Relato N° 28 - Otras Aventuras
Laila socorre a Hipatia
Hipatia y Laila se criaron juntas en el desierto africano, en familias que andaban largas correrías, vinculando los oasis con sus caravanas de camellos, desde el Océano hasta el Nilo. Los monjes del Hoggard los protegían, grupos dinámicos unidos con lazos de sangre que cuidaban la prosperidad creciente de la naturaleza, conservando abiertas las fuentes de agua, las migraciones de los animales y la expulsión de todo elemento extraño que se introducía en sus tierras, fueran robots o quimeras. Las dos jóvenes fueron entrenadas por los monjes en el arte de transmutar los absurdos productos de la locura civilizada en substancias inertes, integrándolos al reino mineral, sin formas.
Con gran experiencia adquirida en sus peregrinaciones por los desiertos soleados, Hipatia y Leila avanzaban por túneles y galerías solitarias, en una zona infectada de robots que, a medida que los perseguían, ellos se refugiaban en subterráneos, algunos naturales y otros, artificiales. Aunque habían de diversas especies, según las funciones que desempeñaban, todos tenían una característica común: odio feroz hacia la nueva Humanidad. No eran antiguos, sino productos de los últimos restos de la civilización tecnócrata que sobrevivían en ciertas zonas del Asia Oriental. Como los Magoos Atlantes de las tradiciones, aspiraban reconquistar el Planeta por medio de autómatas. Algunos de los depósitos subterráneos de robots, eran material bélico de reserva no convencional, para cuando llegara la hora de la venganza, pensaban los Magoos orientales. Pero los robots modernos no eran torpes ni semiciegos, como los lemures; poseían la astucia que les daba la malicia de la inteligencia artificial. Muy peligrosos.
Hipatia había adelantado mucho en sus exploraciones por nuevas galerías de rocas metalizadas, donde encontraba restos de robots desarticulados, piezas sueltas de diversos tipos y materiales sintéticos novedosos, aunque todos dentro de la norma vibratoria antigua, anterior al despliegue de la Barrera Radiante que el Maitreya implantó en la superficie del Planeta. Pero en el interior terrestre, en factorías submarinas y cavernas profundas, a donde no llegaba la radiación del Gran Ser, los androides primero y luego los robots más capacitados, fabricaban artificios inteligentes con programas agresivos. Los rastros que encontraba Hipatia los disolvía con la radiación que portaba, conducían hacia un complejo industrial muy grande bajo las bóvedas de una inmensa caverna, una verdadera factoría robótica. Avanzó entre maquinaria en movimiento, con sus servidores terrestres, cientos de gnomos y hombrecitos de la Tierra que la ayudaban. ¡Era una trampa! Todas eran máquinas robóticas sincronizadas respondiendo a un programa destructor de organismos vivos de cualquier reino y se pusieron en movimiento encerrando a la viajera. Hasta los elementales de la tierra quedaban aprisionados en circuitos electromagnéticos especializados del que no podían escapar. Hipatia expandió la radiación que portaba hasta el máximo, pero los robots atacaban lanzando proyectiles inmunes y algunos la golpearon. Cayó al suelo con una herida en la cabeza y llamó a Laila con toda su alma. Los gnomos formaron una muralla a su alrededor protegiéndola, y llamaron también a sus congéneres que aparecían desde las dimensiones astrales y se trababan en lucha desesperada con los autómatas. Entonces Laila, desde lo alto de una bóveda, se precipitó furiosa, levantó un oleaje de radiaciones y rayos eléctricos que se extendió por la fábrica, incendiando y destruyendo todo a su paso. Hipatia se enderezó y, juntas, recorrieron como un vendaval, la factoría y los túneles sin dejar el más pequeño artificio sin deshacerlo. Millares de elementales terrestres y del fuego, erinias y salamandras, revisaban todos los rincones hasta la más pequeña grieta, limpiándolas de vibraciones perversas. Luego abrieron conductos desde fuentes termales sulfurosas e inundaron todos los espacios de esa zona que quedó descontaminada y limpia.
Big Man y la Ciudad de las Puertas de Oro
El gigante norteamericano avanzaba por las galerías que comunican las regiones donde antiguamente prosperaban las islas Atlantes al este del continente y que fueron sumergidas en el cataclismo que exterminó la raza del tercer ojo. Hombre sociable por naturaleza, acostumbraba desplazarse con numerosa compañía de elementales terrestres, enanos con los que hablaba y trataba de educarlos; pensaba que algún día aprenderían a convivir con los hombres. Los enanos lo ayudaban en todo, porque tenía buen carácter y les hacían conocer viejos territorios. Además, siempre estaban en conflicto con elementales perversos que descendían del psiquismo de los androides y las quimeras. Los elementales de la Tierra también deseaban una morada no contaminada, natural y limpia.
Llegaron finalmente a la “Ciudad de las Puertas de Oro”, no la antigua situada en la Isla Poseidonis, que quedó destruida y sumergida sobre las aguas del mar, sino otra que los sobrevivientes del desastre edificaron en cavernas subterráneas, debajo de la antigua, muy semejante y que nombraron como la anterior. No tenía el esplendor ni la grandeza del modelo antiguo, pero ostentaba puertas de oro y era la capital de los sobrevivientes, durante milenios, hasta que llegó la hora del destino, el encuentro con la nueva Raza y el fin. Estos Atlantes eran sabios, videntes, y conocían la misión especial de Big Man, encomendada antes del viaje por el Señor Maitreya. El enviado llegó a las Puertas de Oro al frente de su gran ejército de enanos y las puertas se abrieron de par en par. Una doble fila de guardias negros con armadura antigua, yelmos alados de oro, lanzas y escudos, se alineaban en ambos lados de la avenida de acceso hasta el fondo, en el palacio del Rey, llamado como la ciudad, Poseidón, que lo esperaba en su trono. Ante las escalinatas, Big Man hizo una gran reverencia y habló en el idioma antiguo, expresando el mensaje del Gran Iniciado Solar al Rey Atlante, cuyo resumen es el siguiente:
“La Humanidad terminó su ciclo de variación oscilante, no desciende más en la solidificación del conocimiento de la materia, ha girado completamente hacia la contradicción analógica y por el principio de Renuncia, ley de la Evolución Universal, avanza hacia la conquista del espíritu. Los rezagados tienen una oportunidad sumarse a la caravana humana. Quienes así lo decidan irán por el camino de la derecha y experimentarán los cambios de vida y muerte como los hombres nuevos. Quienes elijan el camino de la izquierda morirán una sola vez más y serán ubicados en la dimensión que les corresponda en la pluralidad de los mundos, sin reencarnar más. ¡Elije tú el primero, oh Rey!”
Poseidón se levantó de su trono y con gran voz dijo:- “Conocía mensaje antes que tú atravesaras las Puertas de Oro, y me he decidido hace tiempo. Vivir lejos de la luz del sol es muy penoso, y elijo el camino de la derecha, aunque pierda mis conquistas mentales y materiales. Éstas también agobian al hombre.” Y volviéndose hacia su pueblo que lo rodeaba, exclamó: -“Que cada uno elija libremente y encuentre al final del sendero una felicidad mejor que en el nuestro Reino, al que declaro extinto para siempre.”
Majestuosamente bajó las escalinatas del Trono, pasó junto a Big Man por su brazo derecho y avanzó por la avenida acompañado de un grupo de enanos encargados de su alistamiento y salió por las Puertas Doradas hacia el mundo. De igual manera fueron desfilando junto al gigante americano, unos por la derecha y otros por la izquierda, cortesanos, servidores, guardias y el pueblo en general, hasta que la ciudad quedó vacía. Solitario y silencioso, Big Man volvió por la avenida, lentamente, y echando una última mirada de adiós, cerró las Puertas de Oro.
El castigo de los perjuros
La conducción del programa de purificación de la Tierra, en la primera etapa, dirigida por Adelphirake fue magistral, con resultados extraordinarios en los sitios donde actuaron, implantando niveles vibratorios indispensables para las nuevas formas de vida. Los residuos de las viejas civilizaciones, depositados en el séptimo plano astral y en las profundidades terrestres, habían deformado los programas de la Nueva Era energética y obstruyeron el adelanto de la Raza Americana. Compruébese el tema de la energía atómica, entregada por los Dioses para la formación del hombre nuevo, que fue retrasada siglos, milenios, por el empleo de esa fuente de vida espiritual en la destrucción de la Humanidad. Los Santos Maestros decidieron, entonces, limpiar completamente el Planeta de toda suciedad kármica antes de avanzar hacia las próximas conquistas de la evolución y pidieron a los Iniciados del Fuego, especialmente a la Orden conducida por la Madre Abbhumi, una terapia definitiva. Abbhumi eligió un grupo preparado por el Maestro Santiago para llevar a cabo las primeras experiencias quienes a su vez formarían siete centros de vigilancia sobre el globo entero. De allí en más, la Humanidad podría avanzar sin peligro sobre las dimensiones energéticas venideras.
Adelphirake tenía, además, la tarea de terminar con la más peligrosa de las resacas, los últimos restos de magoos negros y los perjuros, los primeros atlantes y los últimos de reciente fecha, reunidos en un mismo lugar físico por afinidades kármicas. Ambos perdieron el nombre y no tienen ubicación en ningún lugar. Dice el Voto Perpetuo de la Ley: “Juro a la presencia de Dios, etc… Si tal no hiciera, sea mi nombre borrado de la faz de la Tierra.” Como no tienen nombre, no poseen identidad y sus rostros son una pantalla en blanco, sin ojos, boca, nariz, ni oídos; sus manos son palmetas sin dedos ni señales. Cuando un ser pronuncia un voto perpetuo, si no cumple la promesa, en la fórmula dicta su propia sentencia; no es necesario ningún tribunal de justicia.
Guiado por sus servidores de la Tierra, Adelphirake llegó a un lugar especial, totalmente cerrado como un globo negro, una caverna grande y esférica, muy pulida, en penumbra gris, con millares de seres humanos de muchas épocas y diversas razas, desde el negro azabache de los magoos atlantes hasta pálidos seres de épocas modernas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, con rostros lisos y manos como muñones. Un zumbido fuerte, como de panal de abejas cerrado, estremecía el espacio. Era el sonido de miles de gargantas sin boca que repetían: “Juro a la presencia de Dios… etc. Juro…etc.” Adelphirake se detuvo a la entrada de ese ámbito, se conmovió hasta las lágrimas, que bajaron por sus mejillas, saladas, cálidas, porque en una encarnación anterior, cuando vivía el Maestro Santiago, había conocido a muchos. Luego, comenzó el cumplimiento de la misión que lo condujo hasta ese lugar tan triste. El Gran Sacerdote Manes, en el Hoggard, le había indicado que debía concluir con la penosa situación de los perjuros, situación que desequilibraba el estado de la Nueva Era, basada en la armonía entre el corazón y la mente. Le enseñó un conjunto de fórmulas magnéticas que concentraba el poder de la Barrera Radiante del Maitreya hasta niveles insostenibles para esos desdichados. Efectivamente, con la ayuda de ayudantes astrales que lo servían, fue trazando en el espacio de la esfera gris figuras vibratorias que atraían las ondas de la Barrera e incrementaban su potencia hasta un nivel que los hombres sin nombre no podían soportar: callaban, cesaban sus movimientos y se tendían en el piso para dormir, descansar, dejar de ser. Poco a poco se trasparentaban y empezaban a vibrar como la Barrera, borrándose en sombras hasta desaparecer.
El espacio quedó vacío, con una tenue niebla flotando en el aire. Adelphirake lo cerró con una fórmula de final y se retiró. La esfera hueca se había convertido en un agujero negro donde nadie podía entrar ni salir, ocupada por la más alta vibración del Gran Iniciado Solar.