Curso XLV - Enseñanza 2: Discernimiento Vocacional

La vocación de Ordenado es un sentimiento inquebrantable del alma; es un estado obscuro del ser; es una idea determinante de la mente; es una seguridad desconocida del propio destino y de la propia elección.
He aquí cómo describe un alma a su Director Espiritual este estado vocacional: “¡Qué extraño! Cada día reconozco menos a todas las cosas y los seres que antes me eran familiares. Tengo la sensación de que estoy soñando cuando los veo y veo el mundo que me rodea. Ahora sólo sufro por mi egoísmo, mis faltas y todas las cosas que todavía no quieren morir en mi personalidad. Quisiera morir, realmente, y medito mucho en la muerte para dejar mi humana y frágil, desdichada personalidad. Pero ¡qué arraigada está! Éste es mi dolor y mi cruz más dura: verme así, ¡con tantas gracias inmerecidas y tan endurecido de maldades! Esto no lo comprendo y mi Director nunca ha querido explicármelo: sólo me ha dicho que son cruces. Yo no sabía que las faltas eran unas cruces… ¡Y lo es o debe serlo en proporción al ansia real de pureza, inocencia y humildad que es sólo aspiración ahora en mi alma! ¡Qué duro caer y qué feo y triste! ¡Verdaderamente si no es Ella la que interviene uno está perdido! ¡Y si Ella quiere! ¡Cómo se cambia! ¡Es imposible creerlo de no verlo! Y todo sin mérito, sin virtudes; porque Ella quiere, simplemente… ¡Qué gran negocio morir para resucitar! ¡Qué triste y ruin vivir sin renunciar; perder la dinámica por la terrible estática del apego!”
La vocación es verdadera cuando lo que se siente en lo interno es amor, nada más que amor y ese amor, a través de las pruebas y de las contrariedades, se vuelve más seguro, más inquebrantable. La vocación es verdadera cuando el amor está tan seguro de sí que no desea consuelo, ni quiere ser compadecido, ni distinguido, ni comprendido, sino que le basta el amor de su vocación que lleva en sí.
Si la vocación es un sentimiento volitivo, una fuerza de amor, no necesita otro amor que la sustente ni que la llene, porque él se sustenta en sí de su propio amor vocacional.
La vocación es un sentimiento inquebrantable del alma, porque nace como nace el verdadero amor, sin saber el porqué, ni cuándo, ni cómo.
Los deseos de vocación, en contra de la verdadera vocación, son incentivos sensibles, casi corporales, que se basan sobre ciertas tendencias del ser a parecer distinto de los otros y a lograr algún don característico y especial. Estos deseos siempre llevan al fracaso y a la decepción y es necesario que el Director Espiritual esté bien atento en no confundir deseo con amor. Si el aspirante es fácil de entusiasmarse, si se deja llevar de los afectos y de las lisonjas, si hace fácilmente amistades particulares y ama conservarlas para sí, es dudosa su vocación.
La vocación es un estado obscuro del ser, porque las cosas claras son sólo las humanas, pero los estados que acercan a Dios son obscuros, porque Dios es siempre obscuridad para el alma. Es un estado obscuro porque no se explica con las razones lógicas ni con el obrar común de los otros seres humanos, sino solamente porque es algo indeterminado pero irresistible.
La vocación verdadera no puede ser humanamente explicada sino sólo divinamente intuida.
Quien quiere razonar mucho y cavilar sobre la vocación pierde su tiempo; hace un pozo en el mar. Pero aquél que se abandona confiadamente en los brazos de su vocación, que son los brazos de la Divina Madre, alcanza las orillas eternas.
La vocación es una idea determinante de la mente, segura de su buen resultado y de su perseverancia final porque nace en lo interno y tiene su raíz en la Voz Divina que ha llamado al alma al Sendero de la Renuncia.
Cuando un alma tiene muchas ideas vocacionales fracasará. Lo real nunca es lo que uno ha pensado o soñado.
Las ideas vocacionales que nacen de la fantasía nunca son la idea de la verdadera vocación ni la vocación en sí. Si el aspirante piensa de antemano cómo será la nueva vida que le espera, cómo serán los compañeros que le tocarán en suerte, el lugar donde vivirá, las tareas que tendrá que cumplir, hay que desconfiar mucho de él: está construyendo “a priori” su propio castillo en el aire; no está pensando en su verdadera vocación.
La vocación es una idea que está allí permanente, que excluye todas las otras. Es una idea que golpea y repite: ése es tu destino, allí te quiere Dios. No se forja ninguna ilusión; ninguna fantasía cabe allí.
La vocación es una idea que se vuelve un hábito permanente de la mente, que se centraliza en ella, que lo rechaza todo sistemáticamente, tercamente. Es una idea que por la seguridad y la continuidad se vuelve efectiva, permanente; se hace una fuerza viva e ineludible. Ella no es más que una idea, pero es la idea única de la vocación y que determina la vida del ser, derechamente. Todo podrá cambiar, pero no la vocación, no esa vocación.
La vocación es una seguridad desconocida del propio destino porque se asienta sobre un impulso interior, íntimo, divino.
No hay mayor seguridad aquí, sobre esta tierra, sino aquella de saberse elegidos, divinamente elegidos.
Cuando un alma, a través del llamado Divino, se siente elegida para una vocación, su vocación es segura para el resto de su vida. Aún si el llamado no fue más que una moción interior pequeñísima, no por eso deja de ser tan real como si la misma Voz de la Madre le hablara al oído.
Capitular al llamado divino sería el peor de los males; aún si todo el ser se rebelara, permanecería allí intacto el llamado divino y siempre aquél que no respondiera tendría sobre sí una terrible carga.
El llamado es más seguro cuando más visiblemente desconocido; porque al estar visiblemente desconocido está más arraigado en la parte íntima, obscura y divina del ser; más asentado sobre la roca inconmovible de la Divinidad.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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