Relato N° 5 - Encuentros
Me aproximo al lugar que busco desde el Oeste. El centro del país sitúa dos cordones montañosos antiguos, las Sierras de Córdoba, paralelas, de Sur a Norte, Grande al Oeste y Chica al este, con valles sucesivos entre ambas. Muy boscosas siempre, han prosperado con las lluvias, el aumento de temperatura, abundante fauna y flora, ahora que no hay depredadores masivos. El sur del sistema conserva un hermoso lago, de origen artificial, que se ha salvado de las penurias del tiempo. Todavía es conocido como Embalse. En las faldas del cerro que lo cierra se encuentra el sitio que busco, donde estaba y todavía persevera, la primera Comunidad que fundó el Maestro Santiago y donde se guarda su tumba. Costeando las orillas del lago, llego al lugar. Todo está muy cambiado; los pueblos vecinos desaparecieron, la gente vive dispersa en el monte formando grupos relacionados entre sí, subsistiendo de los recursos que les brinda la naturaleza, como los antiguos indígenas antes que aparecieran los conquistadores europeos. Del camino queda una huella de animales, cubierta de malezas; el viejo dique es un amontonamiento de piedras; restos del puente de cemento destruido aparecen sobre la vegetación. El lago permanece inmutable, reflejando en sus aguas las montañas de la Sierra Grande.
Encuentro una entrada a la Comunidad y avanzo por un sendero que sube entre pinos y cipreses. El aroma de las hierbas es intenso y agradable. Los pájaros vuelan ruidosamente entre el ramaje de los árboles. Descendiendo por el sendero, se aproxima un Sacerdote, con brillante Cuerpo de Fuego, vestido con túnica marrón larga. Lo reconozco inmediatamente, como si no hubiese pasado el tiempo y él también me reconoce.
“¡Venerable Luis!”, grito a la distancia.
“¡Io-Seph!”, me contesta alegremente.Y me brinda el saludo del encuentro, en Aripal: “¡Ahehia ote Hes!” (Ahehia es igual a Hes).
¡“Eret Hes ote Ahehia!” (El Libertado es igual a Hes), le contesto con gran reverencia. Y agrego el Himno del Libertado:
Bet Astere ak babel (Mato a las diosas del mal y de las malas pasiones)
Foro Acuar Anhunit aiest (Navego sobre las aguas dominadas por Anhunit)
Cur cam sem came el (Conozco mucho al hijo del hombre erecto)
Bel Bellica Philo giest (Conozco la guerra del mal que libra Philo)
Gunas et trikam beatrix (Conozco las tres cualidades de Beatrix)
Ahehia ote Hes (Conozco Ahehia que es igual a Hes)
Horushatum ten Amon trix (Y conozco al Libertado por tres palabras)
Ihes eret om Hes (Ihes es el canto de Hes).
El Venerable me responde, con el Salmo 132:
Ecce quam bonum et quam jucundum
Habitare frates in unum
Sicut unguentum in capite
Quod descendit in barbam, barbam Aaron
Quod descendit in oram vestimenti ejus
Sicut ros Hermon, qui descendit in monte, Sion
Quoniam illic mandavit Dominus benedictionem
Et vitam usque in seculum
Luego, tomados de la mano, subimos por el sendero hasta la casa de los Ordenados, a quienes conozco y he tratado en encuentros anteriores y en dimensión astral. Son siete Caballeros y su misión en la Tierra es custodiar el lugar y la tumba del Maestro. En un sitio separado, casi secreto y profundamente escondido bajo el monte, está el Convento de las Ordenadas, también siete, en oración permanente por la fidelidad de las almas predestinadas al Camino de la Renuncia.
Nos reunimos los ocho en una terraza abierta, frente al lago, sentados cómodamente sobre troncos de pinos, intercambiando informes y novedades, que siempre abundan entre amigos que hace mucho tiempo que no se ven. Ellos me contaban sus tareas diarias, el mantenimiento de los bosques, los senderos, la búsqueda de lana de oveja para los telares, la huerta, las colmenas y todas las tareas que la vida campestre exige para un mantenimiento humilde. Desde el comienzo, milenios de años atrás, practicaron la agricultura con instrumentos manuales sencillos. El trabajo manual forma parte de su disciplina diaria y, me informaron, alegremente y con cierto orgullo, que siguen observando el mismo horario que les fijó el Maestro desde la Fundación de la Comunidad. Ni los cataclismos mundiales, guerras, enfermedades e invasiones impidieron que cumpliesen la Observancia. Esta fidelidad les dio una fuerza de acero indestructible. En forma ordenada salen de a dos o tres y recorren los montes, para ayudar, enseñar y curar a los supervivientes. En las sierras, la decadencia es completa; forman pequeños grupos en chozas de tronco y malezas, sin organización social, muy enfermos y con graves deformaciones genéticas. Los Sacerdotes, expertos en herboristería, los aliviaban con plantas medicinales que recogen del monte. Por mi parte, yo les contaba la situación del mundo exterior, no muy diferente de la que experimentaban los hombres del monte, aunque en escala planetaria. En un momento, Luis me dijo con tristeza:
¿Y bien, señor Io-Seph? ¡Hemos fracasado!
¡No! Venerable; le respondí. ¡Hemos triunfado! La misión de llevar el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad, a todo el Universo, que nos dejó el Maestro Fundador antes de morir, no sólo se ha cumplido ampliamente con las palabras originales de las Enseñanzas, tal como Él las dejo escritas, por todos los medios a disposición de los hombres y en diversos idiomas y son conocidas en todas las regiones, sino que ahora están en el alma de los Americanos del Fuego, con los instrumentos espirituales internos y las fuerzas necesarias para poner en marcha la Nueva Humanidad. El poder espiritual que poseía el Maestro, la sabiduría milenaria, los Dones de la Sagrada Orden y la Libertad son patrimonio de los elegidos. Al principio, la expansión del Mensaje era para todos, sin exclusión, un don que ofreció el Maitreya a los hombres. Cualquiera podían elegir entre el futuro y el pasado y eligieron; cada uno trazó su destino para siempre. Entonces se produjo la hecatombe universal tantas veces anunciada, la Tierra crujió durante siglos y la Humanidad quedó dividida irreversiblemente en mente instintiva y mente espiritual. La mayoría quedó atrapada en el karma destructivo. Quienes escucharon el Mensaje de la Renuncia se transformaron y están de este lado de la Barrera Radiante del Gran Iniciado: el futuro les pertenece. En estos momentos, a mitad de la trayectoria de la Raza Americana, el Destino presentó una incógnita, otra elección, un nodo de reversibilidad: ¿Cuál será el destino de las especies androides con todas sus variantes y sufrimientos? ¿Cuál es la obra de los Americanos liberados sobre las especies inferiores? ¿Qué destino y lugar tienen en los próximos diez mil años? ¿Hacia dónde irán? Compañeros: mi viaje de peregrinación por las tierras de América y otros continentes tiene por objeto encontrar una luz al misterio. He peregrinado desde mi Comunidad en el Sur hasta el Santuario que guarda los restos del Maestro para encontrar una señal, una estrella que guíe mis pasos, la sabiduría del Caballero Iniciado.
Lo estábamos esperando, dijo el Venerable Luis. Las Ordenadas nos avisaron que usted vendría y han preparado esta noche, un ceremonial y un don espiritual, junto a la Tumba. Nosotros lo acompañaremos.
Esa noche, el Grupo se encaminó hacia el cerro subiendo por senderos secretos entre las arboledas tupidas de cipreses, algarrobos, chañares y otros árboles que no recuerdo, guiados por el Venerable, bajo la luz de las estrellas. A veces encontrábamos afloramientos de basalto y rocas sueltas que debíamos sortear. El ascenso no era difícil, pues el sendero estaba bien mantenido, sin necesidad de escalones ni pasamanos. Llegamos a una pared rocosa y penetramos al interior por una entrada pequeña. El túnel, largo y estrecho, estaba iluminado por fluorescencia gris que brillaba en las paredes y nos permitía avanzar con comodidad. Al final, tras un portal redondo, ingresamos a una sala alta y grande, tallada en la roca. Hacia un costado, en reclinatorios especiales, se veían siete figuras femeninas totalmente veladas de blanco, inmóviles. En el otro lado había reclinatorios donde nos ubicamos silenciosamente. Adelante, en el centro, una gran mesa de piedra negra, con una lámpara rosacruz de llama perpetua en un costado. Sobre esa mesa destacaba un copón sellado, con tapadera. Comprendí que allí estaban las cenizas del Maestro Santiago. Las Ordenadas entonaron a coro, en Aripal, las Oraciones de la Noche: “MANETRAS ANK AIN”.
Una vez concluido, el Venerable Luis me tomó de la mano, me llevó hasta la tumba del Maestro y me hizo arrodillar en el piso. Entonces una Ordenada, la de mayor edad, vino desde el fondo, abrió la urna que contenía las cenizas, (un resplandor de chispas se elevó hasta el techo, iluminando la sala), y tomando un poco con los dedos, las derramó sobre mi cabeza cubriéndome de estrellas. Me quedé inmóvil, sin pensamientos, mientras las Ordenadas, esta vez acompañadas por los hombres, cantaban las Oraciones de la Madrugada: MANETRAS ANK SCHIN.
Me perdí en el tiempo y no puedo describir los acontecimientos que siguieron a esta consagración de fuego. Comprendí que el misterio estaba iluminado y podía verlo en la plenitud de mi alma: Mística de la Ceniza, Sacrificio del Holocausto, Renunciamiento Total, NO GANAR NADA, NO TENER NADA, NO SER NADA.
El horizonte de montañas aclaraba cuando me despedí del Venerable Luis a la entrada de la Comunidad de Embalse. Rápidamente avancé por el antiguo camino y descendí hacia las llanuras bajas, todavía en sombras. Algunas criaturas, quimeras, androides y jaguares salían de sus guaridas para enfrentar otro día de lucha.