¿Existe alguna relación entre los siete temas clásicos de meditación hasta aquí analizados? ¿Obedece su orden a un sistema? ¿Responde este orden al proceso que debe naturalmente desarrollarse en el alma del meditante?
Se ha insistido en el curso de este trabajo sobre la necesidad de conjugar en el ejercicio de la Meditación Afectiva factores propios del meditante. Vale decir que los cuadros imaginativos sean preferentemente vivencias del ejercitante traídas a luz del escenario mental, que las sensaciones sean consecuencia directa del cuadro, etc.
Ninguna fuerza anímica, ningún sueño idealista, ninguna realización es posible sin el amor, sin poner en movimiento hacia su más alta culminación el sentimiento.
Nuestra misión fracasaría si únicamente tuviéramos una gran misión que cumplir, una gran idea que dar y no tuviéramos el sentimiento adecuado para hacerla vivir, fructificar, llegar a feliz término.
El alma está viva, presente, en el fondo del ser. Pero está envuelta en muchos velos. Destruirlos es el gran trabajo que debe cumplir el Hijo.
El sentimiento de amor apoyado en una idea clara es indispensable para la recta oración que busca lograr estos objetivos.
El alma, cuando empieza el ejercicio de la meditación, a pesar de sus buenos deseos de adelanto espiritual, está obstaculizada por las continuas distracciones de la mente no acostumbrada a responder a los dictados interiores.
Cuando el alma persevera en la oración el Maestro ahuyenta las tinieblas de la ignorancia y la llena de santa felicidad.
El alma le pide que le descubra su presencia y después que su Imagen Divina se ha dibujado con claridad en su mente, brotan del corazón afectos y santos deseos.
El alma que quiere ser transformada en Dios y vivir la vida perfecta del Maestro Divino ha de sumergirse en la sangre de la pasión dolorosa; ha de sufrir intensamente para que su naturaleza humana sea redimida, la personalidad destruida, muerta y brille una súper individualidad en ella.
La vida espiritual es comparable a un viaje, a un gran viaje que ha de terminar en la Ciudad Santa de Dios. Por eso es indispensable que el discípulo siga adelante y aprenda cómo hacerlo paciente y constantemente, sin darse vuelta jamás, sin desviarse del sendero y siguiendo siempre la ruta trazada.
No se puede iniciar el Camino de la Perfección si no se nace a nueva vida.
El pasado del discípulo y todo lo que queda atrás es un estorbo. Hayan sido buenas o malas sus acciones, debe olvidarlas.
Dios, el gran trabajador universal, enseña diariamente al hombre la lección viva del trabajo por medio de la naturaleza; pero el hombre lo realiza con sudor, con sangre y cruentos sacrificios; le cuesta vencer los obstáculos en el cumplimiento de su deber.