Curso XXII - Enseñanza 3: Textos para la Meditación Discursiva
Cualquiera que sea la actividad que un hombre emprenda tiene necesidad de una orientación.
Si esa afirmación tiene para todos la sencillez y la fuerza de un axioma, para el ser que quiere seguir por la senda espiritual ha de convertirse en un anhelo fervoroso e íntimo de hacerse apto para captar la ayuda que, desde los planos superiores suprafísicos, están brindando constantemente los Santos Maestros.
El Ser espiritual sabe que las debilidades de su parte humana y su propia razón oscurecen el camino a recorrer y que sólo con la guía de los Santos Maestros podrá llegar a la Divina Meta.
En el caso particular de los Hijos, ellos saben que esa ayuda divina es captada por el Superior y llega por ese conducto a los Hijos.
Pero se debe insistir en el símil del radio-receptor. Esa ayuda, esa guía divina, sólo puede hacerse efectiva en el Hijo que, con amorosa voluntad se esfuerza en sintonizar con ella.
Ese anhelo amoroso del alma puede llegar a ser amenguado en su poder y aún desaparecer por la influencia de los velos negativos, que se espesan en la proporción en que el Hijo es remiso en cumplir con las prácticas de la vida espiritual.
Es en esos momentos que los hábitos envejecidos recobran fuerzas y el Hijo siente el frío del desamparo no puede negar la presencia invisible de los Maestros, pero nota que se hace tibio el fuego místico que ardiera con fuerzas en los momentos de entusiasmo y exaltación.
Todo ello ha sido posible porque permitió a la personalidad dirigir su elección y las cosas brillantes y espectaculares de lo externo atrajeron su atención, haciendo que volcara hacia afuera aquellos mismos valores personales que antes se había esforzado en transmutar a través de la oración, la meditación y las ascesis espirituales, en bienes del alma.
Pero, como el Amor y la ayuda de los Santos Maestros están compenetrando ininterrumpidamente toda la Creación, puede el Hijo volver de ese vacío, de esa oscuridad, hacia la Luz de esa Gracia eternamente presente y reencontrarse en su Esencia con el Maestro que, amorosamente, ha esperado su retorno.
Es, entonces, cuando el Hijo, por la glorificación de los Santos Votos pronunciados, renueva las piedras de su sepulcro de carne y personalidad y, fervoroso, se dirige hacia los Cielos abiertos de una verdadera Resurrección. Va dejando tras sí, como humildes ofrendas a la Santa Madre la carga de sus apegos humanos. Vacíos dolorosos quedan en su interior cada vez que desarraiga uno de aquellos, pero pronto son colmados por el Amor y la Verdad divinos que inundan su alma a través del reanudado diálogo amoroso con el Maestro.
Y ese reconocimiento íntimo y secreto que el Hijo siente de que la Gran Obra de Dios se está cumpliendo en su alma, ilumina el Sendero del retorno hacia el Hogar Eterno.
Ha de esforzarse el Hijo y no desesperar, atento siempre en amorosa vigilancia para no claudicar en la lucha por llegar a la Gran Meta vislumbrada y así como hiciera en la senda del dolor de las pequeñas y grandes renuncias, debe seguir marchando, ahora que ha resucitado para la verdadera vida hacia el encuentro unificador con el Divino Maestro.