Curso XXXVI - Enseñanza 16: El Descenso a la Tierra
En los planos superiores las almas gozan de una límpida y libre atmósfera espiritual. Nada penetra hasta estas elevadísimas regiones donde los seres brillan como rutilantes estrellas.
Pero, cuando los seres de mayor adelanto espiritual han agotado el caudal espiritual que los hizo morar en el primer plano del mundo Astral, un vago deseo de acción empieza a detener el rodar maravilloso de sus luces. Los recuerdos de amor y vida se entremezclan en la paz del ambiente, y los impele a volver al plano material. Una especie de sueño profundísimo envuelve a las almas y hace cada vez más débil su brillo.
Como nuevas Walkirias adormecidas a la voz del amor, descienden de los planos mentales y concentran todas sus fuerzas de conciencia en el primer plano del mundo Astral.
También la aspiración del alma de los seres menos evolucionados llega hasta allí antes de reencarnar, para concentrar las potencias de la nueva vida que van a actuar sobre la tierra (Tercer plano).
Desde allí descienden al segundo y tercer plano Astral, en donde todas las Posibilidades de las almas se unen a los factores mentales que han dejado tras de sí en su ascensión. Ya están aptos para la vida humana.
En los sucesivos planos astrales las almas se revisten del cuerpo energético y astral, aptos para la misión que tienen que desenvolver en el mundo.
En el séptimo plano Astral les aguardan los bajos instintos, las obras malas que no han sido pagadas, que forman su cuerpo etéreo, que es el molde definitivo del cuerpo físico.
Una vez más tendrán que olvidar las esferas de luz donde han morado, y habrán de vestirse con la capa sangrienta de la carne y del dolor. Tendrán que luchar, empezar y ver cómo se les escurre la vida de entre las manos, dejándolos sólo con las gotas de los recuerdos.
Es la hora de las horas, la solemne hora del sacrificio y de la crucifixión; un espíritu divino clavado sobre el madero de la carne.
Inútilmente procuró el alma libertarse para siempre. El destino llama, fuerza y empuja, y desde las alturas de la divinidad ha de descender el ser hasta las sombras de la materia.
Todos los que están en la tierra han gozado de una paz perfecta por más o menos tiempo, según su adelanto espiritual; pero la liberación verdadera es aquélla que, rompiendo todo deseo, pone al alma en contacto con la serenidad universal que es eterna.