Curso XIII - Enseñanza 11: La Invocación
Cuando va a meditar, el Hijo comienza con la repetición de la fórmula correspondiente para seguir luego con una invocación más o menos uniforme, en la que cambia sólo el tema de la misma.
Hay varios modos que varían desde la simple repetición del pedido hasta el final, hasta aquel que dirigiendo una mirada sobre sí mismo frente a lo que descubre, pide lo que considera necesario. Pero ocurre que de esta manera el ejercicio se limita a ser sólo un cambio de orientación de los pensamientos dentro del mismo estado anterior a la meditación. Es sólo un cambio de enfoque y esto no es meditar. La meditación debe llevar a una mayor introspección y no reducirse a un enunciado de deseos.
Por eso no corresponde ubicar este tipo de invocación dentro de la meditación; es sólo una reflexión sobre un tema o problema, algo que puede hacerse en cualquier momento. Y lo que se puede hacer continuamente en forma natural no tiene sentido realizarlo para el instante de la meditación.
La invocación es mucho más que un pedido; es un esfuerzo del alma para elevar su estado mental y vibratorio; es ante todo un tomar conciencia de sí mismo y partiendo de allí alcanzar un estado de conciencia trascendente.
La invocación comienza con un instante de silencio. Es el paréntesis necesario entre un estado y otro.
En vez de comenzar a pedir enseguida lo que se tiene que pedir, descender hasta el fondo del alma y rogar desde ese silencio. Además, la invocación no tiene por que ser necesariamente un pedido o ruego. La invocación se limita a serlo únicamente mientras el alma no es capaz de transformar su estado mental a través de un movimiento interior simple. Por eso es necesario evitar en la invocación la enumeración de motivos y razones, evitar el discurso; invocar simplemente, sencillamente.
El alma no tiene muchas necesidades; no precisa por este o aquel motivo. Ella necesita a la Divina Madre.
No importan las repeticiones. La monotonía no se evita con el arte del discurso; el discurso, al fin, es una monotonía racional. No es el arte de exponer lo que evita la monotonía. Por más bellas que sean las palabras habrá monotonía si no hay vida interior.
Lo fundamental en la invocación es aprender a cambiar la tónica del pensamiento, el estado mental. Por eso es tan importante que la meditación sea el primer acto del día, antes que la mente se encauce en el ritmo habitual de sus ideas. Luego, con la práctica se tendrá la capacidad de lograr este cambio en cualquier lugar y momento.
Este cambio mental consiste principalmente en una detención e inversión.
Es necesario detener la corriente de pensamientos habituales, hacer silencio. En cierto sentido inmovilizarse. Como la corriente del pensamiento no puede detenerse, invierte su movimiento y toma una dimensión interior.
Entonces comienza la invocación. Ya no habla la mente, que sólo puede reflexionar sobre los problemas del alma, sino es la voz del alma, la voz interior del ser. La invocación toma así una fuerza y profundidad espiritual y se formula el planteo real y directo del tema a meditar.
El examen retrospectivo, correctamente realizado, produce naturalmente esa inversión de movimiento, y el cambio de dimensión se expresa en el estado de sueño.
Esta capacidad, trasladada a la meditación, produce un cambio de estado de conciencia del habitual, a otro más profundo y espiritual.
Cuando esto se logra también el ejercicio está logrado; el ejercicio de meditación se hace meditación.