Relato N° 15 - El Maitreya en Nueva York

La catástrofe de Las Vegas no provocó la guerra atómica tantas veces anunciada, vendría pocos años después, aunque sí cambios profundos en la sociedad norteamericana y el resto del mundo. El atentado fue tan grave que la reacción de los responsables fue, esta vez, positiva. Actuaron con sensatez, aunque las medidas fueron drásticas, extremas, si querían salvar la nación. Murieron millones de personas, pero ya había ocurrido otras veces a lo largo de la Historia y sólo la enérgica reacción de los sobrevivientes pudo solucionar la catástrofe. Se dieron cuenta que el mal que los acosaba era interno, estructural, metido en los huesos del pueblo. Los cambios eran urgentes, porque las masas empezaron a levantarse en todas las ciudades. En primer lugar, establecieron la dictadura militar en todo el territorio, suprimieron los derechos cívicos, cerraron las bases militares en el extranjero y trajeron todas las tropas y buques de guerra. Se estableció el servicio obligatorio y el ejército ocupó el país con diez millones de soldados férreamente disciplinados. Se prohibieron las sectas y los movimientos liberales y se abrieron campos de concentración donde se torturaba, como en Guantánamo e Irak. El registro de cultos fue restringido al máximo y sólo se permitieron las religiones del siglo XIX. Los extranjeros querían escapar, pero se prohibió la emigración, como en tiempos de la Unión Soviética. La economía cayó a pique, pero era un pueblo con mucha vitalidad que hizo todos los sacrificios necesarios, automóviles, lujos, despilfarros, viajes, para seguir a la cabeza del mundo. Se volvieron austeros, intolerantes y cerrados sobre sí mismos. Las rebeliones estallaban en los estados periféricos, pero eran reprimidas sin piedad. El resto de las Naciones tomaron políticas simétricas, armados hasta los dientes, cada uno dentro de sus fronteras. Las Naciones Unidas habían perdido todo significado.

Los primeros informes llegaron desde Quebec. A medida que la dictadura imponía reglamentaciones más duras, en Universidades, campus, la prensa y la calle, la juventud se hizo rebelde como nunca y se formaron grupos de protesta, con antiguos mitos libertadores: Rama, Krishna, Gandhi, Toro Sentado, el Che y otros. Por encima de todos, figuraba Maitreya y su mensaje de redención individual, sin intermediarios. Como siempre, los dignatarios eclesiásticos y los capitanes de la economía se unieron a la Junta Militar y el pueblo quedó desamparado, oprimido, sin guías ni defensores. Entonces la figura del Gran Iniciado Solar adquirió dimensiones extraordinarias, aunque pocos lo habían visto o escuchado su palabra. Se mencionaban muchos lugares y encuentros, especialmente en América del Sur, pero nada comprobado. No habían retratos ni descripciones de su figura, aunque se lo representaba como un hombre de mediana edad, sin barba, cabello oscuro corto, vestido de un negro rutilante con chaqueta cerrada hasta el cuello, ojos muy penetrantes, caminar enérgico, voz fuerte y musical, en cualquier idioma, incluso dialectos. Lo acompañaban dos hombres silenciosos, muy parecidos a Él. Siempre estaba en movimiento, en el campo y en las ciudades. Se lo había conocido viajando en trenes, durmiendo en moteles o comiendo en cantinas rápidas.

En Quebec fue filmado conversando con un grupo de estudiantes en el campus universitario y de inmediato la imagen saltó a todas las pantallas del mundo, pues se lo consideraba responsable de la catástrofe de Las Vegas. La Dictadura había ofrecido una gran recompensa por su captura. Cuando los patrulleros ingresaron al campus ya no estaba allí. Se hicieron rastreos por la zona, pero fue en vano. De todos modos, detuvieron algunas docenas de estudiantes y los encerraron en campos de concentración. Lucharon con la policía y algunos fueron heridos. Las autoridades cerraron la Universidad por tiempo indeterminado.

Una semana después apareció en la Universidad de Harvard, dictando una conferencia ante una sala repleta de estudiantes. Incluso conectaron las filmaciones directamente a una cadena de televisión y todo el país estuvo pendiente. Lo esencial de la disertación era: “La Renuncia es la Ley del mundo futuro y vosotros estáis entre los precursores que viven esta Ley que será el modo de vivir de los hombres que vendrán. Que os sea concedido como don clarividente de experiencia vislumbrar y preparar ese mundo donde los sabios y los santos serán sacerdotes, legisladores y guías de la Humanidad, donde los que moderan y distribuyen las corrientes económicas de los pueblos serán considerados gobernantes de los mismos, donde los productores serán los benefactores de la Humanidad, donde desaparecerán los intermediarios entre Dios y el hombre, entre el maestro y el alumno, entre el productor y el necesitado”. Mientras tanto, los estudiantes se habían atrincherado y bloqueado con muebles la entrada del edificio. La policía atacó con armas y vehículos blindados. Los defensores repelieron con fuego y hubo muchos muertos. Antes de terminar la conferencia, el Maitreya se despidió con una convocatoria: “¡Los espero la próxima semana frente a la Secretaría de las Naciones Unidas!” Como en Canadá, todas las búsquedas fueron infructuosas. Bloquearon los accesos a Manhattan, trajeron más tropas de otros estados y formaron un cordón blindado alrededor de la Secretaría. El Maitreya había desaparecido una vez más.

Tres días más tarde de la aparición pública del Gran Iniciado se desató una gran tormenta de nieve desde las montañas Apalaches hasta el océano, con fuertes vientos que volvieron peligrosos los transportes y las comunicaciones. Las escuelas de Nueva York cerraron y muchos comercios no abrieron. La expectación era tremenda. ¿Qué haría el Maitreya? ¿Hablaría ante el Consejo de Seguridad? ¿En qué idioma? ¿Qué disposiciones había tomado el Secretario General? Se debatía continuamente; unos opinaban que había que arrestarlo antes que ingresara; otros que había que dejarlo hablar y concederle un pasaporte de inmunidad para que se alejara. Alguno dijo que había que invitarlo a conferenciar con una comisión ad-hoc con plenos poderes. Finalmente se decidió invitarlo y se formó una comisión, presidida por el Secretario General, para recibirlo con honores. De todos modos no había hecho nada malo. La sede de las Naciones Unidas es internacional y pertenece a todas los gobiernos.

Llegó el día anunciado. La tormenta había cesado la noche anterior y un gran manto blanco cubría la ciudad. Las medidas de seguridad eran extremas, con helicópteros sobrevolando los edificios y patrulleros estacionados en las principales avenidas. En el Parque Central estaba alerta una brigada de tanques con transporte de tropas. La orden general era esperar los acontecimientos y no intervenir si no eran agredidos. El asunto era internacional y había que evitar cualquier estallido de violencia. Se temía que pudiera haber otra bomba nuclear como en Las Vegas.

Desde el día anterior una multitud gigante, procedente de todo el país, había ingresado en Manhattan y marchaban ordenadamente por la ribera del Hudson, cubriendo toda la avenida, sin que la policía lo impidiese. La orden era no provocar, esperar, dejar que se dispersen libremente, no arrestar, no disparar. Los helicópteros informaban continuamente sobre movimientos humanos. Al mediodía empezó a nevar nuevamente.

Cuando las dos columnas estaban por encontrarse frente al Secretariado, del Norte y del Sur, apareció el Maitreya, con sus dos ayudantes y se ubicó frente al enorme edificio. De inmediato se dirigió a la entrada y se detuvo unos treinta metros antes, inmóvil, de pie, con los brazos juntos al cuerpo. La multitud acalló sus gritos y consignas y permaneció quieta, apretada, silenciosa; confiaban plenamente. Se iban cubriendo de nieve y empezó el viento otra vez. Los manifestantes se apretaron entre sí para darse calor. Dentro de las Naciones Unidas, los empleados miraban por los ventanales, En el Consejo de Seguridad, los embajadores discutían entre sí. Uno decía: “El que más aguante, gana. Nuestra posición es superior; estamos adentro bien aprovisionados; ellos están a la intemperie y no tienen nada. Sólo tenemos que esperar y la protesta se disolverá como un copo de nieve en el fuego”. Otro decía: “Somos más inteligentes Tenemos experiencia”.

Afuera el viento empezó a soplar fuerte, pero nadie se movía. De pronto, la nieve empezó a derretirse y un círculo seco comenzó a extenderse, sin parar, sobre los jóvenes, los patrulleros y los edificios. El Maitreya estaba desplegando su barrera radiante, más y más. La multitud empezó a reír, cantar y también bailar. Adentro los funcionarios estaban perplejos y esperaban. Los policías estaban contentos. El Maitreya continuaba inmóvil, como en éxtasis, con los ojos abiertos mirando hacia adelante, mientras el calor aumentaba. Una hora después de comenzar el fenómeno, el calor era tan grande que los equipos de aire condicionado pasaron a refrigerar. La gente en la calle se desprendía de los abrigos. El viento arreciaba, pero sin nieve. Se escucharon algunos truenos y empezó a llover. Se dio orden de evacuar los edificios y los funcionarios huyeron como pudieron por los espacios abiertos. De pronto un ventanal estalló en lo alto de la Secretaría y voló por el aire. Las vidrieras se desprendían y caían a tierra. Empezaron los incendios que propagaba el viento y el fuego se extendió por la zona. Los manifestantes se fueron dispersando, sin que la policía los molestara. La brigada blindada se retiró discretamente. Quedaron en el lugar, solos, ya de noche, el Maitreya y sus compañeros, retirados unos 200 metros de los incendios. De pronto se escuchó una gran explosión y la Secretaría General se derrumbó. Igualmente, los otros edificios cayeron y ardieron sin parar varios días. El Maitreya desapareció una vez más de la vista del público. Antes de retirarse, citó a la juventud frente al Capitolio de Washington. La Dictadura impuso el estado de guerra interno. El mundo estaba conmocionado y los gobiernos se sintieron amenazados.

Las acciones de los Grandes Iniciados Solares son, siempre, perfectas, infalibles, creadoras de la realidad. Cuando encarnó anteriormente, con el nombre de Jesús, actuó de una manera que los hombres no lo comprendieron, pero lo utilizaron para sus bajas pasiones, guerras, codicia, dominaciones. Ahora volvió triunfante y está utilizando sus inmensos poderes, sin perder tiempo, directamente. La Raza Americana nació al terminar el cristianismo y su conductor, el Cristo triunfante, avanza con rapidez, operativo, dejando atrás las ruinas de las filosofías inservibles y las instituciones opresoras. La Humanidad conoció al Iniciado en la cruz y lo olvidó. Ahora lo está conociendo en la realidad de la Renuncia y se transforma o perecerá. La Barrera Radiante que emana de su poder interior separa a los vivos de los muertos. No hay elección.

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