En un punto determinado del Sendero, el discípulo queda perplejo ante un nuevo aforismo: “Como gota de agua, en un inmenso mar, el alma para vivir la hora eterna, ha de sumergirse en el mar del olvido”.
Cuando el ser cruza el círculo humano, recibe de manos del Hada Naturaleza el don de usar espontáneamente de su sexo.
Los animales están sujetos a las épocas, a los períodos de celo y a las combinaciones instintivas y alternativas del macho y de la hembra; mientras que el hombre normal y en sanas condiciones puede usar del acto de la reproducción cuando lo crea conveniente y necesario, según su instinto y razón.
Puede el hombre tenerlo todo, puede gozar de todos los bienes de la vida y de una perfecta salud, puede viajar de un punto a otro de la Tierra; sin embargo, a determinada hora del día, un inoportuno visitante se acercará a él: es el dolor del tedio humano, es el cansancio de las horas que vuelan, es la sensación indefinida de que algo se ha perdido para siempre, es el sentido oculto de que un mal ignoto puede sobrevenirle en cualquier momento.
La variabilidad del Universo Manifestado es fuente de cambios continuos y el hombre que por su naturaleza divina tiende a lo estático en el punto en que se encuentra, padece amargamente por estos cambios repetidos.
De muchas cosas es posible deshacerse, pero ¿quién puede deshacerse de su pasado? Y aún más, ¿quién puede deshacerse del recuerdo congénito de sus pasadas experiencias a través de las vidas y de las muertes?