunit aiest
Cur cam sem came el
Bel bellica Philo giest
Gunas et trikam Beatrix
Ahehia ote Hes
Horushatum ten amon trix
Ihes eret om Heeeeessss!!!!!!
El hielo inicial, que nunca apareció, estaba superado y enseguida fuimos amigos. El muchacho me preguntó: “¿Cómo te llamas?” Le respondí: “Io-Seph. ¿Y tú cómo te llamas?” “Lo sabía antes de dormir, pero ahora no tengo nombre.” Repetí la pregunta a la chica y me respondió lo mismo. Les dije: “Entonces, si no tienen nombres se llamarán él y ella mientras estemos juntos en esta isla”. Les propuse un paseo para conocer los alrededores y activar los músculos después de las jornadas inmóviles. Aceptaron entusiasmados. Dejé guardada en la caverna la capa celeste que me regaló el Maestro Santiago en Asia Central la última vez que nos vimos. Si algún monito curioso se acercara demasiado y tratara de conquistarla, se llevaría un susto, porque la capa está protegida por elfos que las Ñustas, tejedoras del Perú místico, habían entretejido en el mantram interno al ritmo de fórmulas de poder que muchas veces me ayudaron en momentos de peligro. Seguramente el mono audaz tropezaría con la imagen de un tigre con las fauces abiertas muy cerca.
Mientras andábamos contestaba preguntas y daba explicaciones. Fuimos hacia el Océano y se bañaron en la laguna transparente protegida por arrecifes de coral. Empezamos el entrenamiento de supervivencia de mis ahijados en ese lugar aprendiendo a bucear reteniendo el aliento y explorando el fondo marino que, como dije, era sereno, visible y abundante en ostras de buena calidad que, en la playa, abrimos con las uñas, como me había enseñado Manú, y condimentamos con jugo de frutas. Los chicos tenían buen apetito y se sumergían jugando y cosechando. Más tarde recogimos langosta que tostamos en las piedras calientes de la fogata. Les enseñé a encender fuego con pedernal y eslabón que siempre me acompañan. Más adelante les enseñaré otros procedimientos tradicionales porque el fuego es indispensable para aquéllos que formarán una familia y construirán un hogar numeroso.
Todos los días al amanecer salíamos de excursión en diversas direcciones, pues Tahití es la cumbre de una montaña sumergida con relieve complicado y abundantes ríos. Desde lo más alto veíamos el Océano completo y la cercana Moorea. La riqueza vegetal y animal es impresionante, en el mar y en la tierra; los Acuarianos introdujeron especies que no compiten entre sí, por ejemplo, herbívoros solamente. La época de selección del más fuerte se terminó y esa ley antigua fue reemplazada por el principio de armonía y cooperación. El resultado fue abundancia general para todos, disminución de las agresiones individuales, un clima suave sin cambios bruscos, desaparición de los hielos polares y huracanes en los continentes. El factor que más contribuyó a la estabilidad generalizada fue la Barrera Radiante que expandió el Gran Iniciado Solar Maitreya después de la guerra atómica mundial y elevó la vibración planetaria a niveles antes conocidos por los místicos en sus experiencias solitarias. Otros elementos importantes fueron la comprensión general de la Ley de la Renuncia, la aplicación del principio de Reversibilidad Analógica en el comportamiento humano y la conquista de la Intuición, conocimiento directo e instantáneo de las cosas.
Los adolescentes aprendían rápidamente. En el Templo de la Iniciación no sólo habían borrado recuerdos anteriores, sino recibieron entrenamiento avanzado de flexibilidad mental. Muchas veces adelantaban explicaciones sobre fenómenos presentes antes que yo las describiese y hablaban claramente con expresiones nuevas, inventando palabras, movimientos y significados. Se llamaban de diferentes maneras y cambiaban los nombres, algunos sin valor para mí, pero interesantes para ellos. Eran alegres y yo tenía la impresión que habían comunicaciones inefables que les pertenecían exclusivamente. Más allá de las formas visibles, un mundo nuevo compartido nacía en ellos. Con la instalación en Tahití esta pareja humana virgen, joven, preparada integralmente en la mejor escuela de Iniciación Politeísta tradicional, cuando la Tierra ha sido reconstruida con formas excelentes, comienza efectivamente la Raza Americana hacia la mitad de su período zodiacal, en plenitud. El emprendimiento es planetario y en siete veces siete lugares separados unos de otros, aterrizan las naves aéreas y depositan las simientes del futuro. Unos en las islas del Pacífico, otros en las del Índico y el Caribe, algunos en oasis verdes de los desiertos africanos, en valles escondidos de los Himalayas y en las cordilleras del continente americano. Es una siembra global de casi cien proyectos de vida que los sabios de los Templos de Iniciación prepararon durante generaciones con un seguimiento individual de muchas reencarnaciones, en la Tierra y en los planos astrales. Y continuará por mucho tiempo hasta que complete el ciclo de la Raza y comience otra nueva. Ahora la Evolución está en manos de los Iniciados del Fuego avanzando por el Camino de la Renuncia.
(Reunir los primeros Adán y Eva en el Paraíso Bíblico y exigirles que no comieran el fruto prohibido es el absurdo de un Dios represivo y el siguiente castigo de expulsión es más grave aún, dando origen al sentimiento violento de culpas que ha durado hasta hoy. La gran obra del Maitreya, cuyas señales estamos advirtiendo continuamente en todas partes, es no sólo terminar con las enfermedades de la civilización sino también con las causas que la provocaron. Dos de ellas han sido muy fuertes: el afán desmedido de posesiones y la libido llevada al absurdo, invadiendo espacios que no le corresponden. La zona vibratoria de ambas pasiones ha descendido hasta niveles insostenibles provocando la morbosidad de la condición humana y el caos social, sin salida, un abismo insondable. El Maitreya, al desplegar su poder áurico ha establecido una barrera radiante de alta vibración, que los viejos androides no pueden cruzar. Unos pocos seguidores del Camino de la Renuncia tienen futuro, como está relatado en estas páginas. Los jóvenes protagonistas exploran Tahití con alegría y libertad, desnudos como vinieron, sin que les afecte un impulso natural muy atenuado, acorde con la Barrera Radiante. No poseen cosas, no desean nada, no compiten. No les muerde la fantasía, viven sin recuerdos ni ensueños. Ella y Él constituyen el modelo de las generaciones futuras que se esforzarán en la unificación de los opuestos hasta llegar a ser uno).