Curso XVI - Enseñanza 8: Santificación del Trabajo

Dios, el gran trabajador universal, enseña diariamente al hombre la lección viva del trabajo por medio de la naturaleza; pero el hombre lo realiza con sudor, con sangre y cruentos sacrificios; le cuesta vencer los obstáculos en el cumplimiento de su deber.
El alma que sigue los pasos del Maestro Divino, más que nadie experimenta estos sufrimientos y por ello clama desde lo profundo de su corazón:
“En verdad, Maestro mío, el desaliento es tan grande en mí, que caigo rendido. Veo cómo el trabajo, transformado en un dios tirano, ha absorbido toda mi vitalidad. Se disiparon los sueños idealistas de mi juventud, las sanas aspiraciones y los anhelos más nobles”.
Yo decía al empezar: “¡Nunca trabajaré como los demás, tan metódicos, tan adocenados, tan venales; yo trabajaré de otro modo! Pero después esas fauces abiertas y terribles me devoraron, y la fuerza de la costumbre hizo de mí un esclavo del trabajo. No es que esto me importe; es el terrible método establecido el que me agota y amarga la vida, quitándome el recuerdo de la dulzura de las horas espirituales. Es que me siento responsable, en pequeña parte, del sufrimiento de la Humanidad; del hambre, la miseria, las guerras y todos los males que trae consigo la desordenada economía del mundo, sin poder hacer nada por remediarla, sumido como estoy en la rutina y el esfuerzo ciego del trabajo diario”.
A través de estas palabras, parece más densa la atmósfera de los lugares de trabajo, más ensordecedor el ruido de la maquinaria, más avasallador el peso de la rutina.
El Maestro, con divina serenidad, contesta a su amado discípulo:
“Efectivamente, desde que no te ata al trabajo exclusivamente el interés y la vanidad, te veo con tedio en el curso de tus obligaciones. Añoras los momentos felices que pasaste con las lecturas, la oración y el aislamiento, y eso Me alegra”.
“Pero Yo quiero que ese bien sea permanente, don de todos tus días; quiero verte dichoso también durante las horas del trabajo”.
“Si trabajas por trabajar, con amor, trabajas para Mí. ¿No me decías esta mañana: Soy todo tuyo; quiero dedicarme a Tí? Pues bien: Yo deseo que Me dediques tu trabajo. Desecha el tedio y el cansancio y piensa que Yo estoy a tu lado, trabajando contigo”.
“Bien conozco Yo lo angustioso que es estar sujeto, día tras día, a un horario fijo, a una labor rutinaria, a un estrecho panorama, en el medio ambiente húmedo y pesado, de fábricas y oficinas. Bien veo cuando estás agobiado y tu cabeza no responde a las necesidades de la acción y el cansancio paraliza tus manos. Veo el rostro duro o indiferente de los compañeros y la mirada vigilante y severa de los jefes”.
“Sea labor intelectual o manual la que realizas, las circunstancias actuales del trabajo la hacen más penosa que nunca. La competencia, la tiranía de las grandes maquinarias y las grandes fábricas, la escasez de los salarios, el encierro de la ciudad, todo gravita sobre aquél que trabaja”.
“Sin embargo, Mi deseo es que sigas con tu tarea. Tu lugar es éste; vive, por ahora, el presente y procura sacar de tu trabajo el mayor fruto posible. Encuentra felicidad en la labor que te ha sido encomendada y ve en las distintas fases del trabajo la utilidad que puedes prestar a la Humanidad. Es tu obra individual la que Yo quiero, que aún es absolutamente indispensable y que nadie podría hacer en tu lugar; con tu esfuerzo para mejorar y dignificar el trabajo, estás construyendo un mundo mejor para los obreros de mañana; tu labor no será vana”.
“Trabaja por trabajar. Si no puedes deshacerte de tu método de trabajo, ya por tus buenos deseos hay en ti un gesto de redención. Debes seguir allí, atado a tu cadena. ¿No ves que ese sufrimiento va transmutándose en una buena acción, que es expresión de lo que quieres hacer? Trabaja, sufre y ama; mira a través del rostro doliente de la Humanidad la expresión del monstruo que debe ser destruido”.
“Ya se vislumbra en el horizonte una luz nueva. El trabajo dejará de ser efecto de la rutina, cesará el afán del lucro y triunfarán aquellos que trabajen por trabajar. Tú serás como ellos y tu trabajo será admirable entonces”.
“Sigue trabajando, alma mía, hasta que haya terminado tu jornada. Santifica tu trabajo con el deseo de servir y hacer el bien a la Humanidad. A pesar de todo, con el trabajo el hombre quema sus escorias y, al gastar sus energías y su vida, conquista un atributo para la redención del mañana. Sufre, pues, espera y confía, Hijo mío”.
Lenta, dulce, melodiosamente la Voz del Maestro se disipa en la pura atmósfera de la que descendiera, en holocausto de amor, para hablar a su amado. Y éste siente, una vez más, cómo nuevas fuerzas brotan en su interior para conquistar, con su propia sangre salvadora, una luz de nueva felicidad para la dolorida Humanidad.
Este es el Estandarte redentor que en su hora del humano dolor elige el discípulo.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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