Curso XVI - Enseñanza 3: Purificación Inicial
El alma, cuando empieza el ejercicio de la meditación, a pesar de sus buenos deseos de adelanto espiritual, está obstaculizada por las continuas distracciones de la mente no acostumbrada a responder a los dictados interiores.
Cuando comprende que dentro de sí misma se agitan los mismos deseos e intereses que tienen los hombres del mundo, todo su ser clama:
“Bienamado Maestro que moras en mi corazón; me has llamado a esta senda espiritual únicamente por tu gran amor. ¡Pero qué oscuro es todavía el camino para mí! Soy Hijo tuyo, predestinado para la gran realización divina y, sin embargo, mi mente está ensombrecida por todas las imágenes del mundo, por todas las influencias del pasado”.
“Soy el Hijo defensor de los intereses materiales, dinero, puestos, apellido, nacionalidad, idioma, como todos; ¡en nada me distingo de los demás, Amado Maestro! Ésta es la verdad, Tú lo sabes”.
“Tú eres el Único que sabe la verdad. Tú, el Único que conoces bien lo miserable, lo pobre que soy, lo vulgar que soy entre los comunes de los hombres. ¿Cómo podría realizar Tu Obra? ¿Cómo podría de verdad infundir en las almas una Idea que no es la de este mundo?”
“¿Cómo de verdad podré insuflar en ellas el soplo frío y puro? Mi aliento está aún cálido de todas las pasiones, de todas las miserias de la Humanidad. Tú solo me puedes purificar, Tú solo limpiar mi mente, Tú solo santificar mi corazón”.
“Bendíceme ¡oh Maestro! para ser verdaderamente el portador de la Idea Madre sobre la tierra”.
Y una vez más el Maestro Divino hace escuchar al alma contrita las Santas Palabras:
“Debes sentir la Idea Madre que ha de proclamar la Humanidad como unión de todos los valores del mundo enderezados hacia la conquista del espíritu; trascender esos valores humanos para transformarlos en un reconocimiento divino”.
“Has de sentir que todos los cambios de la vida, las injusticias de los hombres, las miserias del mundo, los continuos cambios de las ideas, de los sentimientos, de las civilizaciones, son experiencias que llevan el alma a este divino reconocimiento”.
“La oración te hará participar de todos esos dolores y de todos esos cambios, haciéndote así comprender tus propios errores, tus propias faltas, tu propia ignorancia y llevándote por la oración y la resignación al mundo puro del espíritu”.
“Que al renunciar a los bienes materiales seas partícipe de acuñar esa nueva moneda universal que pueda ir a todos los hombres de la tierra, que pueda ser utilizada por todos los hombres”.
“Que al rechazar todo lo que es personal tengas la idea de esa gran familia universal, de esa gran Humanidad futura, de esos hombres alados que cruzarán la tierra y conquistarán el aire; y al mirar hacia atrás, hacia el pasado, digan: ¡Qué triste era la vida de nuestros antepasados, encerrados dentro de esos confines y de esas barreras!”
El alma siente fluir entonces una oleada de nueva vida que la eleva hacia nuevas conquistas divinas, inflamada de un celo santo que la impulsa a aceptar, para transformarla, toda la vida.
Esta es la hora del aborrecimiento del alma por todo lo que fue, por su pasado, por haber pertenecido tanto tiempo a la Dama Negra que le impedía elevarse sobre sus propias debilidades.
El aborrecimiento, a través de la oración, le hará vislumbrar un nuevo porvenir de comprensión, felicidad y amor entre los hombres.