Si bien en Cafh todas las almas están llamadas a la Suprema Renuncia, sólo unas pocas la realizan mediante la Ordenación.
Sería impropio creer que todas las vocaciones de Ordenación se manifiestan y se desarrollan del mismo modo; pero en todas hay un punto similar que podría llamarse: la moción divina interior en las almas.
La vocación de Ordenado es un sentimiento inquebrantable del alma; es un estado obscuro del ser; es una idea determinante de la mente; es una seguridad desconocida del propio destino y de la propia elección.
La preparación a la vida de Ordenación es un esfuerzo constante de muchos meses que hace que el alma se habitúe a una tensión nerviosa superior a la común.
El alma no acostumbrada a esta carrera psíquica siente al llegar a la Casa de Comunidad un choque violento.
El estado vocacional está determinado por una moción interior inconfundible, pero es necesario secundar este don divino para sacar del mismo el mayor provecho posible.
Los medios habituales para secundar la vocación son de carácter físico, psíquico y espiritual.
Muchas almas que están llamadas a la vida perfecta no pueden cumplir su intento, porque los lazos de sangre las aprisionan de tal modo que las inhiben para la separación.
No puede haber una dedicación total a la Divinidad sin un olvido pleno del propio pasado.
Al cruzar la Santa Puerta de la Ordenación el Hijo ha de despojarse enteramente del hombre viejo como si real y físicamente naciera a una nueva vida.
Los Maestros orientales llevan a sus discípulos con ellos a la montaña donde el invierno riguroso y la nieve abundante impiden todo comercio de los mismos con el mundo.
El Ordenado ha de seguir a su Divina Madre a la alta montaña de la soledad para perder todo contacto con el mundo.
Paulatinamente en el alma del Ordenado se efectúa el milagro del ensanche anímico.
A medida que el alma se va encerrando más y más dentro del Radio de Estabilidad, limitada por los muros de la Santa Casa, el silencio se hace efectivo y penetra en el interior llenando el hueco de las cosas mundanas con paz y sosiego.
El Seminario ha de formar al alma Ordenada de tal modo que nunca salga nada visible de sí a lo exterior.
Si la vocación Ordenada es vivir dentro, en la intimidad divina, es indispensable desde un principio no sólo desear apartase del mundo, luchar para que el mundo no los conozca, sino precaverse para que el mundo desconozca al Ordenado y el Ordenado desconozca al mundo.
Los Ordenados hacen ofrenda de sus vidas y de todo su ser a la Divina Madre y esta ofrenda de amor está sellada por el esfuerzo diario del Hijo para hacerla perfecta.