Relato N° 2 - El Caminante
Desde hace una semana voy caminando hacia el Norte, por una huella de ganado, sobre las estribaciones orientales de la Cordillera Patagónica, bajo el sol rojizo de un amanecer que despunta sobre lejanas planicies. El cielo, de cambiantes colores, permuta sus matices sobre la barrera radiante del Dios Solar con descargas eléctricas, ionizando la atmósfera en una permanente aurora boreal. El calor es intenso y aumenta a medida que avanza el día. Voy hacia el Norte y tal vez no regrese por el mismo camino. Ya he hecho este recorrido en viajes astrales de anteriores encarnaciones, y otras veces en aeronaves de gravedad cero; pero ahora me han indicado que realice la experiencia al estilo de una peregrinación antigua, caminando, recorriendo los lugares magnéticos de América, deteniéndome en determinados lugares para visitar a algunos seres especiales que debo conocer, escuchar y recordar.
Mi viaje es solitario. Necesito conocer y comprender el mundo y a los hombres que viven en el año 10.000 de la Era Americana. Es un viaje integral, con mi ser completo: cuerpo, alma y espíritu, consciente y subconsciente, en todas las dimensiones de la realidad. No hay otra forma de comprender América que ir caminando, paso tras paso, desde la punta Sur del continente hasta la punta Norte, de día y de noche, con el sol, las estrellas, las lluvias, los peligros, el misterio, los encuentros con otras especies humanas, tristezas y alegrías, el misterio, la huella de Dios.
En la época oscura, los hombres, poco desarrollados, no conocían la realidad que los rodeaba, con sus cambiantes formas. Se valían de infinidad de instrumentos exteriores para conocer, medir y evaluar los fenómenos que les llamaban la atención y que fueran utilitarios; pero ellos, por sí mismos y su condición natural, eran primitivos, rudimentarios y violentos. Veían una parte pequeña de la radiación ondulatoria y el resto del espectro les era desconocido. Eran fanáticos, oscurantistas, negaban lo que no podían alcanzar y destruían lo que no comprendían. Medraron durante las primeras Razas Arias, con guerras y dominaciones. Desde que vencieron a los Atlantes, que poseían una mente superior a ellos, permanecieron estacionarios sobre sus conquistas sin agregar una sola neurona a su primario cerebro semi animal. Inventaron instrumentos y sistemas lógicos fuera de ellos. Podían viajar al espacio exterior con máquinas, pero interiormente eran minusválidos. Crearon sistemas políticos grandiosos porque individualmente eran egoístas. El cerebro era misterioso, ignoraban el poder de la mente, los instrumentos del sistema nervioso y la medicina espiritual. No eran místicos, más astutos que inteligentes; estaban sujetos a la muerte del cuerpo físico.
He sido transformado durante muchas encarnaciones en la escuela de la sabiduría politeísta del Gran Volcán, junto al lago sagrado Huechulafquen, heredera del Templo de Iniciación del antiguo Egipto y de la Revelación Madre de Kaor, desarrollando cualidades internas, y se me ha indicado que debo peregrinar a pie, lentamente, recorriendo lo que queda de la antigua América, para comprender el destino de la Nueva Raza en la plenitud de su desarrollo, cuando se produce una inflexión reversible hacia otros horizontes. El Planeta se ha recuperado de los cataclismos que lo afectaron durante la gran destrucción, hundimientos terrestres, diluvios, archipiélagos tropicales emergentes, terremotos que cambiaron la geografía, lagos y ríos nuevos, otro clima, otro cielo, otra fauna, otra flora, otras especies humanas. Durante siglos estuvo estremeciendo la vida con explosiones nucleares que desparramaron las radiaciones por todas partes. Los hombres murieron de desesperación por millones, pero una parte logró sobrevivir. Luego, lentamente, durante miles de años, volvió la estabilidad, progresivamente, los bosques se repoblaron, los ríos fluyeron cristalinos y los océanos se llenaron de peces. La vida volvió a los ciclos normales, de otra manera, con otras formas y otras posibilidades. No hay ciudades, fábricas, autopistas ni civilizaciones. La vida es simple y natural.
Prosigo mi viaje por las colinas, siempre hacia el Norte, sin detenerme en ningún lugar determinado. En mi andar, voy recogiendo semillas y frutas que guardo en mi bolso, para comerlas al atardecer, cuando encuentro un lugar apacible para pasar la noche. Agua y alimentos son abundantes; bebo en los arroyos transparentes que bajan de la montaña, bulliciosos de peces que nadan y saltan entre las rocas: truchas, salmones, pejerreyes y otros desconocidos. Desde el aire, las aves los cazan para comerlos y en las riberas cubiertas de matorrales y juncos florecidos, los pájaros buscan insectos y cangrejos. Los grandes árboles llegan hasta la orilla y hunden sus raíces en el agua formando remolinos espumosos. Desde los claros del bosque, sobre la gramilla, se acercan animales de mayor tamaño: toros salvajes con grandes cuernos, jabalíes, venados, guanacos, ovejas clonadas, ciervos de imponente cornamenta, perros aulladores, liebres, vizcachas y huemules. En el cielo cambiante, las grandes voladoras, águilas, halcones y cóndores, recorren los espacios sin límite. La abundancia de vida es impresionante; la Naturaleza parece haber encontrado el equilibrio justo de una supervivencia equilibrada. El antiguo carnicero depredador, el hombre, no mata más, y la Tierra ha vuelto a convertirse en un paraíso recuperado sobre la hierba.
He visto pocos humanos, a la distancia; son restos mapuches que lograron sobrevivir y permanecen a través del tiempo. Forman tribus pequeñas que mantienen sus costumbres ancestrales, descendientes de Atlantes americanos que se salvaron de las masacres europeas y se sustentan con los recursos de estas generosas regiones: maderas, pieles, peces, guanacos, maíz y calabazas, semillas de pehuenes, otros. Son mansos. Me acerco y hablo con ellos en la lengua común. Son una especie humana antigua diferente, estancada, sin evolución, reliquias de una época que pasó. No poseen Cuerpos de Fuego, visión astral ni memoria. No tienen escritura. Su lengua es rudimentaria y se reduce a las cosas inmediatas de la existencia: la comida, el frío, la familia, otros mapuches, el miedo a la muerte, las enfermedades. No salen de su territorio y no viajan. Miran con terror los resplandores verdes de tierras distantes, restos de explosiones atómicas que todavía despiden radiaciones.
Continúo mi viaje hacia el Norte subiendo y bajando colinas por encima de los mil metros; en las depresiones se observan por la noche resplandores sospechosos de antiguas radiaciones, milenarias, que demoran muchos siglos en transmutar y desaparecer. Los bosques y la vegetación baja son espesos, a veces impenetrables, llenos de insectos zumbadores y pájaros voraces, especies nuevas transformadas de las antiguas, a causa de las modificaciones genéticas que sufrieron durante las grandes radiaciones del pasado y que prosiguen en un ambiente muy activo. Lo mismo ha ocurrido con los vegetales y los animales superiores. Pero la naturaleza ha ganado en variedad, esplendor y belleza. A veces uno se queda expectante ante un macizo de flores de muchos colores, con movimientos ondulantes en lo alto de largos tallos que poseen movimientos propios, como las flores astrales. Si uno permanece en perfecto silencio, empieza a escuchar una suave melodía que surge de sus cálices vibratorios, unos con un tono, otros de otra manera, siempre armónicos. Así como los sonidos de una melodía bien entonada forma en el espacio astral imágenes simpáticas coherentes, así, las flores de radiantes colores, emiten sonidos que se escuchan si uno las atiende. Al llegar la noche, las flores emiten luces y las melodías intensifican sus vibraciones. Son expresiones, mensajes de felicidad, canciones de amor de la Naturaleza regenerada. Entonces las luciérnagas y los bichos de luz salen de la espesura, y en la tibieza de la noche, viven el amor permanente, bajo la luz de las estrellas. Algunas mariposas fosforescentes de grandes alas rojas y amarillas vuelan lentamente y practican una danza en el espacio vacío sobre las charcas; también emiten sonidos susurrantes llamándose unas a otras. Pareciera que el espectáculo es formar armonías visuales que, después que las mariposas se han retirado, quedan flotando en el aire un tiempo indefinido.
El Gran Iniciado Solar Maitreya inauguró la Sexta Raza Americana que se extenderá por doce ciclos zodiacales, unos 24.000 años, al finalizar el segundo milenio del calendario cristiano. El calendario americano comienza en el año uno de esta Raza y las narraciones transcurren en el año diez mil, cuando los restos del mundo antiguo, memoria, radiaciones, subconsciente, detritus humanos, etc. encuentran un equilibrio magnético con las nuevas fuerzas de la Humanidad. Dicho de otra manera: la antigua civilización cristiana se extinguió con terribles convulsiones planetarias y sufrimientos indecibles al tiempo que las catástrofes se sucedían sin interrupciones, y el Gran Iniciado desplegaba ampliamente su poderosa barrera radiante global penetrando todas las cosas, materiales y animadas, cuerpos y almas, manteniendo un equilibrio entre la destrucción y la construcción. Así ocurrió en la prehistoria durante la Guerra de los l.500 años, entre los Magos Negros Atlantes y los Iniciados del Fuego Arios. Es la estrategia universal de todos los cambios que han ocurrido en la evolución humana, desde los más remotos tiempos. Miguel y sus Ángeles de Luz luchando contra los Ángeles Rebeldes. Así será en el futuro hasta que los hombres sean libres.
Como resultado de esta confrontación de energías de dos épocas opuestas, el monoteísmo dualista y el politeísmo de sabiduría integral, la distancia infranqueable entre los mundos visibles e invisibles se ha acortado, y ambas dimensiones están en una delgada línea que los une, antes que separarlos. La Gran Barrera radiante impide que las fuerzas elementales del mundo primitivo invadan los nuevos territorios, cuando lo hacen estallan, al mismo tiempo que desarrolla las fuerzas de los centros energéticos del hombre, preparándolos para las nuevas experiencias. Los instrumentos de conocimiento de la Raza Americana son todos interiores, como en la época de equilibrio de los Atlantes Toltecas. No necesitan microscopios para ver lo muy pequeño, ni telescopios para estudiar las estrellas. No usan máquinas para desplazarse, pues viajan astralmente. Pueden estar bajo el agua o suspendidos en el espacio. No necesitan instituciones políticas, ni organizaciones sociales para convivir. Son espontáneos y sanos, porque tienen lo que necesitan. Sus necesidades son reales y fáciles de satisfacer. No practican el matrimonio, ni tienen familiares. Quienes poseen el mismo grado de evolución son análogos y están comunicados entre sí por sus propias ondas coherentes.