Curso XXXVI - Enseñanza 10: Del Hombre al Cosmos
No hay nada nuevo bajo el sol, ni hay ley alguna que no sea repetición de otra similar.
Lo grande se resume en lo pequeño, mientras lo diminuto es imagen sintética de la inmensidad. Un principio único, básico, invariable se expande hasta lo infinito, y se contrae hasta lo infinitesimal.
El Principio Cósmico, que en sí potencialmente no tiene distinción, en el Universo se presenta como mente, energía y materia; movimiento, ritmo y forma.
Durante toda la Manifestación Cósmica estas tres substancias fundamentales se suceden ininterrumpidamente, acercándose, interfundiéndose y separándose; en continuo devenir, desde lo más pequeño hasta lo más grande, creando, formando, conservando y destruyendo todas las formas de la vida.
El Principio Cósmico, al identificarse a sí mismo, fuera de sí, creó el Universo, la Manifestación; con ese Acto Espontáneo y Puro quedó prendido allí como dentro de un Gran Karma Divino que se agotará en el instante en que la Creación se restituya por completo, “por Sí”, al seno de su Creador.
El hombre es una reproducción del Cosmos: un microcosmos imagen del Macrocosmos. Todas las formas y las posibilidades están reunidas en él, y desde el punto de vista humano, es el punto culminante que indica el término de la involución y el principio de la evolución, pues resume en sí las formas más diminutas y es al mismo tiempo reproducción del Cosmos. Sus huesos recuerdan su paso por el reino mineral; los órganos y vísceras pertenecen al antiguo reino vegetal y los distintos impulsos pasionales tienen toda la gama de la escala zoológica. A tanto andar, y a tanto precio, ha conquistado el hombre su libre albedrío, y la Ley de Posibilidades extiende delante suyo la inmensidad del campo mental para experimentar.
El alma del hombre recorre el Sendero de la Liberación al compás de los movimientos, ritmos y formaciones cósmicas, en etapas, ciclos y cambios.
Las etapas fundamentales de la vida humana corresponden al gran movimiento vibratorio dual que sostiene el Universo, a través de la expansión y absorción rítmica de la Substancia Cósmica. Al estado activo sucede el estado potencial, y así sucesivamente, de Eternidad en Eternidad.
La Substancia Cósmica, en su trayectoria de expansión a través del Universo se dispersa en siete formas distintas, como el rayo de sol sobre el prisma, formando así los siete Rayos Cósmicos, los siete colores fundamentales que son el compuesto de toda expresión de vida.
Los acontecimientos humanos están también sujetos a este ritmo septenario, así como los sistemas zodiacales y solares.
El niño a los siete meses corta el primer diente y a los catorce empieza a caminar; a los siete años se reconoce como entidad individual, y se hace adolescente a los catorce.
Los cambios de la vida manifestada son innumerables, pero siempre septenarios. El continuo devenir es lo que constituye la belleza de los mundos. Las transformaciones en el hombre son incesantes; no sabe lo que le espera entre un instante y otro, pero sabe que será distinto. Y por estos cambios, ritmos y etapas sigue el ser hacia la Unidad.