Néstor, estimado amigo:
Hoy es domingo, 12 de marzo de 2007 y el tiempo está espléndido, soleado, sin nubes, radiante a las 11 de la mañana, sin viento y muy silencioso.
Los mundos se separan y cada uno busca su centro de gravedad: Picis retrocede por los oscuros laberintos de sus ancestros y la barca del Aguador avanza velozmente hacia los nuevos horizontes de luz.
Desde hace una semana voy caminando hacia el Norte, por una huella de ganado, sobre las estribaciones orientales de la Cordillera Patagónica, bajo el sol rojizo de un amanecer que despunta sobre lejanas planicies.
Se puede medir el tiempo contando los años a partir de un momento inicial; ahora se miden los años solares desde la aparición del Gran Iniciado Solar Maitreya. Anteriormente, se contaba a partir del nacimiento de Jesús, la anterior encarnación del mismo Ser.
He avanzado desde el Sur, en mi peregrinación por América, sin interrupciones, cambiando el recorrido muchas veces, para conocer la situación geográfica y humana del continente. Unas semanas atrás, crucé los Andes y caminé por las vertientes occidentales hasta llegar adonde había una gran ciudad que desapareció hace milenios.
Me aproximo al lugar que busco desde el Oeste. El centro del país sitúa dos cordones montañosos antiguos, las Sierras de Córdoba, paralelas, de Sur a Norte, Grande al Oeste y Chica al este, con valles sucesivos entre ambas.
La ciudad fantasma está medio sumergida en un laberinto de canales, pantanos, ciénagas y plantas acuáticas que la cubren hasta lo más alto de sus ruinas. Fue destruida y vuelta a rehacer muchas veces y todavía hoy está cambiando en medio del delta que avanza hacia el mar.
Tracé un círculo magnético en la arena con mi mano, me ubiqué en el centro, pronuncié las palabras secretas y esperé inmóvil frente al mar, recitando el Himno al Viento Celeste:
Estoy ante Tiahuanaco, la Puerta del Sol, junto al lago que todavía es llamado Titicaca, en el altiplano del Continente Sudamericano, esperando a los Acuarianos reencarnados de los antiguos Incas que tienen aquí su Comunidad, en casas de piedras.
Estoy en la cima del Chimborazo, volcán apagado de más de 6.000 metros de altura, en la línea del Ecuador sobre la cordillera de Los Andes. Hace unas semanas recibí una comunicación para encontrarme en este lugar con los monjes de la comunidad voladora que reconstruye las corrientes energéticas del continente y mientras espero, explicaré las funciones y aptitudes de estos sacerdotes obreros del siglo 100 de la Nueva Era.