El Universo es la medida de Dios. Infinito en su potencia, finito en su expresión.
Como Dios es infinito, no cabe en Él la palabra finito. Entonces, el Universo finito es una expresión acabada de una medida simple y perfecta, pero infinito por su permanencia continua e inalterable de Sí.
La nebulosa madre o masa ígnea evoluciona en tres etapas descendentes y cuatro etapas ascendentes hacia su completo desarrollo y fin.
El actual estado de la evolución del Sistema Planetario Solar es el siguiente:
Los planetas que rodean el Sol son doce, aparte de los muchos asteroides que acompañan a éstos, visibles e invisibles.
La ubicación de los planetas en relación al Sol, comenzando por el más distante, es la siguiente:
En la primera Rueda Planetaria se formaron los globos mentales de los planetas. Después que éstos formaron la materia radiante de sus globos, sucedió a esto un pralaya o descanso, en el cual la naturaleza del nuevo sistema permaneció en un estado de actividad potencial.
Los globos mentales al establecerse sobre su eclíptica iban comprimiendo paulatinamente al campo magnético del sistema formando así una curvatura ideal sobre la rectitud de la circunferencia primitiva.
Esta diferenciación o depresión sobre el espacio determinó así la duración y el tiempo del sistema similar al de los otros sistemas planetarios, pero no igual.
A través de los símbolos matemáticos que tienen expresión en las figuras geométricas y que han conquistado un dominio perdurable en el tiempo, es posible trazar una semejanza con los actos cosmogónicos de la creación universal que fija una explicación de las eclípticas donde se han plasmado los sistemas planetarios.
Las Ruedas Solares están constituidas por el desenvolvimiento de los cuerpos físicos de los planetas.
En la primera Rueda Solar la forma de los planetas es esférica y su colocación respecto a la eclíptica es vertical.
Cuando la nebulosa madre hubo llegado a un grado suficiente de condensación material y ya estaban preparados los cuerpos mentales y energéticos del sistema, empezó a arrojar de sí a los cuerpos físicos de los planetas.
En la luz mortecina del sistema, grandes franjas infrarrojas cruzaban el éter nitrogenado. La lucha por el predominio entablada entre las esferas más sutiles que salían vírgenes del seno de la masa madre y los globos físicos ya formados, era constante y terrible.
Cuando en la noche estrellada se observa la rojiza luz del planeta Marte, se evoca enseguida el recuerdo del color de la luz que hubo en tiempos de la Gran Lucha Planetaria.