Los diversos ejercicios de meditación que se enseñan en la ascética de la vida espiritual adquieren o pierden importancia según la ubicación del Hijo ante esa vida espiritual.
El Hijo medita regular y metódicamente.
En principio se debe aclarar qué se entiende por meditación, por ejercicios de meditación, por oración, plegaria y ruegos.
El ejercicio de meditación no es un ruego o pedido para uno mismo u otra persona; es un ejercicio de la mente.
A pesar de las buenas intenciones, a pesar de los aparentes esfuerzos, algunas almas se quejan de no poder realizar su vida espiritual. En todas partes encuentran dificultades y obstáculos. Todo se transforma en justificaciones que explican su estancamiento.
Para que la meditación discursiva tenga efecto ha de estar basada sobre la fe.
Se podría preguntar si las otras meditaciones, afectiva y sensitiva, no han de estar igualmente basadas sobre la fe.
El ejercicio de meditación es siempre activo; la pasividad depende de la actitud y posición del alma respecto del ejercicio.
Se llama pasivo al ejercicio cuando es más lento y produce estados más simples.
La desviación más común de la ascética es transformarse de medio en fin.
Indudablemente nadie toma la ascética como un fin en sí mismo, pero es muy fácil confundir los resultados contingentes de la ascética con la mística.
Se denomina estados sensibles espirituales a los estados de meditación o contemplación caracterizados por una vivencia emocional intensa, aunque de un orden elevado y espiritual.
Los estados emotivos corrientes en la meditación son activos, de intensos movimientos sensibles.
Cuando un hombre decide emprender algo nuevo para él, queda implícitamente establecido por las leyes de la lógica que es indispensable empezar por el punto de partida comúnmente fijado para lograr el objeto.
“El Espíritu es fuerte, mas la carne es flaca”.
Muchos desearían salir de las vulgaridades y miserias de la vida; pero la falta de ejercicios espirituales, la carencia de ambiente y los enemigos internos interrumpen continuamente el camino del mejor intencionado.
Con tolerable aproximación podemos representar el pensamiento como el fluir de una corriente de agua que continuamente baja de desconocidas montañas (lo instintivo, lo racional), se plasma en el curso de antemano trazado, para desembocar finalmente en la inmensidad del mar de la materia.