Curso XVI - Enseñanza 1: La Oración es Amor
Ninguna fuerza anímica, ningún sueño idealista, ninguna realización es posible sin el amor, sin poner en movimiento hacia su más alta culminación el sentimiento.
Nuestra misión fracasaría si únicamente tuviéramos una gran misión que cumplir, una gran idea que dar y no tuviéramos el sentimiento adecuado para hacerla vivir, fructificar, llegar a feliz término.
Una sola cosa debe coronar el alma llamada a la senda mística: el amor a la realización. Sin este amor no existiría nada. Las más bellas ideas morirían si el amor no las insuflara de vida. Las más bellas ideas mueren, al final, cuando no hay una llama constante que las mantenga y vivifique.
Las mismas comunidades místicas en donde el único ejercicio es el logro de la perfección para todos aquellos que han dejado el mundo, serían yermos desolados y vacíos si dentro de ellos no alentara la llama viva del amor.
Y este amor, esta culminación sublime del sentimiento, es posible únicamente por la aplicación constante del ser sobre el objeto amado, es decir, por la oración. Ella es el estímulo que canaliza y fundamenta las fuerzas emotivas del hombre hacia el ideal elegido.
¿Qué es lo primero que debe enseñar y de hecho enseña todo fundador religioso al grupo elegido para crear su iglesia, sino la oración? ¿Qué es lo primero que los grandes místicos de oriente y occidente enseñan en la primera reunión de un grupo de seres anhelosos de hallar la perfección, sino la oración?
Verdaderos milagros descubren los Directores Espirituales en el alma de los discípulos fieles, que con este solo ejercicio logran muchas veces transformar sus vidas.
Decía una sencilla mujer a su Director Espiritual: “Me gusta el camino espiritual, todo él, pero una cosa no comprendo: ¿Para qué sirve la meditación? ¿Sentarse aparte y hacer oración espiritual a qué puede llevar? ¿No es perder el tiempo?” A lo que respondía su Maestro: “Usted aún no lo comprende, pero insista; siga perdiendo el tiempo”. Pasado algún tiempo, ese tiempo perdido tan divinamente, esa misma mujer afirmaba que todo ese caudal de amor que tenía en el corazón y que no hallaba salida en los seres humanos, lo había canalizado hacia la Divinidad por haber perseverado en la oración.
En una ocasión, un alma fue agraciada por una visión en la que veía como un maravilloso ser ascendía a una velocidad indescriptible por una escalera que subía desde la tierra al cielo, una tierra y un cielo de características sublimes. Interesado este ser en conocer la vida durante su permanencia en la tierra de esa maravillosa criatura, supo que había sido una humilde mujer y que su método había sido transformar todo lo que hacía, en llama de amor que volcaba a Dios, que iba hasta el seno del Altísimo, hasta el centro de sus anhelos, hasta aquella potencia que atraía el amor de esa mujer. La oración había sido el secreto de su rápido perfeccionamiento.