Curso XLV -Enseñanza 7: La Correspondencia

Los Maestros orientales llevan a sus discípulos con ellos a la montaña donde el invierno riguroso y la nieve abundante impiden todo comercio de los mismos con el mundo.
El Ordenado ha de seguir a su Divina Madre a la alta montaña de la soledad para perder todo contacto con el mundo. Olvidar y ser olvidado.
Pero muchos Hijos Ordenados no suben, sin embargo, hasta la Cumbre: se quedan siempre a mitad de camino para tener una posibilidad de una tenue unión con el mundo.
Estos Hijos son los que aman y hacen mucho caso de la correspondencia.
La correspondencia, a pesar de todo lo necesaria que ella pueda ser y de las causas justificantes para mantenerla, es siempre un hilo tendido entre el mundo y el Hijo.
El verdadero progreso del Hijo en la práctica de la renuncia es marcado por la correspondencia que recibe y que envía.
El Hijo desde su ingreso al Seminario aprende a controlar y a que controlen su correspondencia, a escribir breve y poco, a contestar sólo las cartas que son indispensables; pero aún esto no basta.
Es preciso que el alma no ame y rechace la correspondencia para que espontáneamente ésta cese casi por completo.
Como los Superiores sobre este punto son siempre un poco complacientes, es necesario que la iniciativa del cese de la misma dependa exclusivamente de la directiva del Hijo.
Es bueno que pronto se empiece este gran trabajo que ha de cortar las comunicaciones entre el Hijo y el mundo.
En el Seminario es costumbre escribir una sola carta por mes y a los familiares más allegados. No obstante, los parientes y amigos, dado la novedad del caso y la curiosidad que siempre estimula la vida apartada, suelen escribir más de la cuenta, con lujos de detalles, relatando las novedades de la casa y de lo circundante. Aquí ha de empezar la labor demoledora del Hijo.
Ante todo tiene que leer rápidamente y sin detenerse todas las novedades que no le conciernen y conformarse con saber el estado de salud de los padres y de alguno muy allegado. Las cartas que son puramente amistosas e informativas han de ser olvidadas y silenciadas.
Llegado el tiempo que tiene que contestar, las cartas que él escriba han de ser simples, claras y cortas. No se detenga a comentar ningún caso que sea de pura curiosidad sino pase rápidamente de las noticias generales a avisos saludables referentes al alma y a la salud de los familiares.
No sean excesivamente cariñosos, curiosos y largos en escribir, sino que, como verdaderos muertos al mundo, hagan que sus cartas carezcan de todo interés.
Después de un tiempo, con este sencillo método, ya nadie más tendrá deseo de escribirles y dirán lo que dijo a un Ordenado una hermana suya: “No te escribo porque no tengo ya nada importante que comunicarte”.
Si los Hijos no se atienen estrictamente a estas normas, el mundo insidioso irá infiltrándose poco a poco en la Comunidad y en el alma consagrada.
El mundo tiene también sus razones valederas y toda una colección de dimes y diretes para ganar sus batallas de distracción. Hoy es una carta que trae noticias de una enfermedad y mañana otra que comunica contratiempos familiares. Y así se puede ver al pobre Hijo a quien va dirigida, todo preocupado y distraído y aún desatento en el cumplimiento de sus deberes. Continuamente está pensando en lo que él considera una desgracia y empieza a importunar a los Superiores para que le permitan escribir para consolar, aconsejar y orientar.
Con todo esto pierde su paz interior y al mismo tiempo la oportunidad de ayudar verdaderamente a los suyos con la oración y el sacrificio interior.
No es con cartas y frases escritas que han de ayudar los Hijos a los que sufren, sino con la ofrenda interior de sus vidas y de su sangre.
Existe además otra correspondencia perniciosa que quita la paz a las almas Ordenadas y es la de descarga.
Toda vez que algo va mal en la casa o que alguno no está allí de buen talante se descargan con aquél que está ausente, llenándole de reproches y de insultos a él y a la vida que ha abrazado.
Estas cartas hay que saborearlas, beber el veneno que destilan, gota por gota, dejar que la herida traspase el corazón, pero nada dejar traslucir a lo exterior. Ni tienen que ser contestadas ni consideradas; más bien conviene cortar definitivamente con tales familiares, porque ello significa que nada puede haber en común entre personas que opinan tan diferentemente.
La correspondencia más peligrosa es la insinuante, indirecta y melosa.
Hay quienes creen vencer la paz diamantina del alma consagrada haciéndole gustar de las satisfacciones que ellas experimentan en el mundo.
Se puede a veces leer en tal correspondencia frases como éstas: “En casa de los tales que tú conoces, hicimos la tal fiesta como aquella vez, ¿sabes?” o “¿te acuerdas de la tal persona?” o “la tal persona ha preguntado por ti”, “ya éste se ha casado o el otro tiene novia”. Frases donde se nota, a lo lejos, que fueron escritas con doble intención para poner a prueba el temple del Hijo que ha renunciado a todas esas cosas y también para herir con el recuerdo de lo que dejó.
Los parientes que escriben así no quieren de verdad al Hijo, ni humana ni espiritualmente y es mejor poner con ellos punto final.
Si el Hijo no pone ni su gusto ni su voluntad en la correspondencia, ésta cesará por sí sola, como un fuego que se apaga por falta de combustible. Sólo hace falta determinación y un deseo sincero de no querer vivir de los recuerdos del mundo.
Largas cartas, muchas noticias, telegramas de felicitaciones en los aniversarios, obligaciones con varias y determinadas personas, son todos puentes tendidos para volver al mundo.
Los Hijos han de escribir solamente a sus padres y brevemente; si éstos están enfermos o imposibilitados, a algún familiar más cercano, pero siempre en carácter simple e informativo.
Algunos Hijos desearían poder escribir cartas espirituales. Piensan que podrían hacer mucho bien en encaminar a las almas y que, muchas veces, una tarjeta oportuna ha llevado a un ser al camino de la perfección.
Si bien ello es verdad, no es ésta la misión de los Hijos Ordenados.
Ya suscitará la Divina Madre en aquellos que tengan pluma y talento, el fuego interior para escribir y ganar almas con la correspondencia.
Sin embargo a veces, por orden de los Superiores, deben los Hijos escribir cartas espirituales. Es entonces, bajo la mirada de la obediencia, cuando la correspondencia del Hijo se hace verdaderamente espiritual. Ya no es un lazo del mundo sino es flecha encendida que de la soledad cruza las tinieblas y llega al mismo centro del mundo para alumbrarlo y alumbrar al alma escogida.
En este caso depositen los Hijos, en estas cartas espirituales, toda la esencia de su vida interior y no fíen tanto del escrito como del amor con que fue hecho y enviado.
De cualquier modo la más hermosa correspondencia del Hijo ha de ser aquella que escribe a su Divina Madre.
Limpie su alma de tal modo que sea un pergamino blanco e inmaculado; tome la pluma de su voluntad sacrificada; llene su corazón de la sangre de sus sacrificios como un precioso tintero y escriba, escriba allí la historia de su amor divino durante todos los días de su vida, hasta la muerte.
La última frase de amor; escriba esta: “Usque dum vivam et ultrum”.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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