Relato N° 11 - El Caribe

Me encuentro descalzo en una playa de fina arena blanca. Ante mí, el antiguo mar Caribe, soleado y tropical, se extiende muy azulado hasta el horizonte. Atrás, las palmeras invaden la playa y desparraman sus cocos por la arena. Numerosos cangrejos verdes y rojos andan de un lado a otro buscando comida. Ninguna canoa ni choza he encontrado en estos sitios. Pareciera que la presencia humana ha desaparecido completamente. He descendido navegando por el río Orinoco, aunque ahora no hay nadie que lo nombre así, pues sus riberas están vacías de poblaciones y la selva llega hasta el borde del cauce. Una inmensa cantidad de peces y otros animales acuáticos enriquecen la vida de este majestuoso caudal.

Desde el fondo del horizonte, una embarcación blanca, sin velas ni remos, avanza hacia mí. Al llegar a la playa, tres graciosas ondinas saltan a tierra y me saludan.

“¡Ola, Io-Seph! ¿A dónde quieres ir? Nosotras te llevaremos hasta donde nos indiques.”

“¡Salud, muchachas del mar! No tengo un rumbo fijo ni preparado. Iré a donde ustedes quieran llevarme. Será para mí un paseo maravilloso y conoceré islas misteriosas y secretas.”

Subimos a la barca, que era una gran concha marina de nácar rosado, tal vez la antigua vivienda de un gigante de las profundidades. Enseguida desplegó una gran burbuja de cristal radiante que nos protegía envolviéndonos con sus vibraciones melodiosas, muy parecidas a las que usan los elfos del aire en sus recorridas por el viento. Avanzamos hacia delante y abandonamos las riberas verdes del continente. Navegamos suavemente, sin apuros y las ondinas me contaban en un lenguaje fresco y chispeante las novedades del mundo submarino, exuberante de corales, medusas y peces de colores; en la superficie reinaban los delfines, las ballenas y los pelícanos ansiosos de una buena pesca. Por mi parte, yo les contaba la vida en las selvas, el esplendor de las montañas y la nieve, las interminables pampas abundantes de caballos, toros y venados. También les contaba de los elfos silvanos, los enanos de la tierra en sus cuevas llenas de tesoros, los humanos salvajes con sus niños en pequeñas chozas de cañas y en cavernas de piedra. Les interesaban mucho las quimeras, los robots mecánicos que aún subsistían y, sobretodo, el fuego y sus espíritus elementales. Conversábamos día y noche, alegremente. Muchas veces saltábamos de la barca y nos desplazábamos sumergidos en las transparentes aguas, rodeados de peces que nos seguían, atraídos por el magnetismo de sus guías ondinas, como un rebaño de ovejas en las praderas siguen al pastor y explorábamos los bancos de coral, las colonias de medusas, la intensa vida del mar y sus cambiantes formas. Las algas, incontables y variadas, cubrían los pisos cercanos al sol con ramificaciones que ondulaban junto con las olas. Entre ellas nadábamos y jugábamos con los peces completamente inofensivos y curiosos.

De noche, la burbuja se encendía con luz brillante, igual que otras que navegaban a lo lejos. Muchos peces y plantas acuáticas eran fosforescentes y el mar se transformaba en una suerte de fuegos artificiales de muchos colores, en la superficie y debajo del agua. El plancton rojizo se iluminaba con nuestros movimientos y parecía que estábamos flotando en un espacio de luz en un arco iris submarino. Atraídas por nuestra luz, otras burbujas se acercaban y podíamos ver que estaban ocupadas por ninfas acuáticas de diversas especies, tan alegres y bellas como mis compañeras. Nos saludábamos y juntábamos nuestras burbujas que se unían formando una sola más grande, como las pompas del jabón. En estas reuniones espontáneas, encontré a varios acuarianos como yo, aunque algo diferentes, lo que satisfacía plenamente el objeto de mis viajes. Hombres y mujeres, con visibles Cuerpos de Fuego que relumbraban en el agua, pronto entramos en confianza y conversamos ruidosamente. Las hadas reían y entre ellas comentaban el encuentro. Pronto los acuarianos caribeños me invitaron a su pueblo, o como se quiera llamar, mitad submarino y mitad aéreo. Cuando emprendimos el camino, ya era de día y numerosas islas pequeñas, muy verdes, destacaban sus arboledas sobre el horizonte acuático.

La aldea de los acuarianos caribeños es muy diferente de las que he conocido en el continente; son anfibias y sus moradores viven indistintamente en el agua o en las islas cercanas. Antes de acercarnos a la aldea, mis amables ondinas se despidieron afectuosamente y se sumergieron en el mar, al tiempo que el vehículo nacarado que nos había transportado apagaba su luminosidad y se hundía suavemente hasta desaparecer. Con mis nuevos amigos nos aproximamos a las islas y a unas relucientes construcciones translúcidas que emergían desde la superficie: flotaban hasta gran altura y podían acercarse unas a otras según la voluntad de sus moradores. Su arquitectura era geométrica, un diseño abstracto de grandes dimensiones, en las que predominaban los cubos, los cilindros y los conos, de resplandecientes colores en movimiento, que armonizaban perfectamente, a medida que los otros intercambiaban sus melodías. Porque estos grandes objetos eran también instrumentos musicales; funcionaban automáticamente, sin partitura. Eran libres y felices.

Entramos en la aldea, casi una ciudad, con unos diez mil acuarianos anfibios viviendo sencillamente, donde y como quieren, en las construcciones, en las islas, en los arrecifes de coral. Por supuesto no hay propiedad, comercio ni familias. Tampoco hay matrimonios ni parejas: los acuarianos de todo el mundo no se casan y la reproducción se produce de una manera que explicaré en otra ocasión; los niños nacen como nacieron Krishna y Jesús, de madres vírgenes. Tampoco hay gobierno ni administración. No hay leyes. No hay delitos. Constituyen un Cuerpo Místico armonizando con las leyes divinas.

La aldea está construida con materiales especiales sintetizados de la energía universal por los instrumentos mentales que han conquistado los hombres, bajo la conducción de los Grandes Iniciados que encarnaron para educarlos y transformarlos. Con la mente crean materia y formas que pueden modificar a voluntad. Nos sumergimos entre los grandes volúmenes, rodeados de peces y medusas, y salimos del agua dentro de una gran cúpula roja que retenía un aire marino perfumado. Mis anfitriones me mostraban los más diversos objetos que ellos usaban y luego me invitaron a comer, en estilo tradicional, alrededor de una mesa. Éramos doce y me sirvieron exquisitos manjares y bebidas, productos de sus huertas acuáticas y de las plantas frutales de las islas. Como todos los acuarianos, no comen alimentos de origen animal. Me contaron entonces la historia de su pequeña ciudad, la que llamaban Cuba, desde sus remotos orígenes, que resumiré brevemente. “Estamos sobre la isla de Cuba, que se hundió en los grandes cataclismos que siguieron a la destrucción de la civilización. Las islas que nos rodean son cumbres de las montañas sumergidas”, me dijeron. La historia que me contaron es como sigue y ya la conocía en mis anteriores encarnaciones.

Desde un siglo antes de nuestra era, el mundo quedó estremecido por guerras espantosas en todas las regiones, por tierra, mar y aire. La Humanidad desesperó, y por todos los medios, destruían y mataban. La vida pareció amenazada con los inmensos arsenales atómicos que acumulaban las naciones. Cuando apareció el Gran Iniciado Solar Maitreya y desplegó su Barrera Radiante a comienzos de Acuario, conjuntamente con la expansión planetaria del Mensaje de la Renuncia, los hombres enloquecieron y empezó la nueva Guerra de los 1.500 años, similar a la que sostuvieron los Atlantes con los Arios. Igualmente, el planeta inició un ciclo de convulsiones terrestres, climáticas, oceánicas que formaban escenario a las luchas humanas. Fueron muchas las guerras, a veces continentales, otras entre pueblos enemigos, raciales, religiosas, locales de un barrio contra otro. El caos se extendió por siglos. Cuba fue atacada muchas veces por sus enemigos, pero siempre sus moradores lograron sobrevivir, buscando refugio en las montañas, cavando túneles y cavernas y construyendo espacios habitables submarinos. Descubrieron que el agua de mar era la mejor protección contra la radioactividad general y crearon diversos modelos. Se hicieron hábiles agricultores marinos, adaptando especies por medio de la ingeniería genética y ellos mismos, no todos, sino un grupo de los más capaces, adoptaron el sistema de vida de las Enseñanzas de la Renuncia y se dedicaron a trabajar sobre sí mismos, sus cuerpos energéticos, la disciplina interior, el control de la mente. Abandonaron los sistemas sociales antiguos y establecieron relaciones coherentes con la naturaleza. Con la ayuda de gran número de Iniciados que encarnaron para educarlos, fueron desarrollando el Cuerpo de Fuego y progresivamente se ubicaron en el interior de la Barrera Radiante, formando parte de la nueva Humanidad. Cuando la Tierra se estremecía y hundía islas y extensos territorios continentales, los más adelantados se refugiaban en navíos especiales que tenían preparados y se sumergían en las profundidades esperando que pasaran los cataclismos. Muchos perecieron, pero también se salvaron algunos que progresaron. Al final de varios milenios volvió la calma. Las principales islas desaparecieron, también el sudeste de Norteamérica y la totalidad de Centro América, uniéndose ambos océanos mezclando sus aguas. En otras partes del mundo ocurrieron fenómenos similares al tiempo que emergían del fondo vastas extensiones de Atlántida y Lemuria, que describiré en mis próximos relatos.

Los acuarianos que vivían en la maravillosa isla anfibia eran felices, conocían todos los acontecimientos históricos comunes, tenían facultades y virtudes sobresalientes y trabajaban, como todos nosotros, en la reconstrucción del Planeta. Su área de acción era la repoblación organizada de las nuevas tierras, el cuidado de las corrientes marinas del Caribe y el control y asistencia de los humanos y androides que abundaban en zonas especialmente determinadas, como ya vimos en Sudamérica. La decadencia de la raza humana en edades anteriores se produjo por la confusión y mezcla de los diversos tipos. El programa del Gran Manú Vaivasbata de ordenar el progreso de la Raza Aria en categorías según las cualidades individuales, fracasó. En el tiempo del Maitreya las Humanidades están ordenadas y separadas estructuralmente. La misión de mi viaje es averiguar si este destino será permanente. O no.

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