Relato N° 6 - Detritus
La ciudad fantasma está medio sumergida en un laberinto de canales, pantanos, ciénagas y plantas acuáticas que la cubren hasta lo más alto de sus ruinas. Fue destruida y vuelta a rehacer muchas veces y todavía hoy está cambiando en medio del delta que avanza hacia el mar. Fue la más ambiciosa ciudad del hemisferio Sur en tiempos remotos y sus arrabales se extendían por la llanura hasta el horizonte. Nunca fue bombardeada atómicamente, sino decayó lentamente en el caos del desorden social, las drogas, la psicosis colectiva y la miseria moral. La ciudad reveló la incapacidad humana para regenerarse por sí misma; las fuerzas internas estaban agotadas y las masas se abandonaron a los instintos primarios. Prosperaron las clínicas que practicaban transplantes, intervenciones neurológicas y drogadicción, transformando a los pacientes, con terapias cada vez más profundas, en quimeras y androides, los viejos se convertían en cadáveres vivientes y los enfermos ricos en vegetales entubados. La ciudad se transformó en escenario de espectros, muy visitada por turistas que buscaban aventuras extremas. Algunos todavía la recuerdan por su nombre antiguo, Buenos Aires, pero ahora la conocen como “la ciudad fantasma”. No tiene administración ni instituciones que la organicen; es un vasto campamento de refugiados, parias, androides, animales salvajes, quimeras, espectros y detritus de laboratorio, subsistiendo por oscuros laberintos de pantanos. Muy populosa, enjambres de criaturas inimaginables hormiguean dentro de la infinita villa miseria. No tienen electricidad, agua potable ni máquinas, porque esas técnicas civilizadas hace milenios que desaparecieron. No hay medicinas; no conocen la escritura y las comunicaciones son verbales; no tienen organizaciones, sino clanes controlados por jefes astutos. Sobreviven. El terror y las radiaciones nocivas los reúne con un vínculo puramente animal. La ciudad es un gigantesco pólipo marino que aglutina y deshace continuamente, empujado por las oscuras fuerzas del instinto. El oscurantismo venció a la inteligencia.
Poco a poco, fui penetrando en la madeja de senderos, canales, madrigueras y despojos. He visitado la ciudad fantasma anteriormente, en viajes astrales y excursiones físicas, con compañeros. Sus habitantes temen a los hombres de Cuerpo de Fuego, radiación visible para ellos también y no los enfrentan. Son dimensiones completamente diferentes, hombres con mente instintiva y hombres con mente espiritual, aunque pueden comunicarse en la lengua común. Siempre hemos observado, desde nuestro centro magnético de la Patagonia, lo que ocurre en el continente Sur; es nuestra tarea cuidar que los fenómenos humanos se mantengan en los límites que les fueron establecidos desde el comienzo de la Raza Americana. Ingresar a la ciudad fantasma, recorrer ese gigantesco termitero de criaturas divagando por túneles y cavernas, con muchos secretos y una diversidad fantástica de cosas, es experimentar las fuerzas del insondable subconsciente dominado por el miedo y los deseos insatisfechos.
En mis recorridas por ese paisaje espectral se acercaban muchos nativos, especialmente jóvenes, inquietos y ruidosos, que querían mostrarme cosas especiales. Se cubrían con pieles y plumas o iban desnudos y descalzos. Diestros nadadores, se desplazaban por senderos y canales o trepaban por los árboles, abundantes, enmarañados, escondiéndose hábilmente, buscando frutas. La cabellera les cubría hasta la cintura, sueltos o trenzados. Reían con facilidad y hablaban continuamente. El interior de sus viviendas, algunas familiares, otras colectivas, revelaba la miseria y el sufrimiento. Las uniones sexuales eran mixtas y colectivas. La cantidad de enfermos, tullidos, discapacitados, ciegos y degenerados era impresionante, igual que la mortalidad y la locura. Me hacían entrar en las casas, pero yo no tenía remedios para curarlos. Sufrían intensamente y se quejaban; entonces ponía las manos sobre la cabeza y el Cuerpo de Fuego calmaba sus dolores. Éste es un don de la radiación acuariana, transferencia de energías que inició el Maestro Santiago. Así transcurrieron muchos días, mientras avanzaba hacia el centro de la ciudad, donde sobresalían las ruinas más altas.
Al llegar la noche, despertaban los abismos del instinto y aparecían los espectros. Antiguamente, en la civilización, la ciudad fue muy nocturna y el día se prolongaba hasta el amanecer. Pero ahora, la noche es noche oscura, sin luminarias. Cada clan tiene su territorio, que protegen celosamente, y en un lugar apropiado, con grandes muñecos pintados y otros anuncios visibles, se reúnen y encienden fogatas que mantienen encendidas hasta el amanecer. Tienen nombres pintorescos, Cromañón, Tango y otros que se han conservado oscuramente en la memoria colectiva, repiten sin cansarse, despiertan en ellos evocaciones mágicas y los entusiasma hasta el frenesí. Con instrumentos primitivos, flautas, tambores, bongós, troncos huecos, gritos, alaridos y ritmos infernales hacen ruido y bailan toda la noche. Concurren provistos de hierbas, drogas y bebidas fermentadas que los enloquece. Hombres, mujeres y bestias se mueven mezclados, sin limitaciones terminando en una bacanal repulsiva. A veces se reúnen varios clanes y organizaban un gran festival que duraba varias noches, en un lugar más grande, donde se juntan miles. El prestigio y la autoridad de los caciques se mantienen organizando estas orgías populares. A veces el fuego de las hogueras se extiende hasta el follaje de las instalaciones y los incendios se propagan en todas direcciones, apenas frenados por los canales del delta. Cientos de criaturas mueren carbonizadas, pero nadie se ocupa de las víctimas ni las recuerda; al contrario, la sangre los entusiasma.
Los laberintos de la ciudad difundieron la noticia tan esperada: por el río, desde el Norte, se aproximaba “LA GRAN QUIMERA”, navegando en una inmensa jangada, como no se había presentado antes, sostenida y guiada por cientos de canoas que la rodeaban hasta perderse de vista en el horizonte. Alta como una basílica medioeval, los árboles que la formaban hundían sus raíces en el camalote que flotaba en las aguas espesas, con las copas entrelazadas y unidas por enredaderas cubiertas de orquídeas radiantes. Formaba un espacio asombroso, con tucanes, guacamayos, mariposas gigantescas, monos aulladores, serpientes, jaguares domésticos, saltimbanquis y payasos que animaban esa escenografía fantástica de las selvas ecuatorianas. Una multitud de gigantescos androides negros, con trajes emplumados, marcaban un ritmo endemoniado, sin detenerse, día y noche, con sus timbales y bombos de piel de animales salvajes, rodeando un gran espacio donde danzaban hechiceras incansables cubiertas con pieles de tigre, junto a sátiros peludos, resultado de la ingeniería genética, patas de cabra con pezuñas, cuernos pequeños y orejas en punta. En un balcón alto, sobre un lecho de pieles, una enorme criatura coronada, amontonamiento grasoso de miembros blandos, imbécil, blanca y sonriente, era permanentemente alimentada por sirvientes que la atendían: la Voz de la Quimera. Por encima y detrás, en un pedestal de troncos rojos, una quimera de oro, con cabeza de león con las fauces abiertas, emitiendo fuego, vientre de cabra y cola de dragón elemental, movía la cabeza de un lado a otro, lanzando rugidos y gritos incomprensibles. Los navegantes, con pértigas y sogas, atracaron frente a un enorme espacio despejado que se elevaba hacia las barrancas del río. Una multitud incalculable de asistentes habían salido temprano de sus villas, y aún desde el día anterior para reservar los mejores espacios, reunidos por clanes y pandillas, con tambores e insignias. El griterío ensordecía el espacio y, a medida que terminaba el día, iban encendiendo grandes hogueras en lo alto de las barrancas, iluminando el estadio con luces fantásticas. El ídolo gordo no bajó a tierra, obeso, enfermo, no podía moverse del lecho, pero sus acólitos, bailarinas con pieles de jaguares y tocadores de timbales, bajaron en comparsa y se mezclaron con la multitud. Los clanes fueron subiendo a bordo de la jangada y desfilaban ante la Gran Quimera, rindiendo homenaje, algunos de rodillas, otros arrastrándose, con flagelos que herían sus espaldas cubiertas de sangre, lastimándose con cuchillos, luchando o suicidándose. El monstruo idiota los saludaba con risas. Los ayudantes repartían drogas y bebidas mágicas de los trópicos.
Yo miraba desde lo alto de las barrancas y decidí marcharme de la ciudad. Ya conocía el ritual y la magia de los festivales que se repetían cada cuatro o cinco años y que había visto en viajes anteriores. Seguirían día y noche, con ritmo infernal, hasta que cayeran rendidos o concluyeran en luchas sangrientas. Pronto olvidarían. Tiempo más tarde, la ciudad recuperará energías con otros androides y continuarán repitiendo los instintos oscuros del subconsciente que no tienen destino.
Caminé. Y mientras me alejaba del carnaval iba pensando en las ilimitadas dimensiones de la mente humana, en el mal y el bien. La ciudad fantasma es obra de los hombres, es el alma misma, consciente y subconsciente. Y así como desciende hasta las más bajas pasiones, sin retorno, también puede elevarse hasta el cielo junto a los Poderes de los Maestros. Antes de la gran revelación acuariana, los hombres y las ideas estaban mezclados, intercambiando los roles de ángel y demonio continuamente, bajo una misma ley. A partir del Maitreya el destino de la Humanidad quedó separado en dos: el camino de las experiencias indefinidas en el dolor por un lado y el camino del Renunciamiento por el otro. La destrucción de la civilización, la desaparición de las religiones duales, las Enseñanzas, el acceso a los mundos plurales, la Barrera Radiante del Maitreya y la encarnación de miles de Iniciados del Fuego pusieron orden en el caos y las dos Humanidades quedaron separadas en sitios diferentes. En las tierras predestinadas, magnéticas, coherentes con las energías del Planeta se establecieron los hombres con Cuerpo de Fuego, como otrora fue Kaor, el Templo de Amón, Delos, los Himalayas, Machu Pichu y otros. Pocos hombres, pero invencibles, egoentes, soberanos, arquetipos, con la misión de regenerar la Tierra.
Quienes rechazaron el Mensaje de la Renuncia no pudieron pasar la Barrera Radiante del Fuerte Libertador, quedaron en las metrópolis junto a las fábricas y las autopistas, religiones personales, ansias de posesiones y separatividades, hasta que sus contradicciones los empujaron a guerras y confrontaciones, destrucciones y ruinas, interminables sufrimientos. Desde comienzos de la Era Acuariana empezaron a manifestarse las transformaciones. La ciudad fantasma que estoy abandonando se llenaba de espectros al caer la noche. Caminé y caminé hasta llegar a los campos, las arboledas, la soledad. Cuando amaneció, el espacio se llenó de luz y pájaros que iniciaban el día cantando en el nuevo mundo.