Curso III - Enseñanza 6: La Meditación Discursiva

Para que la meditación discursiva tenga efecto ha de estar basada sobre la fe.
Se podría preguntar si las otras meditaciones, afectiva y sensitiva, no han de estar igualmente basadas sobre la fe. Estas últimas si se toman estrictamente como mecanismo mental-afectivo puesto en acción, no requieren una fe particular del individuo. La meditación discursiva, en cambio, es un coloquio libre del alma con la Divina Madre y sólo la fe puede darle un sentido divino.
Indudablemente, todo ejercicio de meditación es un ejercicio místico, como esfuerzo del alma para alcanzar la unión con Dios, pero al mismo tiempo tiene un mecanismo psicológico perfectamente adecuado al fin que se persigue.
En la invocación el alma apela a sus mejores sentimientos y trata de mover estratos profundos hasta entonces ignorados. Aunque llama a la Divinidad que imagina fuera de él, en realidad está buscando la esencia divina que mora en la vastedad de su conciencia aún desconocida.
La invocación es como una tensión cada vez mayor de las potencias del alma hasta llegar a su límite natural y quedarse allí, inmóvil, sobre el umbral del gran misterio.
El silencio no consiste solamente en quedarse en actitud receptiva, a la espera de una respuesta. Es un ejercicio que acostumbra poco a poco a mantenerse cada vez más tiempo en una vibración distinta, superior al estado de conciencia habitual sin necesidad de movimientos volitivos determinados para lograrlo, como sucede en la invocación.
La invocación es como una flecha lanzada hacia el desconocido interior del alma e inevitablemente hay una respuesta. La respuesta inmediata, si bien tiene su importancia, no la tiene tanta como el movimiento interior que provoca a través de los estímulos repetidos.
El silencio tiene un valor místico muy grande; pone al alma frente a la Divina Madre por un acto puro de fe y amor, completamente libre de imágenes y preconceptos que son un obstáculo cuando se busca un contacto totalmente espiritual con Ella. Como al mismo tiempo el intelecto no actúa, se adquiere una actitud negativa extraordinariamente favorable para llegar en forma rápida a un estado sobrenatural.
Cuando hay una predisposición particular a la oración, el período de silencio puede constituirse en un ejercicio parecido al explicado en la meditación sobre la Resurrección de Hes. Pero en este caso no hay que buscar una sensación determinada, porque se sale del ejercicio discursivo, sino hay que quedarse allí, inmóvil, suspendido sobre el vacío divino, presintiendo cada vez más íntimamente la presencia de la Divina Madre.
Hay una diferencia de matiz; en la Resurrección de Hes, ese presentimiento está en cierta forma orientado hacia la obtención de un estado determinado, el arrobamiento; en este caso, para limitarse a los fines del ejercicio, no hay que orientarlo en sentido alguno, sino quedarse inmóvil y a oscuras frente a lo desconocido.
Esto es a lo que puede conducir el período de silencio, pero estrictamente considerado el ejercicio consiste en quedarse allí, procurando no pensar, no imaginar, no moverse, estar.
Cuando en la meditación se logra una verdadera elevación del alma, no es la mente común la que responde. Por poco elevado que sea el estado conseguido, es otro estado de conciencia más espiritual y responde a la parte mejor del ser.
Aunque se digan siempre las mismas cosas, se repitan los mismos consejos, esto en lugar de perjudicar al ejercicio, lo hace más valioso.
Un propósito distinto todos los días no puede llevar nunca a una verdadera conquista interior; pero una intención persistente, siempre idéntica, carga con fuerza a la voluntad, aunque sólo sea con la fuerza magnética sugestiva de la palabra repetida. La verdadera respuesta no está en este ejercicio. No puede la meditación ser sólo la respuesta a una pregunta; a un estado responde otro estado.
La meditación discursiva, como ejercicio, primero se reduce a una serie de consideraciones sucesivas. Se aprende a analizar y a analizarse, a reflexionar y a hacer de la reflexión un conocimiento objetivo, en vez de reaccionar personalmente.
Luego se proyecta una imagen del mundo o de sí mismo para conocerla, ubicarla y cargarla de la energía que la fortalezca o sublime.
La consideración habitual de los problemas personales y humanos, familiariza íntimamente con los más fundamentales: el devenir, la muerte, la ilusión.
Pero es necesario no desfigurar la realidad para conocerla y conocerse a sí mismo. Recién entonces la meditación discursiva puede hacerse interior.
• Primero es discurrir.
• Luego es conocer.
• Luego es un buscar.
Hasta transformarse en un recogimiento profundo, en donde el período de silencio es el paréntesis entre el estado objetivo y el subjetivo, el activo y el pasivo.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

Relacionado