Curso XLV - Enseñanza 11: La Perfecta Observancia

El Hijo que llega al Seminario se encuentra con un método de vida completamente nuevo y distinto, aún en el aspecto espiritual, de aquél que estaba habituado a seguir.
Es bueno que el Hijo, al amoldarse a la nueva vida, adquiera el hábito de una observancia estricta. La perfecta observancia de comunidad no ha de ser una virtud adquirida, porque en ese caso el Hijo sigue una trayectoria para alcanzar una virtud que es siempre algo distinto de él. Sino ella ha de ser un estado propio, íntimo, amplificativo de su renuncia interior.
El Hijo que logra una perfecta observancia exterior no la posee plenamente si ésta no va estrechamente unida a la observancia interior.
El Hijo puesto en contacto con la vida de Comunidad se encuentra frente a un cambio radical de métodos espirituales y aún en aparente contradicción con las normas establecidas y practicadas anteriormente en Cafh. Es como si se le dijera: “Todo lo que has hecho hasta hoy en tus ejercicios y prácticas de adelanto espiritual no te servirá ya; tíralo todo”.
La vida espiritual anterior requería todo el esfuerzo del Hijo para lograr un fin que se iba alcanzando progresivamente. Era un esfuerzo para lograr objetivos y una posición psíquica estable. Este esfuerzo era actualizado en el Hijo por las prácticas de la vida espiritual, por las reuniones semanales particularmente en donde se le explicaban las Enseñanzas, por las horas de ejercicios de meditación y por el contacto con los Superiores.
Pero este esfuerzo, casi exterior para lograr algo interior, es rechazado desde un principio al ponerse en contacto con la Ordenación, como si el guante de la vida fuera usado al revés.
El alma, en verdad, ha de desechar todo objetivo, todo logro, todo esfuerzo para ser, negativamente, una realización.
Todo es desechado; todo pierde capital importancia; ningún ejercicio es más importante que otro; ni aún poseer determinada capacidad, ni una virtud determinada.
En este sentido, en la Comunidad, sólo es un valor real la perfecta observancia, que es la flor que nace espontáneamente en el alma y no es un bien alcanzado.
Para lograr esta perfecta observancia interior es necesario que el Hijo se identifique con el Cuerpo Místico de la Comunidad.
La Comunidad es un ser vivo, más vivo que ningún otro, porque sus componentes han sacrificado su personalidad, su identificación propia para fundirse en un solo ser.
La negación de la propia personalidad facilita la formación de los cuerpos de Fuego de los Hijos, en donde desaparecen las diversidades y los Hijos, por semejanza, se identifican entre sí. Sin este estado interior de unificación, el Hijo podrá ser muy observante, pero su observancia será siempre algo distinto, una gota de aceite resbaladizo en un jarro de agua.
Con este concepto desaparece lo tuyo y lo mío, lo más y menos, lo mejor o peor, pues todo es una simple unidad.
La perfecta observancia, en principio, sólo puede ser lograda por esta unidad de los componentes de la Comunidad.
La preocupación del buen adelanto de la casa, del cumplimiento estricto de todos los deberes, del logro de la perfección de los Hijos, es responsabilidad de todos.
Si, por ejemplo, un Hijo ha roto un plato todos los otros Hijos han de sentirse en su interior culpables y solidarios, así como si otro gana un premio todos han de experimentar la alegría de la victoria.
Nunca un Hijo podrá ver un descuido de otro sin procurar repararlo si le fuera posible, porque la falta de uno es también la falta del otro.
Si todo marcha bien en la Comunidad, todos han de sentir el bienestar y si algo anda mal, todos han de sentir esa carga.
Con este sentir la observancia no es algo abstracto, sino el resultado de un estado de ánimo de todos los Hijos de la Comunidad, como el perfume no localizado que llena una habitación es el resultado de la flor allí presente.
No es entonces que este Hijo sea observante, sino que la Comunidad logra y está en una característica inherente a ella misma.
La perfecta observancia es así el resultado de un estado interior del alma conquistado por la Ascesis de la Renuncia y la Mística del Corazón.
El cambio exterior de procedimientos que encuentra el Hijo que ingresa al Seminario ha de ir seguido de un cambio interior total. Esta es obra del Hijo guiado por el Director, sin el cual no podrá haber observancia, o la observancia sería algo completamente externo y desprovisto de todo valor.
Se entiende que en la Ordenación el Hijo ha llegado al punto culminante en que la Ascesis de la Renuncia ha de ser una realidad.
De modo que todos los valores sentimentales, capacitativos, ideales y aún, en cierto sentido, espirituales, han de ser abandonados. Las tendencias humanitarias, las experiencias vividas, los estudios hechos, los títulos ganados, las posibilidades sociales, han de desaparecer. Aún los éxitos alcanzados en las prácticas psíquicas y en los ejercicios de meditación puede ser que desaparezcan totalmente, porque el alma ha de estar desnuda de todo.
La Mística del Corazón es agua y fuego que todo destruye, que todo purifica, para lograr la Perfecta Simplicidad sin la cual no hay Unión Divina.
Si el Hijo no se desembaraza de todos estos valores, éstos se transforman en oleadas contraproducentes que afectan el bienestar de la Comunidad y el desenvolvimiento de la perfecta observancia.
Si el Hijo se identifica con la vida que ha abrazado desaparece toda esperanza del futuro: sueños e ilusiones de conquistas, quimeras de felicidades utópicas, porque ya posee en sí su fin y sabe de antemano la labor que le espera en la vida.
El resultado exterior de la perfección de la Ascesis de la Renuncia y de la Mística del Corazón es siempre y sistemáticamente: Salud para los enfermos, providencia para los necesitados y dirección para las almas.
La madre, desde el instante que recibe a su hijo en los brazos, sabe todo lo que le costará hacerlo grande y, desde que está determinada a hacerlo, sabe que es su misión ser madre y no otra cosa y este sentimiento es lo que la mantendrá dignamente en su misión y le hará cumplir perfectamente con todos sus deberes.
Así el Hijo que sabe el resultado exterior de su misión, tiene ya el caudal potencial de posibilidades para cumplirlo y eso se manifiesta ya en él a través de una tranquila y perfecta observancia.
La observancia no consiste sólo en cumplir estrictamente el horario y los oficios de la Comunidad, sino en ser responsable de todas sus necesidades y de todos los elementos útiles para capacitarla a su fin.
Observancia es amor al Radio de Estabilidad, reserva habitual de la Clausura, Economía Providencial actualizada, reserva de energías depositadas en el caudal común y, sobre todo, permanencia íntima con la Divina Madre por la identificación con las prácticas y los trabajos diarios.
El Hijo sabe que el resultado de su renuncia interior ha de ser la curación de los males y de las enfermedades del mundo.
Todas las grandes enfermedades son fruto de los desgastes continuos e incontrolados de los seres humanos. La parábola del hijo pródigo se repite constantemente.
Para eliminar las enfermedades fundamentales del mundo, es indispensable reponer determinadas energías; y éste es uno de los trabajos máximos de los Hijos.
La práctica de la castidad, la modestia de los ojos, el ejercicio continuo para dominar los impulsos interiores, el vacío de la mente y del corazón, no serían más que virtudes prácticas si los Hijos no se desprendieran de su fruto para almacenarlas y repartirlas entre los enfermos del mundo con sus oraciones.
Esta labor es a veces aún directa y deben los Hijos asistir y cuidar a los enfermos, haciendo así más efectiva su ayuda magnética y curativa.
Por eso no permitir desgaste de energías es lograr perfecta y verdadera observancia.
La perfecta observancia se manifiesta en la actualización de la Economía Providencial.
Se sabe que existe en el mundo una infinidad de necesitados y que el problema económico de éstos debe ser resuelto a la brevedad posible y que éste es uno de los resultados fundamentales de la Obra de Cafh. También se sabe que este mal es fruto sobre todo de la incomprensión y del egoísmo de los hombres.
Los seres usufructúan todo lo que pueden de todo y de todos. Cada cosa que directa o indirectamente se usa, ha costado no una sino muchas vidas y todos los seres están en deuda con la Humanidad de todo lo que poseen y usan tan despreocupada y continuamente.
Este egoísmo e inconsciencia es lo que debe comprender el Hijo para sentirse en deuda con la Humanidad y dispuesto a dar su parte efectiva a las necesidades de todos.
Con esta comprensión el Hijo siente el imperativo de aplicar, aún en la Comunidad, la Economía Providencial y trabaja por trabajar. Así sus economías son trasladadas al Plan Divino y rinden el céntuplo.
Con este concepto el Hijo no solamente entrega su trabajo, su desinterés, su aplicación a la obra, sino que rinde el máximo y esto sin fatigarse.
El trabajo desinteresado se hace liviano y múltiple.
Esto se hace más evidente por la unión y la impersonalidad de los Hijos de Comunidad y el milagro exterior de la ayuda a los necesitados se hace efectivo.
Primero por la fuerza espiritual comprensiva de los Hijos que derraman mentalmente su resultado sobre el mundo; segundo por el contacto sentimental con todos los movimientos humanitarios de las diversas instituciones y tercero por lo que hacen los Hijos a través de las Obras de Cafh.
Las Obras de Cafh son un milagro en sí ya que, sin poseer bienes extrínsecos, Cafh con la ofrenda de los Hijos y las prácticas de la Economía Providencial, puede sostener obras sin rentas determinadas.
La perfecta observancia es la que hace posible el almacenamiento de grandes reservas de energía.
La perfecta observancia da además como resultado, una unión continuada con la Divina Madre y le otorga el Poder, oportunamente, de la Dirección de las almas.
El Hijo que cree que la Unión Divina es un goce, un éxtasis, no cumple bien su observancia. Si su estado de ánimo es bueno y fervoroso cumple muy bien todos los actos de Comunidad, pero si tiene desamparo y aridez interior, se le ve triste, macilento, malhumorado y aún despreocupado en el cumplimento de la observancia.
La Unión, fruto divino de la Renuncia y verdadera Mística del Corazón, es una participación luminosa a todos los actos de observancia.
La felicidad no está en el goce, sino en cumplir o desear vivamente cumplir bien, perfectamente todo lo que se hace.
El goce o la aridez no entran aquí, sino la perfección del acto cumplido y divinizado por la recta intención.
Cuando hay plenitud de vida espiritual en el acto de Comunidad, una paz íntima y profunda invade al alma, una seguridad de la presencia divina tan inalterable que permanece invariablemente en el fondo del alma, aún y a pesar de las distracciones, de los errores, de las arideces y de los goces devotos.
En resumen: la perfecta observancia no es un mero cumplimiento externo y mecánico de los actos de Comunidad; la perfecta observancia es un estado permanente del alma, un resultado vivo de la idiosincrasia del Ordenado.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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