Curso XLV - Enseñanza 3: Contacto con la Comunidad
La preparación a la vida de Ordenación es un esfuerzo constante de muchos meses que hace que el alma se habitúe a una tensión nerviosa superior a la común.
El alma no acostumbrada a esta carrera psíquica siente al llegar a la Casa de Comunidad un choque violento.
Las palomas, cegadas por el reflejo del sol, se estrellan contra las paredes blancas de las casas. Así sucede con el alma que viene del mundo alumbrada por el sol divino de la vocación y no sabe detenerse a tiempo delante del cambio de vibración que experimenta al ingresar al Seminario. Es preciso poner señales de aviso y la mejor señal de aviso en este caso es el examen retrospectivo de la vida pasada.
Mientras el pensamiento corre hacia atrás mirando el camino de vida recorrido, la mente irá aflojando la tensión determinante, el corazón aflojará sus latidos de inmenso deseo y, poco a poco, en la inmovilidad anímica, los ojos empezarán a ver el nuevo mundo en donde ha penetrado.
Que el alma penetre al Silencio de la Santa Casa, lentamente, sin esfuerzos.
Al ingresar al Seminario las normas de vida tienen que ser dictadas paulatinamente, las advertencias dadas de a poco. Decían los ancianos a los que volvían de andar muy acalorados y con sed: “Esperen un rato, no tomen agua todavía”.
Después de este choque violento es cuando el alma se pone en contacto verdadero con su vocación y abarca su sentido en toda su magnitud, porque la vocación y el alma se miran aquí bien frente a frente, no a través del velo del ideal desconocido, sino en contacto con la sencilla realidad.
Enseguida, el alma, al ponerse en contacto con esta fuerza concentrada que es la vida de Comunidad y que se manifiesta a través de un estado interior completamente nuevo, siente que todas sus potencias naturales se aflojan, se debilitan.
Las llagas del alma, hasta las más viejas y remotas, se muestran evidentes; todo lo que estaba escondido aparece como si frente a ella se hubiera abierto una gran pantalla.
Los más viejos deseos y malos instintos afloran y todo lo que se creía abandonado para siempre toma nueva vida.
La Gran Corriente obra en estos primeros días como un gran compresor que saca todos los humores hasta los más antiguos y ocultos. El alma siente su miseria y, cuanto más esta miseria se le manifiesta, más se agiganta la grandeza y la pureza de la vocación espiritual puesta delante suyo.
El silencio permanente del Seminario, la ausencia de toda persona extraña allí, la imposibilidad de comunicación ni de saber nada de nadie, le dan al alma la sensación de que le es quitado todo apoyo y que puede caerse a cada instante sin que nadie pueda ayudarla a levantarse.
Los seres tienen todo el día consigo el excitante de la curiosidad, distrayéndose y huyendo continuamente de lo que deben hacer y pensar. Pero el Silencio casi súper humano del Seminario quita todo estupefaciente de variedad, y este silencio se vuelve abrumador y doloroso. Son muy pocas las almas privilegiadas capaces de entrar al silencio y sumergirse inmediatamente en él.
Los ojos siempre bajos, la ausencia de imágenes y figuras produce la impresión de que algo se ha desgarrado, roto; es como si las imágenes del mundo hubieran tomado una nueva forma ideal y ya no fueran lo que son.
La costumbre de no decir nunca lo que uno quiere o desearía, el canto de las Oraciones e Himnos que se repiten casi sin interrupción, produce un vacío físico en la boca del estómago, doloroso y persistente, dándole la impresión al alma que ya no tiene fuerza ni capacidad para nada.
La aparente monotonía del ritmo reglamentario, las horas que se repiten siempre iguales a través de los ejercicios que se suceden durante todo el día, el nuevo modo de caminar, decir, hablar y estar, producen un doloroso choque en el alma. Pero este dolor es indispensable, pues es como el paso a un nuevo nacimiento.
El alma, puesta dentro de la vibración de Comunidad, es sometida a una presión constante hasta que se acostumbre a desechar los movimientos excitantes y desconexos del mundo. Pero esta dolorosa contracción que en un principio martillea el cerebro y lo deja cansado, desgarrado y vacío, va seguida de un período posterior de indiferencia, de relajación y de silencio interior. Y es allí que surge, de repente, la visión y el sentimiento de la conformidad y de la paz.
Y esta visión maravillosa de paz ubica al alma definitivamente dentro del ritmo perfecto y sereno de la vida de Comunidad.