Curso XXXVI - Enseñanza 1: La Muerte

Para el materialista, la muerte es un punto negro, un estallido de sensaciones, un vacío y nada más.
Para el religioso, la muerte es el paso a una vida superior, más perfecta y feliz.
Pero nadie sabe exactamente contestar a las preguntas fundamentales: ¿De dónde se viene? ¿Por qué se está aquí? ¿Dónde se va después de la muerte?
Si se considera el universo como un maravilloso conjunto armónico que desarrolla un determinado plan de evolución para llegar a Ser, se abre un horizonte más vasto a los ojos del investigador y entonces tiene un vislumbre del porqué de este continuo devenir.
La muerte se produce en tres formas: muerte violenta, muerte natural y muerte extática.
La muerte violenta separa, repentinamente, al cuerpo astral del cuerpo físico; los desdichados que sucumben por accidente o suicidio vuelven continuamente del plano etéreo al plano físico, porque no han establecido una armonía de gravitación en su nuevo cuerpo que les permita sintonizar con el estado de vibración en el cual han entrado. Como no tienen cuerpo físico para manifestar sus sensaciones groseras, ni tampoco disposición suficiente para alejarse de allí, están como suspensos en el aire; creen estar vivos aún, no se dan cuenta de que han entrado a formar parte de un nuevo estado de conciencia.
Sufren horriblemente y de continuo vuelven al lugar donde acaeció su muerte, mientras constantemente se reflejan y se repiten en sus espectros astrales los acontecimientos que la precedieron. Los Protectores Invisibles no pueden hacer nada por ellos porque rechazan todo auxilio. Como están fuera de las leyes generales que rigen a los seres sutiles padecen un verdadero infierno, hasta que, gastada por completo la substancia material de sus cuerpos etéreos, pueden al fin entrar en un apacible sueño.
Todas las religiones como primer dogma y mandamiento han escrito: “No matarás”, y han sido reprobados los suicidios y los hechos sangrientos, considerándose como castigo divino el morir violentamente, aún cuando fuera por casual accidente.
Si el ser que así muere no tiene bastante adelanto espiritual, prolonga hasta lo indecible este martirio, porque la pasión lo atrae a lo más grosero; lo más grosero lo carga de partículas materializantes y prolonga así indefinidamente esa vida que no es vida. Mientras que los más adelantados, como tienen el hábito de orientar los pensamientos hacia un ideal espiritual, pueden desembarazarse más pronto de este íncubo.
Tal es el caso de los que mueren por un ideal, como los mártires cristianos y los valerosos soldados en el campo de batalla.
Dice la Sagrada Escritura que es tranquila la muerte del justo a los ojos de Dios; entonces, una muerte natural ha de ser lo deseable para todos.
¿Quién no desearía morir como aquellos santos invictos que sentían llegar la Gran Hora y se disponían a ella con serenidad, con resignación, con paz?
Una larga enfermedad dispone el ánimo del moribundo, y desmaterializa con anticipación la envoltura física del ser próximo a morir; fácilmente se acostumbra a las nuevas vibraciones, con docilidad escucha la voz de los guías invisibles y mansamente se deja llevar por el nuevo mundo.
El ser habituado a las cosas espirituales, al acercarse la hora de la muerte desarrolla repentinamente los sentidos astrales, y hay casos notables de moribundos que aseguran estar rodeados de parientes fallecidos, de santos y de protectores; que oyen voces misteriosas invitándolos al más allá y a veces, se aparecen simultáneamente en diversas partes y a distintas personas.
Cuando el corazón deja de latir, el ser no está aún completamente muerto; la muerte se produce sólo después que el cordón astral, que es un hilo plateado que ata el cuerpo etéreo al cuerpo físico, se parte. Éste al partirse produce un pequeño estallido con centellas, como un cortocircuito en una instalación de luz eléctrica. Muchas veces el cuerpo está ya helado y el astral aún no se ha separado de él. A veces tarda días en efectuarse esta suprema operación.
Ejemplo admirable de esto se tiene en los Evangelios. Cuando Jesús llegó a Bethania, a la casa de Marta y María, lloró amargamente al saber la muerte de Lázaro acaecida hacía tres días. ¿Por qué lloró Jesús si sabía que lo iba a resucitar? Porque si Lázaro hubiera estado realmente muerto, tampoco Jesús hubiera podido atraer su espíritu otra vez a la abandonada morada; pero, cuando Jesús llegó al sepulcro y vio con sus ojos videntes que el cuerpo astral estaba unido al cuerpo físico, pudo efectuar el milagro.
De ordinario, la definitiva separación de los dos cuerpos se efectúa a los siete minutos después que han cesado los latidos del corazón. El cuerpo astral, como una vaga neblina, flota en la habitación a unos tres metros del cadáver; después, lentamente se eleva y se sutiliza, armonizando con el estado que le corresponde.
Hay, sin embargo, algunos seres, fuertes y adelantados, que abandonan su cuerpo físico cuando creen que ha llegado su hora y terminado su misión. Esta muerte se produce por éxtasis. Es una concentración de la mente, la cual levanta una oleada de energía vital en el organismo hasta que éste, no pudiendo tolerar ya la alta tensión de la misma, se separa del cuerpo astral y muere.
Desde luego, estos casos son raros y excepcionales y será la modalidad de muerte de las razas futuras. Cuando un vestido está viejo hay que dejarlo y adquirir uno nuevo.
Enseguida que el choque de la separación se produce, el ser, rápidamente, recorre todos los hechos de su vida pasada; es un gran examen retrospectivo que la Ley de Evolución le exige antes de seguir adelante en el sendero del progreso. El resultado de este examen, llamado por las religiones “Juicio de Dios”, será lograr más sutiles o más densas vibraciones en el nuevo estado.
Los llantos, los suspiros, los gritos de los que acompañan a los moribundos en la hora de la muerte son siempre perjudiciales. Sólo el silencio absoluto y la ausencia de todo pensamiento adverso pueden acompañar al hombre en la última hora.
Las oraciones, los cantos sagrados, los cirios y las flores si están acompañados de nobles sentimientos, son siempre de utilidad y de estímulo.
El entierro no se ha de efectuar enseguida, sino a los tres días, y aquellos que disponen su cremación, tienen que testar para que se efectúe ocho días después del fallecimiento.
De cualquier modo que se produzca la muerte, siempre es una hora solemne, quien sabe la más solemne de todas las horas, porque es el portal de un nuevo devenir, es otro paso hacia el llegar a Ser.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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