Relato N° 7 - Exaltación de la Tierra

Tracé un círculo magnético en la arena con mi mano, me ubiqué en el centro, pronuncié las palabras secretas y esperé inmóvil frente al mar, recitando el Himno al Viento Celeste:

Serafiel ank serefiélica (¡Oh, Serafiel Jefe de los elementales del viento!)
Bet asur ank asurica (Mato a los malos espíritus y a los elementales)
Vayu ote vayuica (Vayu, con todos los vientos)
Foro ank surica (Lleva a los buenos)
Ten Amon trix (Las tres palabras recito)
Ahehia ote Serafiel (Ahehia es igual a Serafiel)

Amaneció, las sombras se disiparon y el horizonte acuático se tiñó de rosa.
Un viento marino empezó a moverse en torno al círculo mágico, cada vez más rápido, con figuras élficas radiantes cantando y bailando. Los saludé amistosamente. Se formó un remolino con un disco luminoso en la base. Lentamente, el plato volador me elevó sobre la superficie del agua y se desplazó suavemente por el centro del río, a unos cincuenta metros de altura, hacia el norte. Los elfos, con alas de mariposas, volaban alrededor y dentro del globo de luz que me sostenía y me transportaba. La sensación de libertad era deliciosa. Miraba el paisaje, cada vez más boscoso, algunas piraguas en el río con pescadores, rebaños de mamíferos pastando en las praderas y hombres que me señalaban asombrados, agitando los brazos, gritando y corriendo. Transcurrió el día, se hizo la noche y el vuelo proseguía bajo las estrellas en alas de mi alfombra mágica.

Los hombres con Cuerpo de Fuego pueden volar sobre la tierra porque establecen una armonía vibratoria, coherencia de substancias, sintonía del ser con los espacios terrestres. No hay opuestos, sino variabilidad. La Barrera Radiante del Maitreya elevó al hombre sobre la gravedad de la materia. ¡Schinaschin ote schin! La Fuerza Etérea se transforma en Fuerza Eterna.

Vuelo suavemente sobre la tierra exaltada, como en los sueños, sin turbulencias ni ruidos, porque estoy en el centro de mi propio espacio. Tampoco tengo miedo, aunque esté sostenido por un círculo luminoso. Tengo densidad física, como siempre, igual que en las caminatas por las callejuelas de la ciudad fantasma, pero de otra manera, con un Cuerpo de Fuego que me levanta y me transporta adonde mi corazón me empuja. “Vayu ote vayuica” me acompañan y entonan canciones. Pienso y me deslizo sobre la pradera, otras veces sobrevuelo los cursos de agua, subiendo y bajando por encima de morros y lagunas. La Tierra luce espléndida sin caminos, ciudades ni fábricas, sin cultivos ni tractores. Las ruinas de antiguas construcciones desaparecieron cubiertas por las selvas. Los diques que retenían grandes ríos se han desplomado y la corriente los ha arrastrado. Hasta donde alcanza mi vista la tierra es verde y verde. Mientras planeo hacia el Norte, medito.

Todo lo que el hombre imaginó y construyó fuera de él, aviones, fábricas, telescopios, medicinas, comunicaciones, sistemas intelectuales, instituciones políticas, lo puede recrear más perfecto dentro de él, construyendo instrumentos espirituales que actúan sobre la realidad integral, física, síquica y mental. Las obras creadas fuera del hombre tienen un comienzo, un desarrollo y un fin. Las obras que brotan dentro del hombre no nacen, ya estaban potencialmente desde el principio, son una expansión de su propia alma; es el ser que alcanza la madurez y da frutos de bien; no mueren porque dejan semillas que continuarán la vida, como ocurre en las cosas naturales. Cuando el hombre se pone en armonía con las leyes universales alcanza instrumentos y poderes que se extienden más allá de las limitaciones de una mente individual condicionada. La Raza Aria se concentró en la razón para conquistar la materia, renunciando a otras facultades. Una vez conocidas y dominadas las leyes materiales, por reversibilidad de Renuncia, reconquistó sus dones olvidados y dio comienzo a la Nueva Era Americana: la armonía de los pares de opuestos, el Espíritu y la Materia unidos en una única ley dentro del hombre.

Continúo mi viaje aéreo por el centro del río hacia las grandes cataratas. Como en los sueños astrales, los impulsos de mi alma son interpretados correctamente por mis guías que me conducen sobre la superficie del agua entre barrancas cubiertas de selvas gigantescas. El ruido de las caídas acuáticas por todas partes ensordece los oídos hasta que finalmente me detengo en medio de la Garganta del Diablo para los antiguos, Acpias ale ualala" (Aguas que abren las Puertas del Cielo), para nosotros, envuelto en espuma, nieblas y arco iris. Me acerco a la orilla y deambulo por senderos naturales, entre aves de muchos colores, monos que saltan de rama en rama y serpientes verdes que se deslizan por el pasto. Hombres desnudos y silenciosos en estado natural recorren los senderos en pequeños grupos, recogiendo frutos y otras cosas que les interesan. Junto a los arroyos pescan con pequeñas lanzas. No se asustan y comentan entre ellos, risueños, mi aspecto de hombre vestido y calzado. Los ignoro, imitándolos, mientras paseo, comiendo bananas, naranjas y otras frutas de sabor exquisito; estoy en un paraíso donde todo lo que necesito está al alcance de la mano. Al llegar la noche, enciendo una fogata y duermo en el pasto, rodeado por los compañeros élficos que me conducen. Ellos no necesitan dormir para descansar, porque se nutren directamente del prana del aire y allí se funden cuando desean olvidar.

A la mañana siguiente continúo el viaje por las hermosas tierras de esas vastas regiones que antiguamente era una gran nación civilizada. Llegó a tener un poder sobresaliente, no sólo por sus recursos económicos, sino por adelantos tecnológicos, nuevos sistemas de producción y extraordinarias investigaciones en la psiquis, como ninguna otra potencia. Los conocimientos de las fuerzas ocultas de la naturaleza y del hombre, propio de los Atlantes que prosperaron en África, despertaron nuevamente, y realizaron hazañas en medicina, ingeniería genética y control de los elementales. Estos adelantos los colocaron en algunas disciplinas por encima de las otras potencias. Incluso desarrollaron la tecnología nuclear por caminos diferentes, reviviendo fuerzas secretas de los Atlantes. Pero ese poder fue su perdición, y la gran nación fue destruida por sus rivales.

Vuelo a gran altura sobre las llanuras y las colinas cubiertas de espesuras, praderas y selvas, ríos y arroyos con diversos caudales fluyendo hacia el sur y el océano, que diviso en el horizonte. Las ruinas de las antiguas ciudades son ahora promontorios insignificantes, cubiertos de vegetación. La vida humana se descubre en chozas agrupadas y algunas columnas de humo que se elevan dispersas, junto a los cauces de agua. No se observan cultivos ni corrales de animales domésticos; como hemos visto anteriormente las necesidades básicas, otras no tienen, quedan satisfechas por la recolección directa de frutos en el monte o la pesca de los ríos. La Tierra, por sí misma, con sus propias energías vitales se reconstruyó en unos pocos milenios, en seguida que desapareció la depredación humana de la civilización. No obstante la variedad de formas y especies hasta lo incontable, la Naturaleza tiene unidad y coherencia, en todos los sistemas: llanuras, océanos, desiertos, montañas, en los trópicos, en los polos, en el aire, con el propósito de preservar y multiplicar la vida. Se gobierna por ciclos de expansión y de contracción, según las leyes de la evolución. En los primeros 5.000 años posteriores a la destrucción nuclear planetaria, los bosques, las selvas y las praderas avanzaron incontenibles por los espacios desiertos, borrando las obras humanas bajo su manto verde. Las radiaciones de los residuos atómicos no pudieron detener esta ansia de vivir. Una y otra vez, las especies permutaron sus genes, crearon nuevas formas, se mezclaron entre sí, se adaptaron a las más rudas exigencias y vencieron todos los obstáculos. Hasta en los cráteres de las terribles explosiones termonucleares brotaron nuevas especies, resistentes a la radioactividad.

Busco el lugar donde la gran metrópolis del continente levantaba hasta las nubes sus orgullosos rascacielos, inmensa, poderosa, opulenta. A la distancia observo una extensa colina formada por ruinas y deshechos materiales cubiertos por la más asombrosa variedad de formas vegetales que antes no se conocían, resultado de transformaciones y adaptaciones a un medio radioactivo intenso, abundancia de lluvias y calor tropical permanente. Tal vez en las primitivas selvas del Océano Pacífico, hace millones de años, sobre pantanos y ciénagas del Continente Lemuriano pudiera encontrarse un paisaje equivalente. Planeo sobre las antiguas ruinas, en parte libres de vegetación; a veces desciendo de mi vehículo aéreo y camino por las piedras. Los residuos atómicos no me afectan, su fuerza está disminuida. La vieja civilización occidental se ha transformado en un gigantesco basural informe, descompuesto, reducido a partículas elementales constituyendo el humus de las nuevas especies que aparecen por todas partes, permutando ramas, hojas, flores y frutos en un cambio permanente bajo la radiación permanente que impide una estabilidad duradera. Igual dinámica transformadora observé en insectos y otros géneros primitivos: mariposas con muchas alas fosforescentes, serpientes con patas rudimentarias, monos con miembros membranosos que volaban de árbol en árbol. También pude observar algunas quimeras humanas con asombrosas modificaciones en sus cuerpos y que habían logrado sobrevivir naturalmente, fenómeno que se inició en la Segunda Guerra Mundial de la Era Cristiana en las ciudades bombardeadas atómicamente. En esa época de locuras, los laboratorios de ingeniería genética crearon muchas quimeras vegetales, animales y humanas que todavía subsisten y se reproducen, uniéndose a otras especies. Están retenidos del otro lado de la Barrera Radiante a la que no pueden sobrepasar. Si lo intentan, perecen.

La Guerra Planetaria se inició a comienzos de la Época Americana, duró aproximadamente mil años y se desarrolló con mucha violencia. En las primeras batallas desapareció la mayor parte de la Humanidad y de los animales, la Tierra quedó transformada por terremotos, huracanes y diluvios que sumergieron zonas continentales, mientras otras aparecían sobre las aguas, como ha sucedido en épocas anteriores. Los Acuarianos, en número reducido, dirigidos por Maestros, buscaron refugio en las montañas más apartadas de América y el Centro de Asia y permanecieron aislados mucho tiempo unos de otros, dedicados al desenvolvimiento de sus fuerzas interiores, dirigidos por Iniciados del Fuego que encarnaron en gran cantidad para enseñarles el nuevo conocimiento energético.

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