Puede el hombre tenerlo todo, puede gozar de todos los bienes de la vida y de una perfecta salud, puede viajar de un punto a otro de la Tierra; sin embargo, a determinada hora del día, un inoportuno visitante se acercará a él: es el dolor del tedio humano, es el cansancio de las horas que vuelan, es la sensación indefinida de que algo se ha perdido para siempre, es el sentido oculto de que un mal ignoto puede sobrevenirle en cualquier momento.
La variabilidad del Universo Manifestado es fuente de cambios continuos y el hombre que por su naturaleza divina tiende a lo estático en el punto en que se encuentra, padece amargamente por estos cambios repetidos.
De muchas cosas es posible deshacerse, pero ¿quién puede deshacerse de su pasado? Y aún más, ¿quién puede deshacerse del recuerdo congénito de sus pasadas experiencias a través de las vidas y de las muertes?
Cuanto más se adelanta y más se amplifica la conciencia individual, tanto menos groseras son las sensibilidades, aunque más sutiles y más amplias.
Personalmente se comprende el porqué de los padecimientos y sufrimientos de la Humanidad; pero el dolor colectivo llega intensamente hasta la Rueda del Corazón, llenándola del rosado color de la compasión.